16 – Febrero. Miércoles de la VI semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio
según san Marcos 8, 22-26
Llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
«¿Ves algo?».
Levantando los ojos dijo: «Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a
casa diciéndole que no entrase en la aldea.
Comentario
El evangelio
de hoy sitúa a Jesús y sus discípulos en Betsaida. Ciudad de la que Jesús dijo
“-¡Ay de ti, Corazón, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se
hubieran realizado los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que
habrían hecho penitencia en saco y ceniza”. (Mt 11, 21) Betsaida era la patria
de Felipe, Andrés y Pedro. En ella muchos milagros se habían cumplido y muchas
palabras de vida eterna se habían escuchado.
Las acciones
de Cristo para devolver la vista a este hombre ciego están cargadas de
simbolismo. En otro momento del Evangelio, Jesús cura a un ciego de nacimiento.
Mezcla la saliva con la tierra. Este gesto recuerda el pasaje del libro del
Génesis donde se narra la creación del hombre como una figura de barro a la que
el soplo de Dios infunde la vida (Gn 2,7). Jesús, al curar a ese hombre, está
llevando a cabo una nueva creación. El hombre ciego, no solo va a recuperar la
vista, sino que es llamado por Jesús a comenzar una nueva vida.
A lo largo del
todo el Evangelio, Jesús da prioridad a los milagros interiores frente a los
exteriores. Valora más el perdón de los pecados que la curación de una
enfermedad. Llama la atención como Jesús no quiere dar publicidad al milagro e
invita al hombre, tras la curación, a no pasar por la aldea. No quiere llamar
la atención, quiere nuestra conversión personal. Nosotros también estamos
necesitados de curaciones interiores, de limpiezas en nuestra alma.
Cuando nos
acercamos a la Confesión, Dios cura nuestras heridas, limpiamos el alma de
nuestros pecados. Y entonces, vemos las cosas más claras, más nítidas. San
Josemaría lo expresaba así “Si alguna vez caes, hijo, acude prontamente a la
Confesión y a la dirección espiritual: ¡enseña la herida!, para que te curen a
fondo, para que te quiten todas las posibilidades de infección, aunque te duela
como en una operación quirúrgica.”
[1] San Josemaría, Forja, n. 192.
Fuente: Opus Dei