Sueño con una Iglesia joven, renovada, profunda, radical, humilde, fiel, alegre, sencilla, veraz, apostólica, enamorada
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Me
gusta la Iglesia que contemplo en Pascua.Una Iglesia joven, valiente, audaz.
Habla de ella la Biblia:
«En aquellos días, Pablo y
Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los
discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar
mucho para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros,
oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído».
Hay que vencer las dificultades. Hay que vivir dando la
vida. Sin miedo, con el corazón alegre y confiado. Con esa fe en la que es
necesario perseverar.
Cuando las cosas no salen como yo esperaba comprendo que tengo que
seguir atado a la vida, a lo que sucede en mi corazón. Quiero que aumente mi
fe.
La fuerza: de dónde viene y qué nos
la quita
Esa Iglesia
enamorada me conmueve. No temen perder la vida. No es una Iglesia
acomodada, asentada, segura. Tampoco tiene poder,
es perseguida.
El poder, el bienestar y la adulación
de los hombres me debilitan. La persecución, la injusticia,
la pobreza y la impotencia me empujan a no desfallecer.
Cuando me he acomodado y no necesito
buscar más entonces pierdo la fuerza.
Una Iglesia que vive con temor a perder todos sus beneficios y
poderes es una Iglesia que se vende a los ricos
que la pueden mantener en el lugar en el que se encuentra.
Y yo me siento parte a menudo de esa Iglesia establecida que no
necesita nada más. No busca nada más. No se inquieta ya ante
las injusticias porque las ve lejos.
Y entonces ya no necesita creer en un cielo nuevo
y en una tierra nueva.
Sin pasión
Porque
deseo un cielo nuevo y una tierra nueva cuando no me colman en mis deseos la
tierra que ahora habito. Cuando no me da paz vivir en este tiempo revuelto
lleno de injusticias.
Cuando estoy bien con lo que poseo no necesito nada nuevo. Lo viejo me
basta. Me he acostumbrado a lo de siempre.
Tengo poder suficiente, logro lo que deseo y sé que puedo alcanzar
lo que más me agrada. No hay barreras, no hay obstáculos.
Me da pena pertenecer a una Iglesia que ha perdido su pasión
misionera. Se ha acomodado y vive esperando a que lleguen los
fieles para echarles en cara su debilidad, su frialdad de ánimo, su poca fe.
La Iglesia en el buen camino
Quisiera
creer y encarnar una Iglesia en salida al encuentro del
hombre perdido que no tiene fe.
Una Iglesia en continuo movimiento sin peligro
de instalarse. Y una Iglesia heroica que conoce el
valor de la renuncia y la entrega por amor.
Una Iglesia pobre porque necesita
poco para vivir. Porque la felicidad no la encuentra en todos los bienes
terrenos.
Una Iglesia alegre que vive de la
fe y no
teme por la propia vida porque ya la ha entregado para siempre.
Me conmueve esa Iglesia joven siempre abierta al
cambio y a la novedad.
No se queda quieta apegada al pasado, a las normas de siempre, a
las cosas tal como siempre se han hecho. No es rígida, cree en los cambios, es
flexible.
Creo en esa Iglesia que aspira a vivir la santidad de lo
cotidiano. Y para eso me invita a cuidar mi
mundo interior, mi fe en ese Dios que camina conmigo por
la vida.
Esa Iglesia que no condena a los
hombres, no vive dictando normas y exigiendo su cumplimiento.
Cumplir el principal mandamiento:
amar
Sabe que el mandamiento principal es el del amor porque
ha conocido el corazón misericordioso de Dios y entiende que es la única manera
de vivir:
«El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con
todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Que todas tus criaturas te den
gracias, Señor, que te bendigan tus fieles».
Creo en esa Iglesia que quiere encarnar el corazón misericordioso
de Dios para que lo encuentren aquellos que buscan por los caminos a ese Dios
lleno de bondad.
Yo soy Iglesia
Definitivamente
sé que soy o una puerta de entrada, abierta al corazón de
Dios o una puerta que se cierra e impide el acceso de los más necesitados.
Mis actitudes, mis formas, mis palabras o mis silencios abren o
cierran la puerta de la Iglesia.
Soy yo el que bloquea o facilita, el
que responde o rechaza. El que está accesible o lejano.
Yo soy el rostro de Cristo en esta Iglesia de hoy donde la gente
no llega al toque de la campana.
Coherencia
Ahora mi Iglesia está en salida hacia aquel que ha perdido la fe o
se siente condenado por aquellos que encarnan el rostro de Dios en su Iglesia.
Veo que con frecuencia no les pongo las cosas fáciles a los demás.
Les exijo,
les demando. Y les pido que carguen pesos que yo no estoy dispuesto a llevar.
Les pido comportamientos impecables que yo no asumo. Y les hablo
de pulcritud pero yo no soy pulcro. De un amor misericordioso que yo no ejerzo.
Les explico la importancia del diálogo que yo no practico. Y les
cuento cómo es ese perdón que yo mismo no soy capaz de dar, cuando se lo niego
a mi hermano.
Es fácil predicar, es sencillo,
basta con remitirse a lo que Jesús dice, decir palabras, gritarlas. El papel lo
aguanta todo.
Pero luego lo complicado es ser fiel a lo que uno
predica. Querer estar a la altura de lo que sueña y dice.
Reconocer las debilidades y volver a colocar como una luz ante mis
ojos los ideales que pueden cambiar mi vida.
Hablar es sencillo cuando nadie logra ver si soy coherente o no
con lo que he dicho.
Hablo de perseverar en la fe cuando yo mismo desisto de mis
creencias cuando no parece posible lo que esperaba.
Hablo de ser humilde y mi orgullo me
juega malas pasadas exigiéndome estar por encima de mi hermano.
Digo que lo que Dios quiere es que sea dócil pero me cuesta
aceptar cualquier exigencia de nadie y no estoy muy dispuesto a aceptar las
súplicas de quienes menos tienen.
Así debe ser la Iglesia
Sueño con una Iglesia joven, renovada,
profunda, radical, humilde, fiel, alegre, sencilla, veraz, apostólica,
enamorada.
Una Iglesia así es la que más deseo. Que pueda ser
fiel a la invitación que Dios me hace a entregar la vida por Él, cada día.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia