22 – Enero. Sábado. San Vicente, diácono y mártir
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Evangelio
según san Marcos 3, 20-21
Llega a casa y
de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su
familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Comentario
La sobria pero
cuidada narración de Marcos dice mucho con pocas palabras: Jesús llega a casa,
pero ni en ella puede descansar. La muchedumbre tiene necesidad de oírle y de
pedirle sanación cuanto antes, como si fuera a desaparecer pronto de sus vidas.
¡Qué fuerza de atracción tenía la mera presencia de Jesús! ¡Cómo debía ser su
palabra! ¡Qué transformación interior debían experimentar los que le escuchaban
con el corazón abierto! Es la fuerza arrolladora de la santidad, de la vida
divina, esa misma de la que el Señor nos quiere hacer partícipes a todos.
No podemos
saber cómo experimentaba Jesús el paso del tiempo. Pero sabemos de su ardor:
“Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda?” (Lc
12,49). Esto a algunos se les hacía incomprensible. Entre ellos, a algunos de
sus parientes. Es duro que entre las personas que no comprenden ese fuego de
amor que bulle en nuestro corazón se encuentren algunos de nuestros parientes.
Pero, del mismo modo que nos imaginamos a Jesús siempre acogedor y cercano con
ellos, nosotros vivimos nuestra fe con la convicción de que como más podemos
ayudarlos es estando cada día un poco más cerca del Señor, haciéndoles así
partícipes, con nuestro amor y nuestra oración, de los dones que Jesús nos
ofrece y a los que intentamos corresponder con humildad y agradecimiento.
Juan Luis
Caballero
Fuente: Opus
Dei