2 – Marzo. Miércoles de Ceniza
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 6, 1-6.
16-18
Cuidad de no practicar vuestra
justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no
tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna,
no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas
y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han
recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa
tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en
secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara
triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los
hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. Tú, en
cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu
ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu
Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
Comentario
Hoy comienza la Cuaresma, los
cuarenta días de preparación para la Pascua, y la Iglesia, como cada año, alza
la voz recordando a los cristianos la llamada a la penitencia y a la conversión
personal.
El morado de las vestimentas
sacerdotales y del velo que cubre el sagrario entra por los ojos y la sentencia
“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” nos introduce en este
tiempo litúrgico que antecede a los misterios centrales de nuestra fe.
En el pasaje evangélico que la
Iglesia nos invita a considerar hoy, el Señor se centra en los actos
fundamentales de la piedad individual: la limosna, el ayuno y la oración.
No hay mayor sacrificio que un
corazón puro (cfr. Salmo 50), por eso, Jesús, frente a un posible cumplimiento
meramente externo de estas prácticas, nos enseña que la verdadera piedad ha de
vivirse con rectitud de intención, en intimidad con Dios y huyendo de toda
ostentación.
Si la pureza de corazón se logra
mediante una comunión íntima con el Señor, la oración necesariamente ha de ser
una operación marcada por la sencillez y la veracidad con la que buscamos al
Señor y nos dejamos encontrar por Él.
“Que nuestra mente esté en
conformidad con lo que dicen los labios”, escribía san Benito en su
famosa Regula. Y ahora, en este tiempo de especial penitencia, podemos
decir también que nuestros sentidos, nuestro cuerpo y todas nuestras acciones
estén en conformidad también con lo que decimos de palabra.
Por eso la oración se encuentra
tan ligada al ayuno y a la limosna. Un diálogo personal y amoroso con nuestro
Padre Dios que no va acompañado de obras es difícil que muestre una oración
auténtica, una oración que da vida a los demás y que nos cambia la vida.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei





