Está en Nablus, ciudad de 150.000 habitantes, con sólo 600 cristianos
El murciano Miguel Pérez Jiménez, sacerdote del Patriarcado Latino de Jerusalén, tomó posesión cómo parroco en Nablus el pasado mes de agosto |
Miguel Pérez Jiménez es un sacerdote de 30 años
de Murcia pero perteneciente al Patriarcado Latino de Jerusalén. Cuarto de diez hermanos,
pertenece al Camino
Neocatecumenal y tras sentir la llamada al sacerdocio fue enviado al Seminario Redemptoris Mater de Galilea, donde fue ordenado
en 2018.
Pese a su juventud atesora una importante experiencia pastoral tanto en
Israel, en Galilea y en la ciudad turística de Eilat, así como en el mundo
islámico tras varios años en Jordania
y ahora en Palestina, habiendo sido nombrado párroco en Nablus el pasado
mes de agosto.
Habla árabe y hebreo y conoce perfectamente el conflicto entre Israel y Palestina. En
medio se encuentra en medio la minoría cristiana, cada vez menos numerosa, que
habita en Tierra Santa.
-¿Cómo fue la llamada a
ser sacerdote?
-Reconozco que desde pequeño sentía una llamada a la vida
misionera en general, pero no precisamente como cura. Con catorce años empecé a
formar parte del Camino en una comunidad en la que éramos casi todos jóvenes,
lo que hizo que me sintiera muy a gusto en ese ambiente. Recuerdo que poco a poco la
Palabra de Dios empezaba a tocarme dentro y a darme alegría, y en varias
ocasiones sentí que Dios me podía estar llamando al sacerdocio, pero como todo
joven tenía grandes deseos de experimentar la vida y el mundo. Conforme
avanzaba en la adolescencia me fui adentrando más en el mundo de las
borracheras, las tascas y los porros. Digamos que eso no es algo raro en la
juventud de Murcia, sin embargo, lo que empezó siendo una forma de divertirse
los fines de semana empezó a convertirse en una filosofía de vida.
Mi gran afición por el arte me puso en contacto con ambientes
donde se movían muchas formas de ideologías liberales. Fue el ambiente perfecto para que
se estimularan en mí pensamientos nihilistas y actitudes anarquistas. Empecé
a sentir un gran escándalo por el sufrimiento humano; mi joven corazón veía en
cualquier forma de autoridad el origen de todos los males que yo veía en el
mundo.
Mi plan de vida era terminar el instituto y después dedicarme
únicamente al arte, ya que no encontraba sentido en ninguna otra cosa. Todo lo
que me habían enseñado cada vez me parecía más absurdo y mis pensamientos se
estaban volviendo cada vez más amargos. Si la vida es injusta, si está llena de
sufrimientos y abusos, si yo soy infeliz, quiere decir que en el fondo Dios no
es bueno, y, por tanto, aunque existiera (me decía yo en ese tiempo) yo no
querría ir con él. Mi idea
de Dios se volvió más abstracta: Dios es la belleza, el amor, la naturaleza, la
energía… El tema de la vocación quedó completamente olvidado.
-¿Cómo acabaste siendo seminarista en
Tierra Santa?
-Dios no se iba a rendir tan fácilmente. Participé en una
convivencia con mi comunidad, en la que yo le daba a Dios la última oportunidad:
“si existes házmelo ver en esta convivencia”. El impacto fue inminente, allí me dijeron que el amor y la
libertad que buscaba sólo me las podía dar Jesucristo y me invitaron a cargar
con la cruz, lo cual me escandalizaba profundamente. Pero acepté el reto y
le pedí a Dios que me ayudase a construir mi vida, porque yo la estaba
destrozando. A los dos días literalmente, me invitaron por casualidad a un
encuentro vocacional. Allí estaban ayudando a los jóvenes a discernir su
vocación. Yo no entendía que hacía allí, no pensaba en ese momento que yo fuera
a ser cura. Sin embargo, me ofrecieron la posibilidad de entrar en un seminario
misionero “allí donde la Iglesia lo pidiese”. Acepté sabiendo que eso era lo
que Dios quería para mí. Entendí que era Él el que me estaba dando a mi otra
oportunidad.
