2 – Abril. Sábado de la IV semana de Cuaresma
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Evangelio según san Juan
7, 40-53
Algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: «Este es de verdad el profeta».
Otros decían: «Este es el Mesías». Pero otros decían: «¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?». Y así surgió entre la gente una discordia por su causa.
Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: «¿Por qué no lo habéis traído?».
Los guardias respondieron: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre».
Los fariseos les replicaron: «¿También vosotros os habéis dejado
embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente
que no entiende de la ley son unos malditos».
Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».
Ellos le replicaron: «¿También tú eres galileo? Estudia y verás
que de Galilea no salen profetas». Y se volvieron cada uno a su casa.
Comentario
Los evangelios nos
cuentan que a lo largo de la vida de Jesús mucha gente oyó sus palabras, en distintos
momentos y lugares: en el Templo o en la sinagoga, en una casa, durante una
comida o en la orilla del mar. Pero no todos le escuchaban con la misma
disposición.
El pasaje de San Juan
que hoy nos propone la liturgia nos muestra un abanico de actitudes en la
escucha del Señor. Por un lado encontramos a los que le consideraban “el
profeta” esperado por Israel, o el “Cristo”, el mesías davídico que salvaría a
su pueblo; por otra parte algunos le veían como un impostor y querían
prenderle.
La presencia de Jesús,
en aquel entonces como hoy, es motivo de desacuerdo, de división, “signo de
contradicción a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones”
(Lc 2,34-35).
Los guardias enviados
por los sacerdotes y fariseos para arrestar a Jesús se quedan asombrados al
escuchar su palabra: “Jamás habló así hombre alguno”. Estos personajes
secundarios y sin nombre nos recuerdan la necesidad de escuchar la palabra de
Dios con sencillez y corazón abierto a la voluntad divina.
Al contrario, los
fariseos se quedan encerrados en sus ideas y posturas. Un conocimiento rígido
de la Escritura y de la tradición no les permite dejarse sorprender por la
novedad de la palabra del Señor.
Esa palabra sigue
resonando en nuestros oídos y, como nos sugiere Nicodemo - uno de los pocos
fariseos prudentes y abiertos -, no podemos tomar decisiones sin haber oído
antes a ese Hombre y conocer lo que hizo por nosotros. Si le escuchamos con
corazón sencillo, como María de Betania estaremos “sentados a los pies del
Señor, escuchando su palabra” (Lc 10,39) o como Pedro reconoceremos que sólo
las palabras de Jesús nos salvan: “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna” (Jn 6,68).
En definitiva las
palabras de Jesús, que encontramos en la lectura cotidiana del Evangelio, nos
hablan de nuestra vida, nos enseñan la voluntad del Padre en nuestros
quehaceres ordinarios. Por eso “hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de
Cristo, conociendo a Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de
meditarla” (San Josemaría, Es Cristo que pasa n. 14).
Giovanni Vassallo
Fuente: Opus Dei






