La diócesis de Homs para los greco-católicos, al igual que las Iglesias de otros ritos católicos y confesiones cristianas, sufrió grandes daños causados por la guerra
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El apoyo internacional es
fundamental para la reconstrucción de los edificios religiosos, sin los cuales
es difícil imaginar el regreso de la comunidad cristiana
ACN Internacional, la fundación
pontificia con sede en Alemania, pero presente en veintitrés países y conocida
como Ayuda a la Iglesia Necesitada, ha destinado recientemente 5 millones de
euros para financiar proyectos en el Líbano y Siria. Se utilizarán para
financiar nuevos proyectos, grandes y pequeños, en los dos países. Sin este
apoyo, las comunidades cristianas de Siria, atormentadas por más de 10 años de
guerra, no podrían volver a rezar en sus iglesias, que han sido dañadas,
saqueadas o incluso bombardeadas.
Ciudades destruidas
Así, en los últimos años, los
fondos de ACN Internacional se han utilizado en Homs para reconstruir la
diócesis y la catedral greco-católica en el corazón de la tercera ciudad más
poblada del país. "Cuando volví a Homs, no pude entrar en la sede
episcopal porque seguía asediada por gente armada. Pero la primera vez que
entré en la sede del episcopado fue el 9 de mayo de 2014 y la ciudad de Homs
estaba completamente destruida, todas las casas estaban arrasadas y sólo había
20 cristianos en la ciudad", relata monseñor Jean Abdo Arbash, el obispo
greco-católico.
Monseñor Arbash se arremangó para
participar activamente en la reconstrucción de algunas casas, primero de su
residencia episcopal y luego de la catedral. Y las familias cristianas de
diferentes confesiones han regresado a la ciudad. Todavía son pocos, pero ya es
una pequeña señal. La Iglesia greco-ortodoxa también ha recuperado los colores,
con 140 familias. Era la comunidad más grande antes de la guerra. Durante la
reconstrucción de la iglesia ortodoxa, se descubrió una antigua iglesia
subterránea, que data de la época de los primeros cristianos de la región, que
se escondían para rezar en cavidades excavadas bajo tierra.
Además de la guerra, la crisis
económica, la pandemia y las sanciones
Monseñor Arbash coge papel y bolígrafo y con algún dibujo explica que la situación actual es más difícil que durante la guerra que terminó en Homs en 2014 tras un acuerdo con los "terroristas" y las fuerzas gubernamentales. "Durante la guerra – explica el obispo – la situación era una cosa y después de la guerra se convirtió en otra. Durante la guerra, de alguna manera, agradecíamos a Dios por no hacernos faltar nada. Las fronteras con el Líbano y Jordania estaban abiertas y también podíamos desplazarnos. Parece paradójico, pero, efectivamente, el golpe de gracia llegó después de la guerra, con la crisis económica y la pandemia que supuso el cierre de la frontera con el vecino Líbano. Esto se suma a las sanciones impuestas a Siria, es decir, el Caesar Act firmado por el presidente estadounidense Donald Trump en 2019 y que entró en vigor en junio de 2020. Desde entonces, todas las empresas extranjeras se han retirado, dejando a los sirios a su suerte. "Nos encontramos como asediados – dice el prelado – ya no podíamos movernos, no teníamos efectivo en nuestras manos, ya no había importaciones ni exportaciones, y los precios se dispararon. La gente tocó fondo”.
Las familias se vieron sumidas en
la pobreza en muy poco tiempo, y esto se observó por primera vez en los pueblos
de la periferia de Homs, Damasco y Alepo, porque nadie tenía suficiente dinero
para llegar a ellos. Al mismo tiempo, los servicios sanitarios se han
deteriorado, carecen de medios, y una operación quirúrgica que antes de la
guerra costaba 200.000 libras sirias ahora cuesta 2 millones. Lo mismo ocurre
con los medicamentos, que están fuera del alcance con precios muy elevados.
La electricidad sólo está
disponible durante 2 horas al día
Mientras monseñor Arbash explica
la situación, se corta la electricidad, sustituida inmediatamente por un
generador. "En Homs sólo tenemos dos horas de electricidad cada 24
horas", dice. “En la mayoría de las familias que no pueden permitirse
los servicios de un generador privado o colectivo, por el que tienen que pagar
la gasolina, todo en la casa está apagado. Nevera, lavadora, televisión.
A medida que se acerca el invierno y el frío, la calefacción es un lujo
inalcanzable por el precio del combustible (mazut)”.
Todo esto no ayuda al retorno de
los cristianos. Y lo que es peor, acaba desplazando a los que hasta ahora se
han resistido. Los jóvenes no ven un futuro para ellos en el país. Se ven
afectados por formas de ansiedad y depresión. "Hace poco tuvimos 10
familias que vendieron todo para ir a Bielorrusia”, explica monseñor Arbash.
"Ahora están bloqueados en la frontera con Polonia y no pueden ir a
ninguna parte, si estas personas lo pierden todo ¿qué será de ellas?", se
pregunta.
Por último, la cuestión de la
educación. Son muchos los chicos y las chicas que ya no van a la escuela. Se
ven obligados a trabajar para complementar los ingresos familiares y poder
alimentarse. Además de esta necesidad básica, la mayoría de las escuelas han
sido destruidas y pocas han sido reconstruidas. "¿Qué podrá hacer un niño
cuando crezca si no tiene acceso a la educación? Es muy peligroso",
advierte el obispo.
“En consecuencia – añade –
debemos pensar y pedir a Dios que despierte las conciencias de los gobernantes
para que levanten las sanciones impuestas a Siria y pueda abrirse de nuevo al
mundo. La esperanza es que con la reconstrucción se pueda dar trabajo a muchos;
un salario decente, una dignidad y la paz. El fin de las sanciones también
favorecería el regreso de los cristianos. Monseñor Arbash considera que esta
presencia es muy importante no sólo para Siria, sino también para los países de
Oriente Medio. “Como obispos y servidores de Dios – concluye – debemos trabajar
con las instituciones caritativas como Ayuda a la Iglesia Necesitada, l'Oeuvre
d'Orient, y todas las demás para fortalecer y arraigar nuestra presencia,
nuestro derecho, nuestra dignidad como ciudadanos en nuestro país y en nuestra
tierra.
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