Así empecé mi formación en el Seminario Redemptoris Mater de
Galilea. Al principio no fue fácil. Yo estaba creciendo y saliendo de una
fuerte crisis juvenil, allí me guiaron con paciencia y con gran amor, nunca me
exigieron ser alguien que yo no era, ni me sugestionaron para hacerme cura,
sólo querían que yo fuera feliz encontrándome con Dios. Y así fue, el hecho de
seguir mi itinerario neocatecumenal incluso durante el tiempo del seminario me
ayudó a poder reconciliarme poco a poco con mi historia y a descubrir el amor
de Dios en mi cruz. Después
de cuatro años de seminario por fin abracé con plena conciencia esta vocación
de hacerme presbítero misionero quedándome en la diócesis Tierra
Santa. Mi ordenación sacerdotal fue el 16 de junio de 2018, después de nueve
felices años de seminario.
-¿Cómo ha sido vivir esta
formación en la misma tierra que pisó Jesús?
-Encontrarme en Tierra Santa fue un signo inequívoco del amor de
Dios por mí: “¡Pero Efraín, tu eres mi hijo más querido! ¡Eres el niño en que
me complazco!” (Jer 31, 20). Era
como si Dios me hubiese puesto lo más cerca posible de él. Aquí el
Evangelio resuena de una forma muy particular: Cada monte, cada valle, cada
Iglesia, cada pueblo, … todo te habla de Dios y de su paso en el mundo. Me
formé en un seminario que se encuentra cerca de la orilla de Lago de Galilea,
con grandísimos profesores de “Sagrada Escritura” (y compañeros que hasta hoy
son como hermanos), residiendo por periodos en Jerusalén y paseando por las
calles de Nazaret. Sólo puedo decir que “donde abundó el pecado sobreabundó la
gracia”.
-Estos años en Tierra
Santa, ¿te han permitido conocer bien el cristianismo en este lugar así como a
los judíos y a los musulmanes?
-Nuestro centro de estudios se encuentra en Galilea, donde
trabajábamos sobre todo en la pastoral con los árabes cristianos. Galilea está en territorio
israelí, lo que me permitió conocer de cerca al pueblo judío, donde se
encuentran las raíces de nuestra fe.
Pero, paradójicamente, los
israelíes son mayoritariamente no practicantes y muy tendentes al ateísmo,
tanto práctico como profesado. Esta realidad de secularización del
mundo judío la conocí especialmente después de dos años de Seminario, cuando me
mandaron un año a la ciudad turística de Eilat (al sur de Israel). La mayoría
de nuestros parroquianos eran trabajadores inmigrantes (entre ellos africanos,
filipinos, indios, latinoamericanos…).
Allí me encontré con una ciudad materialista que sólo cree en el
dinero y en el placer, con todo lo que eso comporta: desintegración familiar,
opresión laboral, racismo, soledad, alcoholismo… Fue para mí una lección de
vida, ya que allí vi lo que le pasa a una sociedad cuando pierde la fe. Al mismo tiempo allí me encontré
con una comunidad cristiana de personas pobres y sencillas que daban testimonio
de Cristo, también en sus puestos de trabajo, a través de su humildad y su
perdón hacía los que les hacían el mal. Éramos una comunidad parroquial pequeña
y multicultural, que veíamos como Dios nos hablaba y actuaba en nosotros. En
ese tiempo aprendí a amar al que me hace daño sin defenderme y sin escandalizarme
del sufrimiento. Entendí que la cruz de Cristo es la cura para todo odio, toda
xenofobia y también para toda tristeza.
-Y después de Eliat, ¿qué pasó?
Después de este año en Eilat volví al seminario y seguí los
estudios de teología, ya más edificado en la fe. Al terminarlos me mandaron a Jordania, a Fuheis (cerca de
Amman), donde pasé cinco años en la misma parroquia: un año como
seminarista de experiencia pastoral, un año como diácono y tres como sacerdote
coadjutor. En Jordania me encontré más cara a cara con el mundo islámico.
De hecho, el diálogo interreligioso no se practica exclusivamente
en las sedes de la ONU, o en las universidades o en el Vaticano. Yo diariamente hablaba de religión
con los musulmanes en cualquier parte, en el taxi, en el autobús, en la
cafetería, en el hospital, en el centro comercial, donde surgiera. Mi
experiencia me lleva a afirmar que lo que más ayuda a que se cree este diálogo
es tener clara la propia fe y la propia identidad, y a partir de ahí acoger al
otro tratando de entenderle profundamente. Por desgracia el fanatismo religioso
ha tomado mucha fuerza en las últimas décadas, especialmente en Oriente Medio.
Pero esto no debe desilusionarnos, en el corazón de los musulmanes se encuentra
lo mismo que se encuentra en el corazón de cualquier persona de cualquier
religión y de cualquier cultura, se encuentra en ellos lo mismo que se
encuentra en tu propio corazón. No es otra cosa que un deseo grande de ser
amado, un deseo grande de encontrar sentido al sufrimiento y de experimentar
que Dios es un Padre bueno. Es por eso que el diálogo interreligioso no es
únicamente discutir cuestiones dogmáticas, sino que es transmitir el amor de
Dios, esto se hace con respeto, con amabilidad y con una acogida sincera de la
diferencia.
Aunque he tenido contacto con gente de otras religiones, mi labor
va dirigida en primer lugar hacia los cristianos locales. Nuestra diócesis se
conoce como el Patriarcado latino de Jerusalén y abarca Israel, Palestina,
Jordania y Chipre. Este dato hace que nuestra diócesis sea muy particular, ya
que en una misma diócesis encuentras comunidades cristianas con caracteres muy
diferentes. En general la
mayoría de los cristianos son de cultura árabe, sin embargo, en cada país éstos
tienen peculiaridades distintas y viven en circunstancias sociales
diferentes. Esto hace que nuestra vida aquí sea todavía más complicada, ya que
cada vez que cambiamos de destino tenemos que acostumbrarnos a tradiciones y a
costumbres diferentes. Por supuesto, esta variedad es una riqueza, además vemos
como la Iglesia camina con el hombre sea cual sea su situación o su cultura.
-Desde hace unos meses
eres párroco en Rafidia, en la ciudad cisjordana de Nablus. ¿Cómo está siendo
la experiencia hasta el momento?
-He llegado a Nablus después de cinco años en Jordania, que es un
país bastante estable. Además, yo estaba en Fuheis, una pequeña ciudad de
cincuenta mil habitantes donde el 99% de la población es cristiana. De repente me encontré en una
ciudad de más de ciento cincuenta mil habitantes de los que sólo unos
seiscientos son cristianos. A pesar de ser pocos, su presencia es notable y
positiva, es muy normal entre los cristianos de Oriente encontrar gente formada
y emprendedora. Además en Palestina el porcentaje de cristianos era muy alto
cuando empezó el conflicto, por lo que muchas veces se convertían en un punto
de referencia para toda la sociedad palestina. Pero, por desgracia, como ya he
dicho antes, el fanatismo islámico está fermentando de una manera silenciosa y
casi invisible para el que mira desde fuera. Nuestros cristianos lo sufren en
su día a día. Por otra parte, el conflicto con Israel se vive muy a flor de
piel. En esta región hay muchos asentamientos judíos, por lo que la presencia
del ejército israelí es muy latente a las afueras de la ciudad y hay conflictos
con los ‘colonos’ (israelíes que habitan en asentamientos construidos en zonas
palestinas) con mucha frecuencia.
-¿Qué opinan de la
presencia de un europeo como tú en sus calles?
-A los habitantes de Nablus les sorprende mi presencia. Están acostumbrados a ver
extranjeros que vienen y se van, pero no europeos que llevan tantos años y no
tienen intención de irse. La mayoría de los jóvenes de aquí querrían vivir
en el extranjero, por lo que no entienden que yo haya venido aquí dispuesto a
quedarme para el resto de mi vida. Al final se sienten agradecidos, además
porque hablo un árabe muy dialectal y conozco bien sus tradiciones, lo cual les
llama mucho la atención. Digamos que me sienten cercano.
-¿Cómo viven su fe los
cristianos palestinos de Rafidia con los que convives?
– Los cristianos son una minoría, por lo que su fe no es sólo una cuestión
espiritual o de convicción personal, sino que la religión es también para ellos
una forma de identificación social. Los árabes cristianos son fácilmente
distinguibles, ya que muchas veces tienen nombres o apellidos que son casi
exclusivamente usados por ellos. También acostumbran a llevar colgada la cruz o
el rosario o incluso tatuarse símbolos cristianos, además de que las mujeres
cristianas no usan velo como las musulmanas.
La parroquia es para ellos el lugar que les reafirma en su
identidad. Además la iglesia en Oriente tiene un papel jurídico mayor que en
otros países. Por ejemplo, el matrimonio civil no existe en la mayoría de los
países de Oriente Medio, por lo que todos los cristianos tienen que casarse por
la iglesia. Asimismo, son los curas los que hacen los certificados de herencia.
Para los palestinos está prohibido entrar en la zona israelí sin un permiso
especial; también la iglesia se encarga de la burocracia para conseguir esos
permisos para los cristianos palestinos. En resumen, el cura aquí tiene una función social muy marcada. Pero
esto también es bonito, ya que todos los cristianos tienen que pasar por la
parroquia para las cuestiones burocráticas, por lo que espontáneamente se crean
muchos contactos y muchos lazos con los feligreses.
-¿Cómo es la realidad
religiosa de la parroquia?
-La vida de la iglesia aquí no se centra todo en cuestiones
burocráticas, de hecho, el pueblo árabe es un pueblo bastante religioso que valora las actitudes
piadosas y busca una moral familiar sólida. Las parroquias aquí suelen
tener actividades y grupos de diferente índole. Por ejemplo, en mi parroquia
tenemos tres grupos de jóvenes (un grupo para los de primaria, otro para
secundaria y bachiller y el tercero para los mayores), un grupo de la Legión de
María, una comunidad neocatecumenal, un grupo de monaguillos y un pequeño coro.
Pero no podemos pasar por alto que la secularización también está llegando a Oriente y que
cada vez los lazos sociales se están debilitando más. También los valores
familiares se están perdiendo y, como consecuencia, la vida espiritual se está
enfriando. La mentalidad materialista y consumista está llegando también al
mundo árabe. Es por eso que, al igual que en el resto del mundo, la primera
labor que debe realizar la Iglesia es hacer que el fiel se encuentre con el
amor gratuito de Dios.
– ¿En qué lugar se
encuentran los cristianos árabes de tu parroquia en un conflicto tan enquistado
y complejo como el de Israel y Palestina?
–Ellos se sienten
plenamente palestinos y están orgullosos de serlo. Al principio del
conflicto representaban una gran parte de la población palestina, por lo que
muchos cristianos fueron protagonistas de la causa palestina. Incluso la
iglesia se involucró en ocasiones en las cuestiones políticas con posturas
marcadamente propalestinas.
Hoy los cristianos, por lo general no son activistas políticos.
Por una parte, el número de los cristianos ha disminuido muchísimo; por otra,
algunas personas se empeñan en dar a la causa palestina el espíritu del
fanatismo islámico, haciendo que los cristianos se sientan ajenos a esos
ambientes. No hay nada
nuevo en decir que tal fanatismo musulmán es siempre anticristiano, por lo
que nuestros fieles no reniegan de la causa palestina, pero es verdad que, por
lo general, rechazan las actitudes guerrilleras. Se preocupan más por los
estudios y la formación académica y profesional de sus hijos.
– ¿Nos puedes contar
alguna situación reseñable que haya vivido en este tiempo en Nablus?
