20 – Mayo. Viernes de la V semana de Pascua
![]() |
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Juan 15,
12-17
Este es mi mandamiento: que os
améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el
que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que
yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace
su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os
lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo
quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro
fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo
dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.
Comentario
Hace años se preguntaba Benedicto
XVI en su primera encíclica: “¿Se puede mandar el amor?”[1]. Tantos lo
consideran hoy un sentimiento, quizá el más noble, pero sujeto al fin y al cabo
a los vaivenes del corazón humano. Pero podemos considerar ese amor primero en
Dios hacia nosotros: “En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a
nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el
Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las
grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el
caminar de la Iglesia naciente”[2]. En verdad,
Jesús se ha manifestado como nuestro mejor amigo. Él encarna el oráculo del
profeta: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31,3).
En Jesús el amor no es frágil ni
efímero. Es eterno, más fuerte que la muerte (cf. Cantar de los cantares 8,6).
La amistad que Él nos ha manifestado, además de ser el mismo Amor increado, es
también humana, un ejemplo que, con la gracia de Dios, es capaz de arrastrarnos
para lanzarnos también nosotros a dar la vida por los demás, en multitud de
detalles: escuchar, servir, aconsejar, perdonar, cuidar, etc., “especialmente a
los hermanos en la fe” (Gálatas 6,10). Pero también “a todos” (ibid.),
porque, con el amor de Cristo, todos pueden llegar a ser amigos: no solo
aquellos con quienes más congeniamos; también quienes piensan de modo distinto,
o actúan no conforme a nuestras expectativas. Cuando Judas entregó al Maestro
con un beso, este le respondió: “Amigo, haz lo que has venido a hacer” (Mateo 26,50).
El Amor es prerrogativa de Dios,
podríamos decir que Él tiene la “patente”: “No hay más amor que el Amor”,
escribe San Josemaría[3]. El discípulo
de Cristo, elegido por Dios con vocación divina, tiene esta hermosa carga:
mientras va transformando su corazón a la medida del corazón del Maestro,
aprende a querer a los demás y va produciendo los frutos sabrosos y duraderos
del Amor de Dios en los demás.
[2] Ibid, n. 17.
[3] San Josemaría, Camino, n. 417.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei