El miedo y la tristeza dan paso a la alegría cuando confías en esta promesa que Jesús hizo a sus amigos
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¿Qué
es lo que me mantiene alegre? Tengo motivos para alegrarme. Me lo dice Dios:
«Alegraos, Jerusalén, y
regocijaos por ella todos los que la amáis, llenaos de alegría por ella todos
los que por ella hacíais duelo. Mirad que yo tiendo hacia ella, como río la paz,
y como raudal desbordante la gloria de las naciones, seréis alimentados, en
brazos seréis llevados y sobre las rodillas seréis acariciados. Como uno a
quien su madre le consuela, así yo os consolaré. Al verlo se os regocijará el
corazón, vuestros huesos como el césped florecerán».
Dios me consuela, me salva, me alegra el alma.
Dios es como un río caudaloso que da paz.
Son aguas
desbordantes en medio de mi sequía. Son alimentos suficientes en medio de mi
hambre. El corazón queda saciado.
Feliz al final del día
Así me alegro yo al final del día. He disfrutado de la vida. Me
han ido bien las cosas. Todo ha funcionado. Y el corazón se alegra.
Es lo mismo que les sucede a los discípulos que son enviados por
Jesús. Vuelven felices porque han tenido éxito:
«Regresaron los setenta y dos
alegres, diciendo: – Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
¿Acaso no me alegro yo al ver todo lo
bueno que sucede en mi vida? ¿Y qué sucede en mi alma cuando
no todo sale como esperaba?
Estoy feliz cuando me salen bien las
cosas. Cuando no me critican y en su lugar recibo halagos. Cuando
me abrazan y me siento en casa. Cuando todo fluye y parece que es imposible que
algo pueda salir mal.
Es la alegría que brota de los logros que me he empeñado en
conseguir. He luchado por ellos y he llegado a la meta.
¿Acaso no tengo motivos para estar
alegre? Es normal que me alegre cuando me siento poderoso y el mundo
se rinde a mis pies. Es lo más humano que tengo. Refleja mi condición
vulnerable, frágil.
La verdadera razón de la alegría
Cuando no salen bien las cosas estoy
triste, me hundo, me angustio, pierdo la paz. No conservo esa alegría
por la que lucho. Es curioso lo que les dice Jesús a los discípulos:
«Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y
escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero
no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros
nombres estén escritos en los cielos».
Les dice que nada les podrá hacer daño en
la tierra. Pero sobre todo les confirma que sus nombres están escritos en el cielo.
Confía en la promesa de Dios
¿Y el mío? ¿Tengo mi nombre inscrito en el cielo?
Cuando estudiaba en la universidad las listas de los aprobados en
algunos exámenes se colgaban en la pared del pasillo. Uno iba temblando a ver
si su nombre aparecía en la lista.
Recuerdo el gozo al ver mi nombre cuando me aprobaron. Y el dolor
cuando no aparecía en la lista. ¿Será así en el cielo? ¿Estará mi nombre en la
lista?
Estoy seguro de la promesa de Dios. Tengo
una certeza, mi nombre ya está en la lista que sostiene María en el cielo.
¿Cómo voy a dudarlo si fue Ella la que me llamó para que caminara
a su lado? No
dudo de su fidelidad. No tengo miedo al fracaso. Sé que
estoy en la lista de los aprobados.
El amor es lo más fuerte
Porque el amor de Dios es más fuerte que todos mis pecados y
debilidades. Estoy inscrito en esa lista porque sé que su
mirada ha purificado mis entrañas y me ha llenado de paz.
¿Cómo puedo dudar de su elección? A veces me da miedo fallar. Me
asusta mi pecado y tiemblo. Siento que nadie podrá
perdonarme y la tristeza nubla mi memoria.
¿No había escrito Dios mi nombre en esa lista? Sí, estoy en ella.
En los aprobados. Pero no han sido mis méritos los que lo han logrado. No ha
sido gracias a mis horas de estudio.
No cuentan tanto mis capacidades, esos donde naturales con los que
nací. La santidad no es la consecuencia de mi comportamiento impoluto y limpio.
No es así.
No voy juntando méritos todos los años intentando tapar mis
debilidades e imperfecciones, aunque a veces lo intente.
No centro mi alegría en hacerlo todo bien. No espero
escuchar: ¡Qué bien hace todas las cosas! No lo necesito.
Cometeré errores. Pecaré y caeré. No estaré a la altura de
tantas expectativas. Pero una sola cosa mantiene en lo alto mi
alegría. Mi nombre ya está inscrito en el corazón de Dios.
Estoy dentro del corazón de Jesús, del corazón de María. Me aman por
encima de todos los momentos de mi vida.
Sin miedo
No se detiene Dios a mirar cada una de mis imperfecciones. La
santidad es el don de Dios en mi alma. Cuando le digo que sí y me abro a su presencia.
Cuando le entrego todo lo que tengo y le susurro al oído que lo amo con todo mi
corazón.
Al fin y al cabo mi vida consiste en
amar. Seré feliz, estaré alegre, al amar y al saberme amado.
Sonreiré al ver la mirada de Dios posarse en mi corazón. No creo en un
Dios juez que va buscando los más pequeños defectos en mi caminar. Así
no es Dios.
Él me da poder para muchas cosas. Me dice que nada me hará daño
incluso cuando yo me sienta herido y roto.
Y me promete que no tenga miedo, que mi
alegría es porque ya he vencido. Ya me ha prometido el cielo para siempre. Y ha
escrito mi nombre en las paredes de ese cielo con el que sueño.
La paz de su mirada me tranquiliza. No quiero hacerlo todo bien.
No pretendo llegar a todos y a todo.
Me basta esa mirada llena de misericordia que me busca y me
recuerda que soy
un hijo elegido y amado por Dios.
Eso me basta para
seguir adelante. Para alegrarme porque las aguas de su amor van a saciar mi sed
ya calmar mi hambre. Su mirada me da esperanza.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia