28 – Mayo. Sábado de la VI semana de Pascua
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Evangelio
según san Juan 16, 23b-28 |
Evangelio
según san Juan 16, 23b-28
En verdad, en
verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta
ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra
alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la
hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre
claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al
Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me
queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo,
otra vez dejo el mundo y me voy al Padre».
Comentario
Varias
comparaciones empleó Jesús en su predicación para exhortar a la petición
perseverante a Dios: la fe como un grano de mostaza, la parábola de la viuda y
el juez injusto, la del amigo inoportuno... Ahora, sin comparaciones, revela
que toda petición ha de ir dirigida al Padre en el nombre de Jesús.
Sorprendidos se quedarían los discípulos al escuchar “en mi nombre”. Era como
decirles: “Yo soy el Nombre de Dios”. En Él tienen al Hijo de Dios, que está en
plena comunión con Dios Padre. Así lo enseñaba San Pablo a Timoteo: “Porque uno
solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres:
Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2,5).
Los
discípulos, sobre todo en el rezo de los Salmos, ya pedían confiadamente a
Dios, le alababan y le daban gracias, invocando el nombre del Señor: “Alabaré
al Señor por su justicia, y cantaré al Nombre del Señor Altísimo” (Salmos 7,18).
“Me alegro, me regocijo en Ti, y canto salmos a tu Nombre, ¡oh Altísimo! (Salmos 9,3).
“Que el Señor te escuche el día de la angustia, que te proteja el Nombre del
Dios de Jacob. (...) Unos confían en los carros, otros en los caballos;
nosotros invocamos el Nombre del Señor, nuestro Dios”. (Salmos 20,2.8). Y
habían aprendido de labios del mismo Jesús el mejor modo de orar: “Padre
nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre”. Ahora descubrían
que ese Nombre del Señor es “Jesús”, quien les está hablando, en quien pueden
depositar toda su confianza.
Toda nuestra
oración ha de tener ese recorrido: al Padre, “por Jesucristo nuestro Señor”,
como ya hacemos continuamente en la oración litúrgica. Quizá a menudo notamos
que nos falta fe, y hacemos nuestra la petición de los Apóstoles: “Auméntanos
la fe” (Lucas 17,5), y crece nuestra unión con Él, hasta rezar cada vez
con mayor convicción: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. San
Josemaría rezaba a menudo, y dejó escrita con énfasis, esta primordial oración
de petición: "Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la
justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. –Amén.
–Amén" [1].
[1].
San Josemaría, Camino, n. 691.
Josep Boira
Fuente: Opus
Dei