7 – Abril. Jueves de la V semana de Cuaresma
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Evangelio según san Juan 8, 51-59
En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».
Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le
dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».
Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas,
pero Jesús se escondió y salió del templo.
Comentario
Nos acercamos a la Semana Santa y
la liturgia nos presenta unas palabras del Señor transmitidas por san Juan. En
ellas vemos un duro contraste entre el mensaje de Jesús y el entendimiento
terrenal de los judíos.
El Señor se encuentra hablando de
su relación con el Padre (v.54) y del conocimiento que tiene de Él (v.55) y lo
hace en términos tan fuertes que se aplica a sí mismo las palabras “yo soy”,
que el libro del Éxodo usa para designar a Dios mismo (cf. Ex 3, 13-14).
San Juan nos revela así una vez
más que Jesús no es un mero hombre sino la encarnación del verdadero Dios de
Israel. Gracias a esto Jesús puede afirmar con seguridad que quien guarde su
palabra no verá la muerte (cf. v.51) o que antes que naciera Abraham “él ya es”
(cf. v. 58).
El contraste a este mensaje nos
lo ofrecen los judíos. Para muchos de ellos Jesús era un simple hombre, cuyo
modo de hablar era motivo de gran escándalo. En esta ocasión, el desconcierto
llega cuando escuchan la promesa hecha por Jesús de salvar de la muerte a quien
oyera sus palabras.
Incrédulos, saben que sólo Dios
puede hacer semejante afirmación, y no dudan en acusar a Jesús de estar
endemoniado (v. 52). Para ellos era evidente que hasta los más grandes
personajes del pueblo elegido habían muerto, tales como Abraham y los profetas
y por tanto no había razón para creer que Jesús correría una suerte distinta ni
que pudiese vencer la muerte con su palabra.
Ante la insistencia del Señor por
presentarse con las palabras divinas “yo soy”, no ven otra opción que poner en
práctica lo que mandaba el libro del Levítico: “quien blasfeme contra el nombre
del Señor morirá sin remedio; le lapidará toda la comunidad” (24,16). Jesús
sabe que no es aún su hora y logra escapar.
La discusión que leemos hoy nos
recuerda que Jesús nos pide saber reconocer en él al mismo Dios y como
consecuencia abandonarnos confiadamente en su Palabra de Vida. Esta confianza
total sólo puede nacer en nuestros corazones si contestamos correctamente la
pregunta que en el medio de la discusión le hacen los judíos: ¿Por quién te
tienes tú?
De esta respuesta trata en
definitiva nuestra fe: de reconocer que la verdadera identidad de Jesús es la
del Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros.
Martín Luque
Fuente: Opus Dei






