Si te enfocas en la belleza, es más fácil que la veas. Una bella reflexión del padre Carlos Padilla
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El
color del mar, ¿viene de la luz que se refleja? ¿O es el color que yo tengo en
mi alma que se desliza sobre el mar? ¿Las personas son como yo las veo o son
como ellas se ven?
¿El cielo refleja el estado de mi ánimo o soy yo el que influye en
su color con mis cambios de humor? ¿La lluvia pone triste el alma o la alegra?
¿Todo depende del color del cristal
con que lo miro o hay cosas inmutables que no cambian aunque
para mí sí parezcan diferentes?
¿Tengo más razón cuando grito o mi silencio puede ser más
demoledor que mil palabras?
¿El tiempo
siempre pasa más rápido cuando no quiero que pase? ¿Los sueños que no hago
realidad los acabaré olvidando?
¿Decir que sí o no a la realidad es
tan determinante? ¿Todo depende de la luz con la que miro las
cosas? ¿La realidad es mejor porque yo la veo así?
Todo
influye. Y podría hacer un montón más de preguntas pero prefiero callarme. No
sé si a la larga tanto preguntar me llevará a algún sitio.
Las olas en el mar son imprevisibles cuando las ves de lejos. No
sabes cuál es la que puede acabar rompiendo con más fuerza.
¿Y las personas? ¿Son la idea que
tengo de ellas?
Lo mismo que las personas, nunca las veo
venir. Y me sorprenden con reacciones no esperadas.
Pienso que conozco a una persona y lo que piensa. Pero luego me
dicen que dice otras cosas y me muestran a alguien muy distinto.
¿Me he equivocado yo en mi juicio o
son ellos los que se han alejado de la realidad que yo había creído?
¿Tienen que adaptarse ellos a mi juicio o tendré que cambiar yo mi
pensamiento sobre ellos?
Pienso mucho más rápido de lo que actúo. O quizás no pienso,
simplemente las ideas van y vienen dentro de mi alma. Sin claridad, sin juicio.
Percibir la realidad como es
Me gustaría que lo que pienso se corresponda con la realidad. Para
no vivir ficciones. Para percibir las cosas como son.
Para no temer las decepciones. Cuando creía
que todo era más bonito, más lleno de bondad, más idílico de lo que luego
resulta.
No le tengo miedo a cometer errores. Sólo me duele que alguien me
lo recuerde día tras día después de mi caída.
No me da miedo herir a alguien. Lo que me asusta es no poder pedir
perdón o no lograr abrazar las heridas causadas.
Escoger la esperanza
Camino despacio para llegar lejos. No tengo prisa en
avanzar cada mañana. El próximo día será mejor que hoy. O tal vez será lo
mismo.
No espero que las cosas salgan como tenía pensado. Las ilusiones
se tejen a partir de las expectativas y el corazón se alegra pensando en lo que
ha de venir.
¿Todo saldrá bien? Una voz me dice en el alma: no temas, todo va a
salir bien. ¿A mi manera? Eso no importa.
Los contratiempos y las derrotas me
quitan la alegría. Y la esperanza la dibuja Dios cada
mañana sobre mi amanecer, para que la tristeza no me embargue.
He decidido abrazar al menos un millón de veces. Y el olor de la
vida se me ha pegado a la piel.
Abierto al misterio
La aventura de vivir merece la pena.
No tengo que solucionar todos los problemas.
Tampoco intento dar respuesta a todos
los misterios. Hay demasiadas cosas incomprensibles.
Y el miedo es demasiado real. ¿Por qué me asusta tanto lo que no
logro controlar? Hay una tendencia en el alma a la audacia y un freno interior
que no me deja volar. Como si me asustara más la caída final que el vértigo y
la emoción del vuelo.
Los hijos son los dones que Dios pone en mi vida. Y su presencia
bendice mis pasos. No sé cómo hacer que todo encaje en el cuaderno de mis días.
Asumo las equivocaciones propias
tanto como las ajenas. ¿Saben los sabios lo que hay que hacer en cada momento?
No lo sé si algún día me dará Dios algo más de sabiduría. De
momento como los necios deambulo intentando acertar con los desvíos.
Mi mirada sobre el presente
He aprendido a vivir el presente como un regalo. Sé que la nostalgia
pasa con una sonrisa. Al menos cuando uno se siente querido en medio de su pena.
Y entonces las montañas se allanan. Y los desiertos son cubiertos
por aguas que todo lo anegan.
He aprendido a creer en lo imposible, en ese Dios oculto que todo
lo contiene. Ya no me asusta la crítica de los que no me conocen. Son como
papel mojado, se pierde sin que lo vea.
He anotado en mi alma los últimos recuerdos que guardo como
sagrados, para no olvidarlos. Tengo escrito en el corazón el nombre que Dios me
ha dado. Y cuando siento tristeza lo repito en voz alta, lentamente,
llamándome.
El color de la vida se lo dan mis propios ojos, lo he comprobado.
Miraré bien todo lo que me rodea. Así sabré que la felicidad está dentro de
mí y se derrama, llenándolo todo de vida.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia