27– Febrero. VIII Domingo del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 6, 39-45
Les dijo también una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay
árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello,
cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni
se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que
atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal;
porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Comentario
En el evangelio del domingo
pasado Jesús pedía extremar la caridad con los enemigos y los que nos odian (Lc
6,27-38). Con otra breve colección de dichos, el Maestro exige ahora el mismo
grado de heroísmo en las situaciones cotidianas. Si hemos de vivir la
comprensión y el perdón con aquellos que nos persiguen o desprecian, más aún
debemos tratar con extremada delicadeza y humildad a quienes Dios ha puesto
junto a nosotros. Teniendo en cuenta lo que explicaba con humor san Josemaría:
que “ninguno se va a santificar por medio del Preste Juan de las Indias, sino
con el trato de las personas que tenemos a nuestro lado”[1].
En primer lugar, Jesús nos
previene contra un peligro sutil y común en el trato con los demás: el
progresivo olvido de los propios defectos, mientras centramos la atención en
los defectos ajenos e incluso proyectamos en ellos los nuestros. Pero “¿acaso puede
un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. Está ciego para
ayudar a los demás quien no lucha primero contra los propios defectos.
Con la hipérbole semítica de la
“mota en el ojo ajeno y la viga en el propio” nos advierte el Maestro de esta
manifestación de falta de humildad. Una mota en el ojo irrita mucho, impide ver
y no se quita sin ayuda de otros. Pero mucha más ceguera y molestia supondría
una viga entera; nos llevaría incluso a hacer el ridículo ante los demás que
señalarían la evidencia de nuestros propios defectos.
La solución a este peligro es
clara: examen personal, humilde y exigente, y comprensión llena de caridad
hacia los demás. Así explicaba san Josemaría la actitud que Jesús nos pide:
“Cada uno de nosotros tiene su carácter, sus gustos personales, su genio –su
mal genio, a veces– y sus defectos. Cada uno tiene también cosas agradables en
su personalidad, y por eso y por muchas más razones, se le puede querer. La
convivencia es posible cuando todos tratan de corregir las propias deficiencias
y procuran pasar por encima de las faltas de los demás: es decir, cuando hay
amor, que anula y supera todo lo que falsamente podría ser motivo de separación
o de divergencia. En cambio, si se dramatizan los pequeños contrastes y mutuamente
comienzan a echarse en cara los defectos y las equivocaciones, entonces se
acaba la paz y se corre el riesgo de matar el cariño”[2].
Como expresa el Apóstol san Juan, Jesús nos pide amarnos “no de palabra ni con la boca, sino con obras y de verdad” (1 Juan 3,18). Puede resultar fácil denunciar los defectos ajenos. Más difícil resulta, pero mucho más eficaz, animar a los demás a corregirse por medio del ejemplo y el testimonio de nuestra lucha personal. Quizá por eso Jesús también señala en este evangelio que los árboles se conocen por sus frutos. Y no hay árbol bueno que dé mal fruto ni al contrario. Jesús nos anima a tener un corazón como el suyo, que evidencia con obras su inmensa caridad. Como explica el Papa Francisco, “se reconoce si uno es un verdadero cristiano, al igual que se reconoce a un árbol por sus frutos”. En unión con Jesús, “toda nuestra persona es transformada por la gracia del Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque somos unidad de espíritu y cuerpo. Recibimos una forma nueva de ser, la vida de Cristo se convierte en la nuestra: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús”[3]. Entonces nos resultará fácil ser humildes y comprensivos, ayudar a los demás a mejorar y extremar la caridad con obras y de verdad.
Pablo Edo
Fuente: Opus Dei