18 – Marzo. Viernes de la II semana de Cuaresma
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 21,
33-43. 45-46
Escuchad otra parábola:
«Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?».
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor
quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os
quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus
frutos.
Los sumos sacerdotes y los
fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y,
aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.
Comentario
El evangelio de la misa nos
recuerda una de las parábolas de Jesús más dramáticas. Y lo es porque pone al
descubierto lo oscuro que hay en el corazón del hombre. La imagen de la viña
nos remite al Antiguo Testamento y, de un modo muy particular, al capítulo
quinto del libro de Isaías. La viña es Israel, el pueblo sobre el que Dios ha
derramado de un modo tan especial su amor y sus dones. La viña nos habla de
cuidado, de frutos, de vida. Jesús intentó con su predicación y sus obras
hacernos comprender lo inconmensurable del amor de Dios Padre por nosotros: un
amor fiel que nunca se retira, ni siquiera cuando es rechazado.
La parábola del Señor nos habla
de personas que han dado la espalda al amor de Dios y han pervertido el
depósito que ha sido puesto en sus manos. De nuevo el desagradecimiento, el
orgullo y la codicia en el origen de la destrucción y la muerte. Una ceguera,
un tanto irracional, podría llevarnos a pensar que, lo que tenemos, lo tenemos
por mérito propio: que nadie nos lo ha dado. Un corazón endurecido podría llegar
a mirar el resto de la creación en función del propio beneficio. Tan triste una
cosa como otra: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por
qué te glorías, como si no lo hubieras recibido? (1Co 4,7); Que nadie
abuse ni engañe a su hermano (1Ts 4,6).
Los frutos vienen del
agradecimiento y del amor humilde. Somos criaturas, y Dios ha querido hacernos
partícipes del cuidado y gobierno de lo que ha salido de sus manos, de toda la
creación. Pero de un modo muy particular de las personas y, entre ellas, con
especial empeño, de las que comparten nuestra fe. La consecuencia lógica es
clara: acoger con humildad los dones de Dios, ponernos al servicio de los
demás, sabernos portadores del Evangelio para que todos puedan llegar a conocer
el amor de Dios por ellos y a qué nos llama. Todo esto solo es posible si
acogemos a Cristo, piedra angular, porque solo él es capaz de iluminar todo
nuestro ser, de hacernos experimentar en plenitud el amor del Padre, y de mirar
a todos como amados del Padre.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei