De Santander a Madrid, pasando por Orense, Asturias y Valencia. La vida episcopal del cardenal Osoro ha dotado a la Iglesia de un rostro sencillo y amable
Ordenación de Osoro en Orense. Foto: Iñaki Osorio |
José Manuel Osoro recuerda
perfectamente el día en que su hermano
Carlos le dijo que le iban a hacer obispo. «Estábamos en el coche, en
la estación. No sé si porque se iba o porque acababa de llegar. Entonces me
dijo que todavía no era público, pero que lo habían nombrado obispo de Orense»,
rememora en conversación con Alfa y Omega. Ante la noticia, el hermano del
hoy arzobispo de Madrid habla de alegría. La suya y la de su madre. «La mujer
ya estaba enferma, pero lo vivió todo con mucho orgullo». José Manuel también
destaca la capacidad de escucha de Carlos. «A todos nos gusta que nos atiendan
cuando hablamos de nuestros problemas, ideas, y a él eso se le da muy bien y lo
ha puesto en práctica toda su vida», concluye José Manuel Osoro, que anima a su
hermano a «seguir en la misma línea» desarrollada durante ministerio episcopal.
Según Estévez, el nuevo obispo
«no daba la impresión de ser novato». No en vano había sido vicario general en
su diócesis natal, Santander. «Sabía qué se traía entre manos y lo que quería
hacer», a pesar de que «él siempre dice que quiere mucho a Orense porque aquí
le enseñamos a ser obispo».
Por todo ello, «al poco tiempo,
se empezó a comentar en los ambientes eclesiales que valía tanto que nos iba a
durar poco», asegura el delegado, que describe su estilo episcopal como «muy
cercano y plagado de detalles». En este sentido, Jorge Estévez recuerda
emocionado «el abrazo que le dio a mi padre a los pocos días de llegar a la
diócesis. “Es que los papás de mis curas son un poco mi papá, que ya no está con
nosotros”».
Osoro pasó cinco años en Orense
hasta que en 2002 fue nombrado arzobispo de Oviedo. Allí se encontró con José
Antonio González Montoto, al que le unía una amistad gracias a la labor de
ambos en la pastoral juvenil. «Él había montado el club juvenil La Pajarera y
yo peregrinaba a Covadonga con los jóvenes», asegura el hoy delegado del Clero
de Asturias, que ha acompañado a Osoro en todas sus tomas de posesión.
De los siete años que el prelado
cántabro pasó en Oviedo, Montoto destaca «la vinculación que tuvo con
Covandonga» –donde llegó a crear un Instituto Mariológico–, «todo lo que hizo
por la Institución Teresiana y lo mucho que potenció el apostolado laical». Con
este bagaje, y «el trato cercanísimo que siempre brindó a unos y otros», hizo
que «la gente lo adorara», a pesar de que, en ocasiones, «el querer llegar a
todos le hacía llegar tarde a otros compromisos». Su recuerdo sigue «muy vivo
en Asturias», afirma el sacerdote.
Antes de recalar en Madrid en
2014, Carlos Osoro fue designado como arzobispo de Valencia en 2009, donde se
ganó el mote de «el peregrino», como lo llamó el Papa Francisco. «Tenía
tendencia a que le subiera el azúcar y siempre que podíamos nos íbamos andando
a visitar las parroquias», explica Álvaro Almenar, que fue su secretario personal
en aquella época. «Se metió a Valencia en el corazón. La trabajó mucho». De
hecho, «el ritmo era fortísimo. Yo me iba muchas noches a la una de la
madrugada y él seguía todavía un rato más», asegura, al mismo tiempo que revela
un aspecto poco conocido del prelado: «Es un auténtico bromista. Muchas veces
cogíamos el teléfono y llamábamos a sacerdotes y amigos haciéndonos pasar por
algún personaje conocido».
«Efectivamente, el titular sería
ese: le gustan las picardías», confirma el obispo electo de Calahorra y La Calzada-Logroño, y durante
años obispo auxiliar de Madrid, Santos Montoya, que considera a Osoro su
maestro en el oficio. De él, destaca «su capacidad de trabajo y su sencillez de
vida, huyendo de todo exceso protocolario, además de su ilusión por querer
llegar a todos, sin escorarse a un lado o al otro», concluye Montoya.
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega