19 – Febrero. Sábado de la VI semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Marcos 9, 2-13
Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte,
les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del
hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y
discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos. Le
preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir
Elías?». Les contestó él: «Elías vendrá primero y lo renovará todo. Ahora,
¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser
despreciado? Os digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han
querido, como estaba escrito acerca de él».
Comentario
Jesús quiere alimentar la esperanza de los discípulos,
manifestando su gloria ante Pedro, Santiago y Juan. Sube a un monte alto,
acompañado en primer lugar por tres discípulos, de modo análogo a como Moisés
subió al monte Sinaí acompañado por Aarón, Nadab y Abihú, seguidos por los
ancianos del pueblo (Ex 24,9). Estos mismos tres apóstoles serían aquellos a
los que llamaría en Getsemaní para que lo acompañasen más de cerca, mientras
los demás quedaban algo más retirados del lugar donde Jesús rezaba en agonía
(Mc 14,33). Contrastan las escenas de esplendor gozoso y sufrimiento angustiado
en las que Pedro, Santiago y Juan lo acompañan, pero, a la vez, ambas están
inseparablemente relacionadas. No hay gloria sin cruz.
Pedro no puede acallar su alegría y exclama: “Maestro, qué bien
estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías” (v. 5). Su petición expresa el deseo de todo corazón humano de
permanecer para siempre contemplando con gozo la gloria de Dios. A eso hemos
sido llamados, a la bienaventuranza. Con esos mismos sentimientos clamaba San
Josemaría haciendo oración mientras predicaba: “¡Jesús: verte, hablarte!
¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no
cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién
te viera para quedar herido de amor a Ti!”.
“De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos
elementos significativos –decía el Papa Francisco–, que sintetizo en dos
palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir
a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y
percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos
permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a
‘bajar de la montaña’ y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos
a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias,
ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que
atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia
que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida”.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei