21 – Agosto. XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
![]() |
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 13,
22-30
Y pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
Comentario
La escena que nos presenta el
evangelio es muy actual. Jesús está en camino hacia Jerusalén. Mientras avanza,
las gentes que lo rodean van hablando con Él y le comentan sus inquietudes. Como
ellos, también nosotros somos caminantes, que nos dirigimos hacia la patria
celestial.
El camino de la vida se puede
afrontar con la actitud de un turista tranquilo y despreocupado, atento sólo a
disfrutar de todo lo placentero que se le ofrezca, o como un peregrino que va
ligero de equipaje y se entretiene poco en lo que le sale al paso, porque su
objetivo es alcanzar su destino. Pero, y si caminamos con comodidad disfrutando
de lo que nos apetece en cada momento ¿no llegaremos también a la presencia del
Señor? Aquel que es bueno y misericordioso ¿no nos abrirá gustoso la puerta
para invitarnos a su banquete eterno? Es frecuente encontrarse con personas que
están convencidas de que, al final, serán muchísimos, todos, lo que se salven.
Así pensarían algunos de los que iban caminando con Jesús, y tal vez al
escuchar sus palabras, un poco temeroso, uno de ellos le pregunta para quedarse
tranquilo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (v. 23).
Jesús no le responde
directamente, sino que le invita a reflexionar. Le dice que lo importante no es
el número, si serán muchos o pocos, sino acertar con el buen camino, el que
lleva a la puerta que da acceso a la salvación.
Jesucristo es la puerta (cf. Jn
10,9) que nos abre el acceso a Dios Padre y, en comunión con él, disfrutamos de
su misericordia, de su protección y de su cariño. La puerta es estrecha porque
nos exige ser sacrificados, comprimir nuestro orgullo, quitarnos de encima la
carga de nuestras faltas, y perder el miedo a abrir el corazón con humildad. Es
estrecha, pero está siempre abierta de par en par.
En su respuesta, Jesús alude a
que la invitación al banquete de la vida inmortal se ha cursado a la humanidad
entera, y las gentes se dirigen hacia allá desde todos los puntos cardinales.
Se espera a pobres y ricos, sanos y enfermos, ancianos y niños, hombres y
mujeres, y a todos se les quiere dispensar una gran acogida. La salvación no es
clasista, ni está reservada a algunos privilegiados. Pero Jesús hace notar que
hay “una sola condición igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e
imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al
servicio de los hermanos”[1].
La salvación es asequible a
todos, pero no es una baratija. La vida de verdad no se disputa ante una
videoconsola, ni es como una serie de televisión donde se interpreta un rol
ficticio sin mayores consecuencias reales. Se dirimen en ella asuntos importantes,
y por eso se requiere actuar con responsabilidad y esfuerzo. En el día del
juicio seremos juzgados según nuestras obras. No bastará con declararse amigos
de Jesús: “Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras
plazas” (v. 26). Hay cielo y hay infierno.Los “servidores de la iniquidad” (v.
27) estarán allí donde “habrá llanto y rechinar de dientes” (v. 28). En cambio,
serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, aun a
costa de sacrificios. Dios no excluye a nadie, pero quedarán fuera quienes no
quieran entrar por la puerta estrecha.
“Quisiera haceros una propuesta
–decía el Papa Francisco-. Pensemos ahora, en silencio, por un momento, en las
cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden atravesar la puerta: mi
orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la otra puerta, aquella
abierta de par en par por la misericordia de Dios que al otro lado nos espera
para darnos su perdón”[2].
[2] Papa Francisco, Ángelus 21 de agosto de 2016.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei






