En un libro que recoge algunas catequesis del padre Maurizio Botta encontramos respuestas útiles para afrontar el mal diálogo que sentimos en nuestro interior
![]() |
| By eldar nurkovic | Shutterstock |
«No valgo nada», «Mi vida no
tiene sentido», «Apesto», «Mejor morir que vivir así», «Soy inútil», «Todo va
mal», «Nada cambiará»…
A todos, más o menos, ha pasado
en algunos momentos que somos invadidos en el corazón y la mente por palabras
feas sobre nosotros mismos y los demás, pensamientos negros que como poderosos
imanes atraen a otros mil, uno tras otro en un loco vórtice que te quita
energía, te llena el alma de pesar y, lo más inquietante, te hace mantenerte
enfocado solo en ti mismo. El mundo no existe, las personas que te rodean
pierden importancia, estás solo tú y tu malestar, tú y las cosas que no
funcionan como deberían, tú y los latidos de tu corazón, tú y tu ansiedad, tú y
tu infelicidad.
Recuerdo que
el primer año de matrimonio me pasaba, después de discutir con mi marido, ser
asaltada por terribles pensamientos que me inmovilizaban en el sofá llorando.
Pensamientos desconectados e incontrolables que llegaban a cuestionarlo todo y
a arrojar barro sobre el matrimonio, mi marido, yo misma, mi vida. Algo dentro
de mí absolutizaba y dramatizaba ese malentendido, prendiendo fuego a todo.
¿Pero de dónde venían esos
pensamientos negativos? ¿Quién es el que hablaba dentro de mí?
Un día confié esta tristeza a mi
madre y ella, consolándome, me sugirió que no escuchara esas «voces» que
ciertamente no venían de Dios: «Haz la señal de la cruz, bebe tres sorbos
(Padre, Hijo y Espíritu Santo) de agua bendita y reza, recita el Ave María». Obedecí
y me di cuenta de que inmediatamente estaba mejor, el sabio consejo de mi
madre, una teóloga sin título, funcionó.
Sin embargo, si no la hubiera
escuchado, nunca lo habría sabido. Porque si no le pedimos ayuda a Dios, si no
le pedimos el Espíritu Santo, ¿cómo podemos recibirlo? Mi madre a menudo me
sugería que en esos momentos estuviera en compañía y me mantuviera involucrada
en actividades manuales: doblar la ropa, preparar la cena. Esto también
fue muy útil para mí. Pude «aprender» en poco tiempo una manera de lidiar con
la tristeza y el flujo negativo interno que ocasionalmente ocupaba mi corazón.
Hace poco leí el hermoso
libro Sto benissimo, sofro molto (en español: «estoy muy bien, sufro
mucho»), del Padre Maurizio Botta, que edita Edizioni Studio
Dominicano y que recoge algunas de sus catequesis realizadas dentro
del ciclo de encuentros «Cinco pasos al misterio».
El miedo y la ansiedad que quitan
la alegría
En el quinto capítulo, titulado
«Culpa que mata. Cuando el miedo y la ansiedad te quitan la alegría», el autor
explica muy bien esta incesante catapulta en la mente de palabras, frases,
pensamientos, imágenes negativas y ofrece consejos, a partir de su experiencia
personal y de los pasajes del Evangelio, para contrarrestarlos.
Escribe el padre Maurizio:
«(…) ¿Sabes cuál es el término
para estas cosas malas? (…) mal diálogo. Tienes un «mal diálogo» interior que
te empuja desde dentro… Y no estoy haciendo un discurso ideológico, basta ser
honesto contigo mismo: ¿quién de nosotros no conoce este diálogo continuo
dentro de nosotros, la persecución perenne de voces, impresiones, destellos,
miedos? La verdadera pregunta es: ¿de dónde vienen?
Ir al psicólogo ayuda, ¡pero no
es suficiente!
Y continúa enfatizando la estima
personal que tiene por la psicología y las ciencias humanas, que son necesarias
principalmente para que él mismo comprenda tantos mecanismos de la mente y para
aquellos que los necesitan por razones importantes, especialmente cuando este
mal diálogo se convierte en una enfermedad real.
Pero hay un problema en su
opinión cuando las ciencias humanas se idolatran y se plantean como explicación
y solución a todo, porque en realidad no pueden ser suficientes, continúa
Botta. Acudir a un psicólogo, sabiendo que hay dinamismos mentales puntuales,
que el superego existe, que «tienes en la cabeza modelos de
perfección delirantes, irracionales y estás sufriendo solo por esto» sirve, es
bueno, pero no te quita el miedo», dice el autor.
«Ciertamente te beneficiarás de
ello, pero ¿servirá esto para silenciar de una vez por todas los ‘diálogos
negativos’? No creo. Alguien me dirá: ‘Este no es para todos’. Es cierto. De
acuerdo. Hay quienes sufren más, algunos menos. Personalmente siento el drama
de este encuentro por una razón específica… Hay básicamente tres grandes
milagros que me llevaron a convertirme en sacerdote: experimentar que era
posible vivir la pureza con la oración, con alegría; sanar del amor posesivo;
sanar del continuo desgarro de frases e imágenes inexistentes, de los ‘malos
diálogos’.»
¿Cómo distinguir cuando Dios
habla dentro de nosotros?
La catequesis procede tocando un
punto fundamental: si Dios existe y nos habla, ¿cómo podemos entender si es Él
quien habla dentro de nosotros? Cuando una palabra, una frase, un pensamiento
viene a nosotros, ¿cómo entendemos si viene de Él o no?
«Él habla de sí mismo como
alguien que está en la plenitud de la alegría divina y la quiere donar. Esto te
hace entender cuando la voz que te habla por dentro viene de Él: la voz de Dios
en tu interior es paz y alegría. Es una voz estéticamente hermosa. El Señor es
un señor, es noble al hablar. Cuando Él habla, Él es paz y gozo porque Él es el
Señor de la paz, no un trombón. Esto significa que el 99% de las voces que
escuchamos en nuestro interior no son de Dios, porque cuando Él te habla, no
tienes dudas. (…) Las otras voces son humanas o vienen de más abajo, porque eso
es lo que dice el Evangelio. Trata de pensar en todo lo que pasa por tu cabeza:
los pensamientos poco bellos, los cínicos, duros, tristes, los pesimistas. ¡No
es Dios quien habla! Es un ruido que puede tener causas psicológicas. Todas
esas voces se burlan de las palabras del Evangelio, del creer en la existencia
de Dios, de la bondad de Dios, continuamente…»
Cómo eliminar las voces que nos
alarman
¿Qué hacer para eliminar las
horrendas voces que amenazan nuestros pensamientos?
1) Debemos tener en cuenta algo
que no se nos dice: la batalla espiritual es una batalla, dice el padre
Maurizio Botta.
«(…) La vida de los creyentes es
una batalla no contra los enemigos que hay ahí fuera, sino contra las «bestias»
que hay dentro. (…) ¿por qué te sorprende que tu fe sea tentada si cuando
recitas el Padre Nuestro dices ‘no nos dejes caer la tentación, líbranos del
mal’? Porque el texto habla de ‘malvado’, no de maldad genérica o neutral, sino
de ‘el malvado’, con el artículo definido.»
2) Cuando tenemos estos malos
pensamientos, es importante decirle la verdad al Señor, sin esconderle
nada, y dar esa fealdad en limosna:
«(…) Para liberarme de los malos
pensamientos, de los celos, el primer paso, para mí, fue decirme a mí mismo y
al Señor la verdad. ‘Te digo, Señor, toda mi miseria. Soy celoso, posesivo,
malo. Soy injusto, soy un mentiroso, soy un ladrón’. No te escondas ni te
justifiques ante Dios, sino preséntate tal como eres, da como limosna tus
intenciones negativas y malos pensamientos.»
3) Otro aspecto fundamental
es no escucharlo demasiado:
«Otro consejo de mi experiencia
es no escucharlo demasiado. Cuando está claro que no es Dios quien te está
hablando, déjalo hablar, que no te importe. Como cuando el psicólogo dice:
‘¡Mira aquella cosa!’ Quédate quieto, sentado, callado, y di: ‘Vengan todas las
cosas sobre mi’. Te agitas, sufres, estás cansado, ¡pero luego te das cuenta de
que no mueres! ¡Palabra de honor!»
Más herramientas
4) ¡Y luego está el arma más
poderosa: la corona del rosario!
(…) ¡Y siempre en el bolsillo el
rosario! Tengo este más pequeño que no se ve, luego este aquí, y nuevamente
este cerrado y muy precioso que me dio una santa monja de clausura. No me
faltan estas herramientas, porque mi madre me decía: «Recuerda, estar siempre
limpio porque si te pasa algo, ¡vas al hospital!». Que cuando me vacíen los
bolsillos en el hospital, digan; ‘¡Este está loco’ Pero, si es batalla, ¡es
batalla!».
5) Por último, pero siempre
primero, oración incesante:
«(…) ‘Jesucristo, ten piedad de
mí pecador’, como en el libro Cuentos de un Peregrino Ruso. No sé si lo
conoces. El protagonista es precisamente un peregrino que atraviesa Ucrania y
Rusia trayendo consigo solo pan seco y la Biblia. Después de asistir a una
misa, muy impresionado por la exhortación de San Pablo a orar incesantemente (1
Tesalonicenses 5:17), partió en busca de aquellos que le enseñan a vivir la
vida cotidiana y al mismo tiempo a mantener su mente continuamente volcada a
Dios en oración. Finalmente, se encuentra con un santo monje que le enseña la
oración de Jesús u oración del corazón, que consiste en la repetición
incesante, según el ritmo de la respiración, de la fórmula ‘Señor Jesucristo,
Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador’, frase adaptada del Evangelio (Lucas
18:13). (…) Confieso que los primeros miles de veces de aquel ‘soy un pecador’
me dejaba un poco perplejo… ‘¿Por qué tengo que decir que soy un pecador?’,
había una gran resistencia, pero cuanto más seguía, más entendía cuanto me
hacía bien…».
¿Por qué no estamos en paz y en
alegría?
El padre Maurizio escribe
que no tenemos la alegría plena que Cristo quiere donarnos – y que nuestro
corazón desea – porque no vivimos el mandamiento que Él nos ha dado, «Que os
améis los unos a los otros, como yo os he amado» y no pedimos al Señor que
nos haga amar de esta manera a los que tenemos a nuestro lado y a nosotros
mismos. ¡Comencemos a hacerlo ahora!
«(…) Pienso en los chicos y
chicas a los que la voz les dice: ‘¡Eres un perdedor! ¡A nadie le importas!
¡Serás infeliz!’ Sólo quiero decirles que es una mentira porque es contraria a
la palabra de Jesús en el Evangelio. Para el Padre también se cuenta cada cabello
de tu cabeza, se preocupa por ti: ‘Te dejo la paz, te doy mi paz para que mi
alegría esté en ti’, te dice. ¿La solución? El Señor nos lo ha dado haciendo la
síntesis de la síntesis. Un mandamiento: ‘Amaos los unos a los otros como yo os
he amado, divinamente. Os doy el Espíritu Santo, a los que lo pidan se les
dará’. ¡Stop! (…) Digo de escuchar y tomar en serio hasta el final el
mandamiento de Cristo: ‘Ama, ama como Él ama’. Pídele de rodillas, cuando vayas
a pie, en bicicleta, al trabajo, con la oración, con oraciones jaculatorias.
¡Quiero amar, Señor, como tú
amas!
Que así sea.
Silvia
Lucchetti
Fuente: Aleteia






.webp)