21 – Enero. Santa Inés
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Evangelio
según san Marcos 3, 13-19
Jesús subió al
monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad
para expulsar a los demonios: Simón, a quien puso el nombre de
Pedro, Santiago el de Zebedeo, y Juan, el hermano de Santiago, a quienes
puso el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno, Andrés,
Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de
Caná y Judas Iscariote, el que lo entregó.
Comentario
Los actos de
Jesús obran y significan al mismo tiempo. Ahora sube a un lugar elevado y llama
a doce. Doce eran las tribus de Israel. Sobre estos doce edificará el nuevo
Israel, la Iglesia. Jesús, en palabras de San Pablo, es la cabeza de la Iglesia,
en él encuentra su cohesión y de él recibe la vida. Aquellos hombres son hechos
partícipes de la potestad de Jesús: con su palabra llegarán a los corazones de
la gente y moverán a conversión y a abrirse a la gracia; con su fe expulsarán
demonios y sanarán a los enfermos. Nosotros también somos llamados a participar
de esa misión. Y será nuestra fe a través de la que el poder de Jesús actuará
en los corazones de las personas a las que hablemos.
Benedicto XVI
considera, en sus audiencias sobre los apóstoles, la variedad que hay entre
ellos. Los hay tranquilos y reflexivos. Impetuosos y vehementes. Mayores y
jóvenes. Pescadores y cobradores de impuestos. Humildes y con formación. Con
todos ellos cuenta para ir a todos los ambientes y hablar a todo tipo de
corazones. Jesús ha venido a llamar a todos. Su misión es universal. Además, él
nos elige libremente, del mismo modo que el Espíritu otorga sus dones como
considera oportuno. Y, todo ello, para que el cuerpo que es la Iglesia pueda
crecer armónicamente por la entrega mutua. Nosotros estamos también ahí, y eso
es motivo de alegría y es, al mismo tiempo, dulce responsabilidad.
La
identificación con Cristo es progresiva. Cuando uno emprende un camino, aunque
haya dado un paso decisivo –el que no empieza, no puede llegar a ningún sitio–,
está aún todo por hacer. Dos personas que se casan no se dicen: “bueno, ya
está”, sino: “bueno, ahora comienza nuestra historia”. Y para que esa historia
llegue a buen puerto es necesario crecer cada día en el amor, ir por delante,
para procurar los recursos que permitan afrontar los retos que vengan. Nadie
niega a Cristo de la noche a la mañana, sino que lo hace poco a poco, con sus
decisiones, obras y omisiones. De ahí la necesidad de tener siempre fija la
mirada en la meta, con humildad y un deseo creciente, manifestado en obras de
amor diarias.
Juan Luis
Caballero
Fuente: Opus
Dei