19 – Agosto. Viernes de la XX semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Mateo 22, 34-40
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo: «“Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este
mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se
sostienen toda la Ley y los Profetas».
Comentario
Por algún
motivo, a los hombres nos cuesta creer a Dios, aceptar sus palabras. Nos dice
las cosas una y otra vez, y sin embargo, parece como si no entendiéramos, o no
quisiéramos entender. Le hacemos explicar lo mismo de manera reiterada.
La historia se
repite desde Adán y Eva hasta hoy. A ellos se les dijo que tomar el fruto de un
árbol les acarrearía la muerte, y sin embargo, lo hicieron. Las consecuencias
se siguen notando todavía hoy.
Algo parecido
sucede con los mandamientos. Hoy vemos que a Jesús se le cuestiona sobre cuál
es el principal entre todos. Y el Señor no hace más que invocar la Shemá
Israel, que todos los judíos aprendían desde niños y que tenían en los
labios desde hace siglos: “Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor
es Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6, 5). A esto añade otro precepto antiguo:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18).
Sabemos que la
respuesta de Jesús es consecuencia de una pregunta que le hicieron para
tentarle. Lamentablemente, muchas veces nosotros no estamos exentos de ese
comportamiento.
¿No tenemos
acaso todo lo que se ordena a nuestra salvación puesto por escrito y en la
tradición? Tenemos la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia, el
Magisterio de los Romanos Pontífices. Tenemos, además, la posibilidad de
acceder a los sacramentos y a la dirección espiritual. La vía la tenemos
trazada, y sin embargo, no nos dejamos convencer por ella. Dios nos habla
muchas veces y de muchos modos (cfr. Hebreos 1, 1), pero nosotros seguimos
haciendo preguntas que ya están contestadas.
Por eso, el
evangelio de hoy puede ser una llamada para que atendamos la invitación del
apóstol Santiago: “quien considera atentamente la ley perfecta de la libertad y
persevera en ella — no como quien la oye y luego se olvida, sino como quien la
pone por obra — ése será bienaventurado al llevarla a la práctica” (Santiago 1,
25). De eso se trata la vida del cristiano: de conducirse por una lex
perfecta libertatis, lo cual requiere estudiarla y asimilarla a fondo en la
propia vida.
Lo que nos da
libertad es amar a Dios y al prójimo, y es eso lo que nos lleva a la felicidad.
Ese es el motivo por el cual el Señor nos da mandamientos. De hecho, antes de
otorgar el precepto, Él mismo anuncia cuál es el destino de los que así viven: “Escucha,
pues, Israel, y esmérate en cumplir lo que te hará feliz” (Deuteronomio 6, 3).
Ojalá nos convenzamos por fin.
Luis Miguel
Bravo Álvarez
Fuente: Opus
Dei