En el mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres, Francisco recuerda que la indiferencia hacia los pobres «manifiesta una fe débil y una esperanza endeble y miope»
![]() |
La familia Araiz de Robles, con la familia ucraniana que acogió en su casa. Foto: Guillermo Navarro |
El Papa pide que cuando los
conflictos se alargan «es el momento de no ceder» en la acogida a los
desplazados. En el mensaje para la Jornada
Mundial de los Pobres, hecho público este martes, Francisco aplaude «la
disponibilidad» y «generosidad» que ha llevado a «poblaciones enteras» a
abrir sus puertas a los «millones de refugiados» de las guerras en Oriente
Medio, África o Ucrania. La jornada se celebrará el 13 de noviembre, último
domingo antes de la solemnidad de Cristo Rey.
Sin embargo, reconoce que cuando
la situación se prolonga, «a los pueblos que acogen les resulta cada vez más
difícil dar continuidad a la ayuda; las familias y las comunidades empiezan a
sentir el peso de una situación que va más allá de la emergencia». Es necesario
en ese momento «renovar la motivación inicial», pues «mientras más dura el
conflicto, más se agravan sus consecuencias». Y «lo que hemos comenzado
necesita ser llevado a cumplimiento con la misma responsabilidad».
Ya ocurrió en
la comunidad de Corinto. Al principio, por indicación de san Pablo, «cada
primer día de la semana» los cristianos «recogían lo que habían logrado
ahorrar» para asistir a los pobres de Jerusalén. «Todos eran muy generosos».
Sin embargo, en Corinto esta campaña terminó perdiendo fuerza, narra el
Pontífice. Por eso, Pablo tuvo que escribirles «de manera apasionada
insistiendo» en ello.
Recordatorio en cada Misa
Pero la caridad no puede ser una
obligación, matiza el Santo Padre. Es «un signo de amor», que manifiesta «la
sinceridad» del amor a Dios. Es una respuesta a Jesucristo; quien, como dice el
lema elegido para la jornada, se hizo pobre por vosotros.
El Pontífice recuerda que
heredero de este gesto de los cristianos de Corinto es la colecta de cada
domingo en la celebración de la Eucaristía. En ella ponemos «en común nuestras
ofrendas para que la comunidad pueda proveer a las exigencias de los más
pobres». Este gesto se ha realizado «siempre con alegría y sentido de responsabilidad»,
como atestiguaba san Justino ya en el siglo II.
«La solidaridad, en efecto, es
precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada,
para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido de comunidad y de
comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad».
Desarrollo, para compartir
El Papa celebra que en algunos
países «en las últimas décadas, se ha producido un importante aumento del
bienestar para muchas familias», gracias a «la iniciativa privada y a leyes que
han apoyado el crecimiento económico articulado con un incentivo concreto a las
políticas familiares y a la responsabilidad social». Lo que se ha obtenido así,
«pueda ahora ser compartido con aquellos que se han visto obligados a abandonar
su hogar y su país para salvarse y sobrevivir».
Además de mantener «los valores
de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad» como miembros de la
sociedad, como cristianos debemos encontrar «siempre en la caridad, en la fe y
en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar», subraya el
Santo Padre.
Ni asistencialismo ni activismo
Sin embargo, a veces «puede
prevalecer una forma de relajación, lo que conduce a comportamientos
incoherentes, como la indiferencia hacia los pobres». Esto, o el apego al
dinero y el mal uso de los bienes, «manifiestan una fe débil y una esperanza
endeble y miope». El problema, matiza Francisco, «no es el dinero en sí», que
forma parte de la vida, sino «el valor que tiene para nosotros: no puede
convertirse en un absoluto» que «nubla la mirada» e impide ver las necesidades
de los demás. Además, citando su exhortación Evangelii gaudium, recuerda
que «nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus
opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos».
Compartir con los pobres no
consiste, explica el Papa en otro punto del mensaje, en «tener un
comportamiento asistencialista»; sino de «hacer un esfuerzo para que a nadie le
falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y
generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano
para que yo me despierte del letargo». «Frente a los pobres no se hace
retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose
directamente, sin delegar en nadie».
Pobreza que enriquece
En el texto presentado este martes, Francisco aborda
también la «paradoja» de la «pobreza que enriquece». Porque «la verdadera
riqueza no consiste en acumular», sino «en el amor recíproco que nos hace
llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o
excluido». Una lección de la pandemia y de la guerra es que «no estamos en el
mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita tener una vida
digna y feliz».
Esta pobreza es distinta, matiza
el Santo Padre a la «pobreza que humilla y mata» y que es fruto de «la
injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los
recursos». Esa es la miseria, que impone la cultura del descarte y la «lógica
de la explotación de las personas». Y «también afecta a la dimensión
espiritual».
«La pobreza que libera, en
cambio, es la que se nos presenta como una elección responsable para aligerar
el lastre y centrarnos en lo esencial». Permite a quien se siente insatisfecho
«comprender aquello de lo que verdaderamente tenía necesidad». Así le ocurrió,
recuerda el Pontífice, a san Carlos de Foucauld, canonizado el 15 de mayo. «Los
pobres, en realidad, antes que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos
ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud y la superficialidad».
El camino, concluye, es el
marcado por san Pablo: «Seguir la pobreza de Jesucristo, compartiendo la vida
por amor, partiendo el pan de la propia existencia con los hermanos y hermanas,
empezando por los más pequeños, los que carecen de lo necesario, para que se
cree la igualdad, se libere a los pobres de la miseria y a los ricos de la
vanidad, ambos sin esperanza».
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega