"Decir que era un ángel daría risa. Pero tampoco se puede decir que fuera un perro común y corriente"
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Son muchas las personas que
pueden testimoniar un acto heroico de su mascota, han advertido de un futuro
accidente, han alertado de la entrada de alguno que quién sabe con cuáles
pretensiones intentaba entrar a casa, han prevenido alguna violencia doméstica,
o han ayudado a encontrar el camino a una persona perdida.
Y también Don Bosco tenía su
mascota misteriosa que aparecía y desaparecía en su vida defendiéndolo de
ataques de malvivientes o acompañándolo por calles considerablemente inseguras.
Él mismo cuenta en sus Memorias
del Oratorio cómo apareció en su vida en 1852 el perro lobo al que
bautizó Grigio (Gris en italiano):
“Una noche
oscura, a hora algo avanzada, tornaba a casa solo –no sin cierto miedo–, cuando
descubro junto a mí un perro grande que, a primera vista, me espantó; mas, al
no amenazarme agresivamente, antes al contrario, hacerme carantoñas cual si
fuera su dueño, hicimos pronto buenas migas y me acompañó hasta el Oratorio.
Cuanto sucedió aquella noche, ocurrió otras muchas veces; de modo que puedo
decir que el Gris me prestó importantes servicios”.
“A finales de noviembre de 1854,
una tarde oscura y lluviosa, volvía yo de la ciudad y, para no hacer un largo
camino en solitario, bajaba por la calle que desde la Consolata termina en el
Cottolengo. A un cierto punto, percibo que dos hombres caminan a poca distancia
delante de mí.
Aceleraban o retardaban su paso
cada vez que yo aceleraba o retrasaba el mío. Cuando trataba de cambiar de
acera para evitar el encuentro, hábilmente, ellos se colocaban delante de mí.
Intenté desandar el camino, pero no me fue posible, porque ellos dieron
repentinamente dos saltos hacia atrás y, sin pronunciar palabra, me arrojaron
una capa sobre la cara. Hice cuanto pude para no dejarme envolver, pero todo
fue inútil; es más, uno de ellos trataba de taparme la boca con un
pañuelo. Quería gritar, pero ya no podía hacerlo. En aquel momento
apareció el Gris, y aullando como un oso se abalanzó con las patas contra la
cara de uno y con la boca abierta contra el otro, de modo que tenían que
envolver al perro antes que a mí.
-Llame a este perro, se pusieron
a gritar temblando.
-Lo llamaré; pero dejad en paz a
los transeúntes.
-Pero llámelo enseguida,
exclamaban.
El Gris continuaba aullando como
lobo enfurecido”.
Al menos tres veces fue defendido
por el can de los ataques de malhechores, según varios testimonios y en al
menos otras dos ocasiones Gris apareció misteriosamente de la nada indicándole
el camino cuando se encontraba perdido.
Y lo más increíble de toda esta
historia es que Gris defendió al santo en vida, y continuó protegiéndolo
después de muerto como lo testimonia el señor Renato Celato, chofer confiable y
discreto de cuatro rectores salesianos.
En una entrevista cuenta
detalladamente este hecho bastante curioso:
“Era el 5 o 6 de mayo de 1959,
después de la inauguración del gran templo de Cinecittà. Estábamos regresando
de Roma con la urna de Don Bosco. La urna había estado en Roma durante varios
días. Había ido a honrarlo incluso el papa Juan XXIII.
La urna de Don Bosco permaneció
dos días en San Pedro, mientras que estaba haciendo los trámites para el viaje
de regreso a Turín. Dejamos Roma en la tarde. Estaba oscureciendo.
Teníamos que llegar a La Spezia a
las cuatro de la mañana, pero estábamos cansados y don Giraudi nos aconsejó
parar un par de horas en Livorno con los salesianos.
El sacristán había abierto las
puertas de la iglesia a las cuatro y media y vio a un perro que se agachaba y
estaba en la puerta y le dio una patada para tirarlo fuera. Sin reaccionar, el
perro se había retirado a un lado y esperó la llegada de la urna.
Cuando llegamos, llevamos la urna
a la iglesia y la apoyamos sobre unos bancos de madera, el perro nos siguió y
se acomodó debajo de la urna. Allí nadie lo tocó.
Luego, cuando comenzó a llegar la
gente y se inició la Santa Misa, el director estaba preocupado y le dijo a la
policía: “Saquen a esta bestia que se encuentra debajo de la urna”.
Pero no pudieron.
El perro rechinando los dientes
que parecía enojado, permaneció allí hasta el mediodía. En ese momento se cerró
la iglesia. El perro salió y comenzó a vagar entre los chicos en el patio.
Los chicos estaban naturalmente
felices de tenerlo en medio de ellos: ellos lo acariciaban, le jalaban de la
cola. Me uní junto a los chicos cerca al perro.
He dicho muchas veces que pude
ver, tocar, acariciar ese misterioso perro.”
Cuando la urna con los restos de
Don Bosco partió para su destino, Gris volvió a desaparecer misteriosamente.
El señor Celato documentó lo
acontecido con algunas fotografías.
«Decir que era un ángel daría risa. Pero tampoco se puede decir que fuera un perro común y corriente» (San Juan Bosco)
Maria
Paola Daud
Fuente: infoans.org, sdb.org