28 – Junio. Martes. San Irineo, obispo y mártir
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Evangelio según san Mateo 8,
23-27
Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?».
Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma.
Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».
Comentario
Al igual que a los discípulos,
muchas veces nos sucederá que vivimos en medio de tormentas.
Y las tempestades de nuestra
vida, nuestras miserias y caídas, nuestras derrotas y fracasos, la enfermedad y
el sufrimiento, sacan a la luz nuestra vulnerabilidad. Y a la vez dejan al
descubierto dónde hemos puesto nuestras seguridades.
El problema de los discípulos es
que se habían dejado atemorizar por esa tempestad, tenían miedo. Piensan que
Cristo, a pesar de que estaba con ellos, en realidad se había desinteresado,
les había abandonado. “¿No te importa que perezcamos?”, le dicen.
Y él les responde: ¿Por qué os
asustáis, hombres de poca fe?
Ante las tormentas de la vida, el
cristiano puede tener una actitud que espera la intervención continua,
constante, invasiva de Dios. O bien, tener una actitud de fe.
El Señor nos pide una maduración
interior: pasar del niño que se queja y se enfada porque parece que su padre no
le hace caso, al niño que confía, que se abandona en los brazos de su padre.
En la vida de un cristiano sucede
lo mismo que al niño que aprende a caminar. Un paso, otro, se cae, se levanta.
Siempre bajo la atenta mirada de su padre, que le anima, le levanta, pero no le
lleva en brazos a todas partes para que no sufra.
En nuestras tempestades, tenemos
que acudir al Señor, refugiarnos en Él, porque siempre está a nuestro lado,
pero no tanto para que nos quite esa tempestad, sino para que nos ayude a
crecer, a madurar.
Quizá en esa tempestad, somos la
mano amiga que ayuda a caminar a los demás; la barca donde pueden encontrarse
con ese Dios que nunca se olvida de nosotros.
Luis Cruz
Fuente: Opus Dei