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Evangelio según san Juan 15, 1-8
Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis
en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se
realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante;
así seréis discípulos míos.
Comentario
Seguramente, a todos nos
interpela con fuerza la existencia del mal. De hecho, es el motivo que muchos
aducen para poner en duda la existencia de Dios, porque no ven compatibilidad
posible entre su Bondad y las cosas malas que suceden. Del mismo modo, muchos
creyentes asisten a complejos escenarios y flagrantes injusticias, mientras
parece que el Señor está cruzado de brazos.
Jesús, con la parábola del buen
trigo y la cizaña, que Él mismo explicó (aunque esa parte no aparece en el
evangelio de hoy), revela la razón y el significado de esta trágica realidad.
Así, nos hace ver que Dios no es ajeno ni ingenuo: el Señor tiene delante de
los ojos toda la maldad de la historia, no la niega ni la desconoce. Y un día
la va a juzgar: “No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que
siembra” (Gálatas 6, 7).
De hecho, esta parábola de Jesús
afirma rotundamente que existe el mal, que está presente en la vida de los
hombres. Al mismo tiempo, declara que no puede provenir de Dios. Es otro el que
ha sembrado esa semilla: “La cizaña son los hijos del maligno y el enemigo que
la sembró es el diablo” (Mateo 13, 38).
¿Por qué Dios no arranca la
cizaña? Jesús nos lo deja claro: arrancarla implicaría llevarse consigo el buen
fruto sembrado por Él: la libertad. El Señor no interviene como nos parece a
nosotros, en parte porque quiere intervenir a través de nosotros: “la
buena semilla son los hijos del Reino” (Mateo 13, 38). Quitar a la humanidad la
posibilidad de hacer el mal, implicaría también arrancar la libertad de hacer
el bien, la libertad de amar.
Con extrema simplicidad, pero con
gran profundidad, el Señor nos está mostrando que toda la historia humana, por
compleja que sea, tendrá un instante definitivo: el trigo será separado de la
cizaña. Pero ese momento no lo decidimos nosotros: lo decide Dios, que conoce
los tiempos de la cosecha.
Lo que a nosotros corresponde es,
a pesar de los pesares, cultivar con paciencia todo lo hermoso, bello y grande
que nos entregó Dios y dejar los resultados en sus manos. Paga a cada uno según
sus obras: “Porque has guardado mi mandato de perseverar, yo también te
guardaré a la hora de la tentación que va a venir sobre todo el mundo, para
probar a los habitantes de la tierra. Voy enseguida. Conserva lo que tienes,
para que nadie arrebate tu corona” (Apocalipsis 3, 10-11).
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus Dei