3 – Junio. Viernes. Santos
Carlos Luanga y compañeros, mártires
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Evangelio según san Juan 21, 15-19
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice: «Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le
contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en
verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías;
pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará
adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar
gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».
Comentario
Después de la gozosa resurrección del Maestro, podemos imaginar
que san Pedro andaría con una mezcla intensa de emociones en su interior. Por
un lado, el gozo indescriptible de volver a tener a su Señor junto a ellos
después de haberlo visto sufrir lo indecible desde Getsemaní hasta el Gólgota;
por el otro, el remordimiento interior enorme por su triple negación durante el
interrogatorio en el palacio del sumo sacerdote.
Desde las primeras apariciones de Jesús resucitado, Simón Pedro
andaría con unas ganas tremendas de poder estar a solas con el Señor y
conversar con Él para explicarle lo sucedido y pedirle perdón. Él sabía que
Jesús le perdonaría porque lo había visto hacer muchas veces y porque, además,
durante la Última Cena, ya le había anunciado lo que iba a suceder.
Sin embargo, todavía no se había producido ese momento y san Pedro
estaría lleno de ansia porque llegara. Ahora, por fin, Jesús se toma en un
aparte a Simón y mantienen el maravilloso diálogo que describe el evangelio de
hoy.
Jesús, con su particular pedagogía –tan divina y tan humana a la
vez–, toma la delantera y le lanza una pregunta que luego repite otras dos
veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. El Señor, con esa triple insistencia,
le está recordando a Pedro su triple negación, pero lo hace de un modo que
permite a Pedro reconocerla gravedad de su pecado y, a la vez, saberse
enteramente amado por Dios.
No hay resquicio para echar nada en cara, ni para la amargura, ni
para una posible pérdida de confianza. Todo lo contrario: es un perdón que no
solo cura la herida y limpia la mancha del pecado, si no que regenera, que
fortalece, que da la Vida divina para que él pueda compartirla y ofrecerla a
los demás.
Así es el perdón de Dios, del cual queremos participar, tanto
recibiéndolo como ofreciéndolo a los demás.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei