6 – Abril. Miércoles de la V semana de Cuaresma
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Evangelio
según san Juan 8, 31-42
Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».
Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abrahán».
Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».
Le replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios».
Jesús les contestó: «Si Dios
fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no
he venido por mi cuenta, sino que él me envió.
Comentario
La liturgia de
estos días nos sigue presentando este diálogo entre Jesús y los judíos en el
Templo de Jerusalén. Esta vez, acota san Juan que el Señor se dirige a los
que habían creído en Él.
De entrada,
Jesús les hace ver que “comenzar es de todos; perseverar, de santos” (Camino,
n. 983). Seguir al Señor no es lo mismo que dejarse llevar por un impulso
pasajero. Creer en Él implica permanecer en su palabra, que es la
única capaz de llevarnos al conocimiento de la verdad liberadora; que incluye
la verdad sobre nosotros mismos.
No obstante,
rápidamente se produce un cortocircuito en la comunicación: Jesús les anuncia
que ha venido a traerles la libertad, y ellos se sienten ofendidos porque no
son esclavos de nadie. El Señor viene a romper los cerrojos de la cárcel triste
que labró el pecado, pero ellos, con tal de no reconocer que están atenazados
por sus culpas, comienzan a cerrar de nuevo la puerta desde dentro.
“Dios, que te
creó sin ti, no te salvará sin ti”, decía san Agustín. En esa línea, san
Josemaría nos pregunta: “¿Quieres tú pensar si mantienes inmutable y firme tu
elección de Vida? ¿Si al oír esa voz de Dios, amabilísima, que te estimula a la
santidad, respondes libremente que sí?” (Amigos de Dios, n. 24).
Fueron muchos
los que siguieron al Señor a lo largo de su vida, pero realmente pocos fueron
los que supieron permanecer en su palabra hasta el final. De algún
modo, podríamos decir que fueron pocos los que se comportaron como hijos: el
esclavo no se queda en casa para siempre; el hijo se queda para siempre. Los
que no perseveraron, no estaban anclados en su filiación divina. Los que no
perseveraron huyeron porque su fidelidad, su motor, su aparente rectitud de
intención, era la del esclavo.
Nos acercamos a la Semana Santa. Allí contemplaremos de cerca, junto a la Cruz, a la que verdaderamente supo permanecer en la palabra de Jesús. La mujer que, por ser Inmaculada, vivió en una perseverancia siempre libre. Acojámonos a su intercesión para que se hagan realidad en nuestra vida estas palabras: Si Dios fuese vuestro padre, me amaríais. De su mano aprenderemos que “el secreto de la perseverancia es el Amor” (Camino, n. 999).
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus
Dei