-Hoy mismo he ido a visitar al cura ortodoxo que vive en la
iglesia del Pozo de Jacob (donde Cristo se encontró con la samaritana), que se
encuentra aquí en Nablus. El
sacerdote acaba de volver del hospital porque le lanzaron un coctel molotov en
su convento. Él salió a mirar qué había pasado y le lanzaron una
piedra que le ha dado en la mano. Lo han atacado muchas veces y han disparado a
la puerta de su convento otras tantas. Los hebreos quieren ese sitio porque es
un lugar santo para ellos; por otra parte, la iglesia está en uno de los peores
barrios de Nablus, donde hay fanáticos musulmanes a los que no les agrada la
presencia de la iglesia. Así que a lo largo de los años lo han atacado tanto
árabes como hebreos. Esta vez los agresores eran chicos árabes muy jóvenes y
gracias a Dios no le han causado grandes daños al sacerdote de 81 años. Pero
¿quién los ha inducido? ¿A quién hay que responsabilizar? Se sabe que también
hay palestinos que colaboran con los judíos. La policía ha cogido a los chicos,
pero, sea que trabajen para israelitas, sea que se trate de fanáticos
religiosos, saldrán de la prisión como si nada, igual que pasa siempre.
-Te ha formado en Israel
y ahora eres párroco en Palestina, por tanto conoces bien la realidad social de
ambos lugares…
-Mi experiencia es que aquí hay un choque cultural entre el estado
de Israel y el mundo árabe. No
es sólo una cuestión de política, estamos hablando de dos cosmovisiones
incompatibles en una misma tierra. Además de que llevan más de setenta
años de conflicto, con abusos, agresiones, ofensas y muertos por las dos
partes. No hay tratados de paz que vayan a sanar esto. Por otra parte, la
existencia de Palestina da cohesión social a Israel, le permite desarrollar
tecnología y armas con la excusa de la seguridad… Al mismo tiempo, a los
gobernantes de Palestina les interesa esta situación para seguir recibiendo
ayudas internacionales, de las que la gente corrupta se beneficia siempre. En ambos lados, a la gente que
tiene el poder no les interesa la paz.
Pero a pesar de mi visión pesimista, creo en la bondad del ser
humano. Creo que todos
estamos llamados a reconocer a Dios como Padre, lo cual nos hace
hermanos de los demás, incluso del que siempre ha sido mi enemigo. No se cómo
va a desarrollarse todo esto, lo que sé es que es necesario que haya gente de
paz que ilumine el camino.
En lo que se refiere a nuestra vida cotidiana, los curas nos
movemos mucho entre Israel y Palestina, sus fronteras y check
points. Sufrimos
este conflicto en nuestra vida cotidiana, sin ficciones ni simulacros. Es
posible que estudiando la historia del conflicto alguien empiece a creer que
entiende algo. Cuando escuchas entrevistas como esta te da la impresión de que
estás entendiendo algo. Cuando has vivido años aquí y has estado en las dos
partes crees que entiendes algo. Pero cuanto más pasa el tiempo más me doy
cuenta de lo poco que se entiende todo esto. Lo más ridículo es ver con qué
facilidad hacemos juicios morales o adoptamos posiciones polarizantes. Todo
este conflicto no se entiende desde Occidente. En mi opinión ,nuestros esquemas
no sirven para entender lo que pasa aquí.
-¿Qué es lo que más te
ha llamado la atención de Tierra Santa?
-Lo que más me llama la atención de Tierra Santa es que es una
tierra llena de injusticias, violencia, miedo, abusos … Pero esto no me
escandaliza, ni me extraña. Al
contrario, aquí se entiende mejor la misión de Cristo, que no vino a esta
tierra sólo para hacer estructuras sociales justas, sino para abrir el
camino hacia el cielo, para enseñarnos a cargar la cruz y a amar al que
destruye mi “paz interior” o mi proyecto de egoísta de tranquilidad. Es sólo
así como se puede experimentar la resurrección ya en esta vida.
- Y para acabar, ¿cuál
es tu lugar favorito en la tierra de Jesús?
-Nazaret,
porque es donde el Verbo se hizo carne, donde Dios nos bendijo en nuestra
condición humana, donde se me da autorización para ser débil. Además de que se
conservan estupendamente restos arqueológicos de todas las épocas cristianas.
Es también el lugar donde se celebra la universalidad de la Iglesia. Allí está
la casa de la Sagrada Familia, de la que todos los cristianos formamos parte;
es la casa de todos. Con una sola vista puedes hacerte una idea de lo importante
que son los acontecimientos bíblicos para toda la humanidad.
Publicado originariamente en la Fundación Tierra Santa.
Javier
Lozano
Fuente: ReL