19 – Julio. Martes de la XVI semana del Tiempo Ordinario
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Dominio público |
Evangelio
según san Mateo 12, 46-50
Todavía estaba
Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera,
tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: «Tu madre y tus hermanos están
fuera y quieren hablar contigo». Pero él contestó al que le avisaba:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano
hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que
haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi
hermana y mi madre».
Comentario
A lo largo de
su vida pública, Jesús pone sistemáticamente su misión en primer lugar, y
cualquier otro vínculo terrenal en segundo lugar. El Reino de los Cielos está
por encima de cualquier otro compromiso. Incluso los lazos familiares, que eran
cruciales en aquella cultura, tienen menos importancia: Jesús advierte a sus
oyentes que quien ama a su familia más que a Él, no es digno de Él (cf. Mt
10,34-37).
En esta
ocasión, los miembros de su familia fueron a Cafarnaún, donde sabían que se
encontraba con sus discípulos, para hablar con él. Tal vez querían instarle a
ser más prudente, ante la creciente oposición de los escribas y fariseos. Al
encontrarlo ocupado en la enseñanza de sus discípulos, se quedaron fuera y le
enviaron un mensaje.
Esperaban que
dejara por un momento su enseñanza y se acercara a ellos. Pero Jesús aprovechó
el momento para proclamar una nueva enseñanza a sus discípulos. Extendiendo la
mano hacia ellos, proclamó solemnemente: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Era una
declaración que abría horizontes inesperados: Jesús estaba construyendo una
nueva familia basada en los lazos espirituales y no en la genealogía o el
parentesco. Para pertenecer a ella, dice Jesús, lo único que se requiere es el
compromiso de hacer la voluntad de Dios. Cualquiera puede unirse.
Los lazos que
se forman entre los cristianos son muy estrechos. Jesús los asemeja a los lazos
familiares, y eso demuestra que considera a las familias físicas como una
bendición, como escuelas de fraternidad y amor. En efecto, “Cristo quiso nacer
y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María” (CIC, n.1655).
Sin embargo, esta nueva familia es considerada como una bendición aún más
elevada, y extenderá esa fraternidad y amor a todos.
Nosotros
pertenecemos a esa familia: “la Iglesia no es otra cosa que la familia de Dios”
(CIC, n.1655). Jesús enseñó a sus discípulos hasta qué punto somos responsables
unos de otros. En la víspera de su pasión les ordenó: “que os améis unos a
otros, como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos
(...)” (Jn 13,34-35).
Y esta caridad
se manifiesta de manera muy práctica. Debemos preguntarnos con regularidad si
encontramos el modo de “llevar las cargas de los otros, y así cumplir la ley de
Cristo” (Gal 6,2).
Andrew Soane
Fuente: Opus
Dei