¿Has experimentado alguna vez la agradable sensación de cómo alguien puede hacer que te sientas único? Sentirse único y querido es algo que a todos nos gusta, que necesitamos
Miriam Esteban |
Sentirse único y querido es el
primer ingrediente para alcanzar la felicidad en esta vida. El 31 de enero
celebramos la fiesta de San Juan Bosco, un santo que nos dejó a través de su vida y
obra grandes consejos para la educación en la infancia y en la juventud. Su
sabiduría puede servirnos de guía para la educación de los hijos en el seno de
una familia cristiana. Y más en estos tiempos de pandemia.
El 25 de marzo de 2020, ante la
crisis del coronavirus que afectaba a toda la humanidad, el Papa Francisco nos dejó estas palabras:
“Queridos hermanos y hermanas,
cada vida humana, única e irrepetible, vale por sí misma, constituye un valor
inestimable y hay que anunciarlo siempre de nuevo, con la valentía de la
palabra y la valentía de las acciones. Para ello hacen falta solidaridad y amor
fraternal por la gran familia humana y por cada uno de sus miembros.”
¿Cómo conseguía esto? ¿Cómo
podemos imitarlo nosotros?
Para San Juan Bosco la
educación se basa en el amor:
"No basta con quererlos, ellos han
de darse cuenta de que se les quiere.”
Era capaz de hacer sentir a cada
muchacho de un modo particular que era querido, valioso, estupendo y que la
vida tenía grandes planes para él, los planes de Dios.
¿Cómo lograr que se sienta
querido?
Cuando queremos a alguien, le
estamos diciendo que confiamos en él, que estimamos sus virtudes, le
empoderamos, pues reforzamos su autoconcepto o confianza. Don Bosco conseguía
que sus chicos se sintiesen elegidos, únicos y afortunados gracias a ese amor
fraternal que practicaba con ellos (una palabrita al oído, compartir juegos,
consejos, teatro, risas, sus famosas buenas noches…).
Para imitar a san Juan Bosco como
educadores no hay truco ni recetario, pero sí un verbo infalible: “estar”.
Si algo caracteriza “la manera”
de Don Bosco es el “estar estando”. Para él era importantísimo el
dedicar tiempo y cariño, darse desde el corazón a los chavales y acompañarlos
en cada momento significativo de su vida, poniendo confianza en ellos,
preocupándose por ellos. En definitiva, un “estar con ellos de parte de Dios”.
Desde este “estar”, el santo construye el afecto entre el educador y los
chavales, creando un clima de familia y agradecimiento.
Imitemos a don Bosco en ese amor
fraterno y así conseguiremos con nuestros muchachos desarrollar el
autoconocimiento, reforzar su autoestima, el apego seguro y poco a poco, casi
sin darnos cuenta, iremos entrando en su corazón.
Tratemos de buscar “una
relación humana atenta a la persona del joven, sinceramente cordial y
afectuosa, inspirada desde la caridad cristiana, que impulsa al educador a
acercarse para comprenderlo y hacerse cargo de sus necesidades y de sus
problemas’’. (Bosco, Memorie dell’Oratorio, Librería Ateneo Salesiano,
Roma 2011, 128).
Esta forma de mirar a los
muchachos conlleva un lazo cristiano, un encuentro fraterno que posibilita
encontrar a Dios en cada niño o joven.
San Juan Bosco supo vivir, con
alegría y confianza en el Padre, la aventura de la trama pedagógica. No se
trataba de una alegría teórica. Se trata de una alegría que educa desde la
vida.
Por tanto, como decía san Juan
Pablo II:
¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a cada vida, a toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad!” (Enc. Evangelium vitae, 5).
Miriam
Esteban Benito
Fuente: Aleteia