4 – Julio. Lunes de la XIV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 9,
18-26
Mientras les decía esto, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá».
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Se reían de él. Cuando echaron a la gente,
entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó. La noticia se
divulgó por toda aquella comarca.
Comentario
Animo, hija; tu fe te ha salvado
Las gentes están ávidas de la
fuerza que emana de Jesús. El Jefe de los judíos se arrodilla ante él porque la
necesidad le aprieta y tiene algo que pedir: La vida de su hija peligra y sabe
que Jesús podrá salvarla. Este hombre tiene fe; tal vez una fe utilitaria, pero
cree en Jesús y Jesús ve su fe y se apresta a llevar su ayuda allí donde se la
piden. No podría ser de otra forma: Jesús revive a la niña entre las burlas de
los asistentes al velatorio.
Imagino que la noticia causó
estupor entre los presentes y entre los que se fueron enterando de la noticia
después. Jesús se va haciendo notar y su fama irá creciendo. Una fama que él no
busca, pero que tampoco rechaza si resulta favorable para el cumplimiento de su
misión. La Buena Noticia, el Evangelio, se va derramando por donde Jesús y sus
discípulos pasan, logrando adeptos y despertando envidias y rencores entre sus
enemigos.
Intercalado en el viaje aparece
el episodio de la hemorroisa. Es una mujer que se arriesga a ser descubierta y
tal vez castigada porque su enfermedad, su impureza contaminaría todo lo que
ella tocara o la tocara. De hecho, Jesús quedó contaminado, impuro por haber
sido tocado por la mujer. No parece que le importara demasiado: sabe que le ha
tocado alguien que necesitaba ayuda y se la presta sin dudar. Al igual que
tocará a los leprosos y evitará entrar en las ciudades pues es consciente de su
impureza legal aunque los evangelistas lo presenten como un rasgo de humildad.
Otro pequeño rasgo que no debemos
perder de vista es la importancia de las manos. Las manos sirven para hacer
daño, pero en Jesús las manos sirven para tocar, para transmitir salud y vida.
Toca los ojos del ciego para que recupere su vista, da la mano al paralítico
para que se levante. Toma de la mano a la niña muerta para volverla a la vida y
tantas otras acciones, milagros, a lo largo de su vida.
Miremos con atención nuestras
manos: ¿Han servido para bendecir o para hacer daño? ¿Las hemos usado para
ayudar o nos han servido para abofetear al prójimo? Hagamos que nuestras manos
sean las manos con las que Dios quiere terminar su obra creadora. Esa es
nuestra misión: amar con el corazón y bendecir ayudando con nuestras manos.
Fuente: Dominicos