En este libro, el sacerdote español Ignacio Larrañaga (1928-2013), hace una radiografía del matrimonio y desenmascara al único enemigo de la felicidad conyugal: el egoísmo
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Muchas parejas ya celebraron sus bodas de plata matrimonial, y se
encaminan hacia las de oro con gran alegría.
Su felicidad conyugal es genuina, sin embargo, no está exenta de
dificultades, ni a salvo de las torpezas de ambos.
Lo que han logrado, no es simplemente tolerarse y permanecer
juntos por muchos años; han alcanzado la meta del amor conyugal: mirarse con
ojos compasivos.
Una anécdota sobre el amor conyugal
En una reunión parroquial, comentábamos Juan 1, 35-39. Allí se
relata el momento preciso en que los discípulos Juan y Andrés, vieron por
primera vez a Jesús. Dice al final del texto:
“Era más o menos la hora décima”.
Tal fue el impacto de ese primer encuentro con Jesús, que el
evangelista dejó constancia de esa hora feliz que cambió
para siempre su vida. Sobre eso conversábamos.
Entonces, a propósito de horas memorables y encuentros
estremecedores que marcan para siempre la vida, una señora trató de explicar la
huella que dejó en los apóstoles ese primer encuentro con Jesús, comparándolo
con el día en que ella conoció a su marido:
“Ahhh….yo sí les puedo contar
con lujo de detalles el día que lo vi por primera vez; la hora, el lugar, la
ropa que llevaba puesta… ¡todo!”.
Lo mejor de esa anécdota romántica, fue el suspiro inicial y su
regusto al evocar a quien desde hace muchísimos años es su amado cónyuge.
Parecía que dos gorriones iban a entrar en escena y sobrevolar sobre la cabeza
de la señora.
Cuando comencé a leer este libro, recordé inmediatamente esa
bonita historia, porque dice el padre Larrañaga que “el amor no puede ocultarse,
pero tampoco puede fingirse”.
Del amor romántico al amor oblativo
Larrañaga, que tenía mucho garbo para escribir, comparte de manera
sencilla, pero con destellos poéticos y otros de fino humor, sus conclusiones y
valiosos consejos
para una vida conyugal feliz; fruto de muchos años
ayudando a parejas con dificultades.
Su visión del matrimonio se
enfoca en orientar a los esposos para que logren avanzar desde el amor
romántico, hasta el verdadero amor; el amor oblativo.
La idealización del matrimonio
En el observatorio de la vida marital, el padre Larrañaga encontró
de todo: viudas que, después de un tiempo razonable, resplandecían de felicidad
al saborear por fin la libertad, parejas que fingían llevar un lindo
matrimonio, una que otra pareja feliz, y muchísimas parejas en aprietos.
Su radiografía inicial nos muestra que la mayoría de
los novios llegan al altar sin saber realmente en qué se están embarcando.
En medio de una nube de ideales fantásticos, y deslumbrados por
los fuegos artificiales de la pasión, corren a dar el “sí” en el altar.
Tal es la idealización, que muchos
opinan que aquello de “hasta que la muerte los separe” es injusto, porque
semejante felicidad debería prolongarse hasta el infinito y más allá. Sobre lo
anterior, reflexiona con fino humor:
“…todo esto, ciertamente, no
deja de tener sus ventajas, porque de otra manera, ¿quién se casaría? ¿quién
tendría hijos? Con razón afirma el pueblo que el amor es ciego”. (pág.5)
Encanto y desencanto
Como los fuegos artificiales del inicio matrimonial pronto se
apagan, los nuevos esposos comienzan a salir de su encantamiento.
Entonces, en medio de las dificultades normales
de la vida y con los defectos del otro a la
vista, ya no están tan contentos.
Poco a poco la semilla del amor, que Dios les regaló, se va
secando hasta que cualquier día muere, sin llegar a veces
ni a germinar.
Dice el padre Larrañaga que para aniquilar el matrimonio no se
necesitan infidelidades, peleas descomunales, ni grandes escándalos, pues el
amor generalmente no muere en medio de una gran batalla.
Usualmente el amor muere sigilosamente, despacito, calladito, en
medio de bostezos y la causa de defunción suele ser el
congelamiento.
Sí, es por tanto descuido cotidiano que
se van al traste muchos matrimonios. Cada vez menos atención al otro, menos
detalles, menos paciencia, menos comunicación, menos motivación…
Por ese camino la pareja termina protagonizando, una película que
nadie quiere ver y que Disney jamás filmaría: “Desencanto”.
En la página 74 lo dice así:
“No es que se viva en un conflicto insostenible, es que simplemente están desencantados”.
El único enemigo del matrimonio: el egoísmo
¿Por qué ocurre esto? “Pues porque realmente no aman, se aman a sí
mismos”. Finalizado el deslumbramiento que los envolvió al
comienzo, los cónyuges vuelven a lo que más les seduce, su amor
propio.
Es el egoísmo, es decir, ese “inmoderado y excesivo amor a sí
mismo” lo que siempre está detrás de la infelicidad matrimonial.
Si los cónyuges se auto examinan con sinceridad y valentía,
encontrarán al egoísmo por muy escondido y enmascarado que esté.
Debajo de las desavenencias maritales, allí se encuentra,
repantigado en su trono de comodidad, vanidad y dominación, queriendo
satisfacer a toda costa sus deseos e intereses.
No se le puede hablar de sacrificio, abnegación y cruz,
porque enseguida monta en su caballo favorito, “cólera”.
Lo que sucede es que se camufla con mil
disfraces coloridos, para poder reclamar indignado que simplemente está
buscando su legítimo derecho a la realización personal y a ser feliz.
También suele victimizarse, criticarlo todo, exigir comprensión, tomar represalias y justificarse.
Bienvenidos a la escuela del amor
Como el fin del matrimonio es que la pareja finalmente llegue al
amor oblativo, es completamente necesario que cada cónyuge sea autocrítico y
batalle contrasu egoísmo.
Cada uno debe morir a su desordenado amor propio, para que pueda
germinar el amor. Es un camino exigente y doloroso, pero no
existe plan B.
El verdadero amor siempre es donación al otro, por eso está
dispuesto al sacrificio: calla, cede,
dialoga, comprende, perdona, es paciente y corrige con dulzura.
Jesús en medio de la pareja
Como, en definitiva, el amor oblativo consiste en devolver bien
por mal, se
hace indispensable la presencia del Maestro en el tema, Jesucristo.
Esto dice el padre Larrañaga:
“Sólo Jesús puede invertir las leyes del corazón poniendo perdón donde el instinto gritaba venganza, poniendo suavidad donde el corazón exigía violencia, poniendo dulzura allá donde emanaba amargura, poniendo amor allá donde reinaba el egoísmo” (pág. 179).
De la pasión a la compasión
Todos los matrimonios felices son muy parecidos, porque el amor,
cuando es verdadero, tiene la misma cara: cara de donación.
En cambio, los matrimonios desdichados, esos sí son muy variados,
porque el
egoísmo es el maestro del disfraz y nos engaña con mil
caras diferentes.
El mensaje es muy claro; los cónyuges que iniciaron su matrimonio
mirándose con pasión, deben luchar contra su egoísmo, y
avanzar hasta mirarse con compasión.
Sí, con la misma compasión con que Dios nos mira, porque todo el
amor de este mundo -el conyugal, el filial, el fraternal…absolutamente todos-
no son más que un destello de Dios, que es el Amor.
Claudia Elena Rodríguez
Fuente: Aleteia