2 – Junio. Jueves de la VII semana de Pascua
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Evangelio
según san Juan 17, 20-26
No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, este es mi deseo: que los que me has
dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste,
porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el
mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me
enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que
el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
Comentario
El Evangelio
que la Iglesia nos invita a considerar hoy forma parte de la oración sacerdotal
de Jesús durante la Última Cena. En el fragmento que hemos leído, Cristo pide
de nuevo por la unidad entre todos los que creerán en Él a lo largo de la
Historia.
Un padre de la
Iglesia comentaba a este respecto que «todos nosotros, una vez recibido el
único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros
y con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el
Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e
indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí
en cuanto subsisten en su respectiva singularidad y hace que todos aparezcan
como una sola cosa en sí mismo»[1].
El primer
fruto de esta unidad de la Iglesia es la fe de todos los bautizados en Cristo y
en su misión divina (vv. 21.23).
El Señor
concluye esta plegaria pidiendo para que todos le acompañemos en el Cielo y
podamos gozar para siempre de su gloria. Para ello, esta vez no emplea el verbo
“rogar” si no “querer”, con lo que queda de manifiesto que esta petición es la
más importante y que coincide con la voluntad de su Padre: que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr. 1 Tm 2,4).
A propósito de
esta oración de Jesús pidiendo al Padre la unidad de los suyos en el amor, san
Josemaría comentaba: "Qué bien pusieron en práctica los primeros
cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las
cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban
entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo"[2]. Ojalá
sepamos nosotros seguir poniendo en práctica el mismo grado de amor con quienes
nos rodean.
[2] Amigos de Dios, n. 225.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus
Dei
2 junio 2022






