4 – Mayo. Miércoles de la III semana de Pascua
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Evangelio según san Juan 6, 35-40
Jesús les contestó:
«Yo soy el
pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá
sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo
lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré
afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado:
que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último
día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en
él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
Comentario
En esta parte del discurso sobre
el pan de vida, Jesús intenta que sus oyentes den un salto de fe. Los ha
saciado con el pan terreno y ahora quiere que tengan hambre del pan celestial.
El Maestro
quiere dirigir la atención de la muchedumbre hacia lo definitivo, hacia la vida
eterna. Ellos querían que Jesús les garantizara el pan diario, pero Él les hace
ver que la auténtica seguridad está en poner nuestra existencia en sus manos y
dejarnos llevar hacia la eternidad: «Ésta es la voluntad de Aquel que me ha
enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el
último día».
¡Cuánto empeño ponemos en
conseguir seguridades terrenas! Muchas veces descubrimos, sin embargo, que
estas son frágiles. Lo ganado con mucho sacrificio se puede perder por un golpe
de mala fortuna y, lo que es peor, nosotros mismos podemos derrumbarnos al ver
que se desvanece lo que tanto esfuerzo nos había costado conseguir.
Jesús no quiere que perdamos el
ánimo ante los reveses de la vida. Por eso se queda en la Eucaristía, para que
nuestro corazón repose en Él y esté bien seguro, con la mirada puesta en el
cielo mientras caminamos en la tierra.
La Iglesia llama a la Eucaristía la “prenda de la gloria futura” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1402). Jesús mismo se obliga, por así decir, a abrirnos las puertas del cielo si lo hemos recibido con devoción durante nuestros años de vida. Y esto es lo que al final de cuentas vale más la pena: nuestros éxitos o fracasos, los cambios de planes, etc., son todos relativos. En la Eucaristía, en cambio, está la vida definitiva.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei