9 – Enero. Domingo. Bautismo del Señor
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 3,
15-16. 21-22
Como el pueblo estaba expectante,
y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan
les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que
es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego
Y sucedió que, cuando todo el
pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se
abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia
corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el
amado; en ti me complazco».
Comentario
En la vida de Jesús, vemos muchos
momentos en que realiza acciones que, aparentemente, no tienen una lógica
humana ¿Por qué quiso Jesús encarnarse? ¿Por qué estuvo sujeto a María y José
toda su vida? ¿Por qué oraba Jesús si Él mismo era Dios? Y en el caso que nos
atañe en el Evangelio de hoy ¿Por qué se bautiza Jesús? Hasta Juan Bautista
trató de disuadirlo “Yo soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes
a mí?” (Mt 3, 13) Indudablemente Jesús no necesitaba hacer ninguna de estas
acciones. Entonces ¿Por qué? El Papa Francisco responde “Porque quiere estar
con los pecadores: por eso se pone en la fila con ellos y cumple su mismo
gesto”. Jesús ha querido darnos ejemplo “conviene cumplir con lo justo” (Mt 3,
13), quiere enseñarnos qué es lo mejor para nosotros.
Es una maravillosa realidad
considerar que Jesús nos ha enseñado el camino que nosotros debemos seguir. No
lo hizo porque Él lo necesitara, lo hizo porque nosotros lo necesitamos. Jesús
ha querido venir a la tierra para que fuéramos salvados y pudiésemos ser hijos
de Dios. Su Bautismo está estrechamente ligado con nuestro Bautismo. Jesús se
hace cargo de aquello que necesitamos. Y nosotros somos mendigos del amor de
Dios, de nuestro Padre Dios. Esto es lo que celebramos en el día de hoy.
Tú y yo, añade el Papa Francisco
también podemos imitar a Jesús, bajar y hacernos cargo de las necesidades de
los demás, “es también la forma en la que nosotros podemos levantar a los
otros: no juzgando, no insinuando qué hacer, sino haciéndonos cercanos, compadeciendo,
compartiendo el amor de Dios”. Estamos llamados a imitar a Cristo, y un modo
muy concreto es fijarnos en las necesidades de los demás y no tanto en las
nuestras. Salir de nosotros mismos, mirar al necesitado, al que requiere
nuestra atención, nuestro tiempo, nuestra sonrisa, etc. Imitemos a Cristo
levantando la mirada al prójimo. Este es el camino de la verdadera felicidad
porque hay más felicidad en dar que en recibir.
Otra de las gozosas enseñanzas
del Evangelio está en que todos los bautizados somos hijos de Dios. San
Josemaría escribía “El Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en
su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea
nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que
nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!” (Es Cristo que pasa, 64)
Meditar sobre nuestra condición
de hijos de Dios es una gozosa realidad. ¡Yo soy hijo de Dios! Y esto nos
enseña a mirar el mundo de otra manera. Cuando somos conscientes de esta
realidad, vemos en los demás a una persona que vale mucho. No vemos si tiene
una u otra cualidad, si tiene un color en la piel, si tiene una determinada
idea política, etc. Cuando nuestra identidad la configura el hecho de que somos
hijos de Dios, vemos que no hay “más que una raza: la raza de los hijos de
Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que
una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero
dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros” (Es Cristo que pasa, 106).
Hoy es un gran día para meditar
sobre el don recibido en el Bautismo. Lo más importante en mi vida, lo que más
me configura como persona es que soy hijo de Dios. Pidamos a nuestra Madre
Santa María que nos haga ser conscientes de la maravilla de ser hijos de Dios.
Pablo Erdozain
Fuente: Opus Dei