26 – Mayo. Jueves. San Felipe Neri, presbítero
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Evangelio según san Juan 16,
16-20
Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver».
Comentaron entonces algunos discípulos: «¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?». Y se preguntaban: «¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice».
Comprendió
Jesús que querían preguntarle y les dijo: «¿Estáis discutiendo de eso que os he
dicho: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a
ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis,
mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra
tristeza se convertirá en alegría.
Comentario
Como en otras ocasiones, cuando
se trata del misterio pascual de Jesús, los discípulos no entienden las
palabras del Maestro, y tienen reparo en preguntarle abiertamente. Así se
comportan en los anuncios explícitos de la pasión: “Pero ellos no entendían sus
palabras y temían preguntarle” (Marcos 9,32). Más aún si las mismas
palabras tienen ya algo de enigmático: “Dentro de un poco ya no veréis”. En
verdad, los discípulos no quieren separarse del Maestro, ni se sienten
preparados para esa ausencia; y se quedan inquietos y temerosos. Podrían gritar
con el salmista: “Pero Tú, Señor, no te alejes. Fuerza mía, date prisa en
socorrerme” (Salmo 22,20).
Pero Jesús, como siempre, se hace
cargo de la debilidad de sus discípulos, que se manifestará en llanto, profunda
tristeza, y lo que es peor, en ser blanco del desprecio. Hasta el mismo día de
la resurrección, los discípulos, incrédulos ante el testimonio de las mujeres,
permanecían encerrados, atenazados por el miedo. Por fin, “al ver al Señor, los
discípulos se alegraron” (Juan 20,20). Se hace realidad en ellos, y de
modo grandioso, lo que habían dicho muchas veces mientras rezaban con los
salmos: “Has cambiado mi llanto en danza, has desatado mi saco y me has vestido
de alegría” (Salmo 30,12). Una alegría que estará llena de valentía cuando
reciban la fuerza del Espíritu Santo. Entonces serán capaces, incluso, de
gloriarse en las tribulaciones (cf. Romanos 5,3), de alegrarse por
sufrir ultrajes por causa del nombre de Jesús (cf. Hechos de los Apóstoles 5,41).
La resurrección del Señor es un
hecho histórico que no ha perdido novedad. Somos los cristianos de hoy
herederos de aquella primera alegría, de aquel primer impulso, y portadores de
esa gran noticia. En nuestra vida corriente, aunque notemos a menudo el peso de
las dificultades, tengamos siempre en nuestro horizonte la presencia viva del
Hijo de Dios, que nos mantiene alegres en la esperanza. Como nos exhorta San
Josemaría, “la alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser
desbordante: serena, contagiosa, con gancho...; en pocas palabras, ha de ser
tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los
caminos cristianos [1].
[1].
San Josemaría, Surco, n. 60.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei