28 - Agosto. XXII Domingo del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 14, 1.
7-14
Un sábado, entró él en casa de
uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que
lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos,
ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque
corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete,
invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque
no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».
Comentario
Durante su ministerio público
Jesús aceptó con cierta frecuencia las invitaciones de distintas personas para
comer en sus casas, incluso de quienes la sociedad consideraba gente de vida
poco recta. Fue tal la actitud acogedora de Jesús, que algunos hipócritas lo
tacharon de “comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,34). En
esta ocasión, Jesús es recibido en casa de uno de los principales fariseos y,
escribe san Lucas que muchos de ellos lo observaban. Pero a Jesús le mueve el
afán de salvar a todos por encima de la opinión pública y las habladurías. Como
dice san Cirilo, “aunque el Señor conocía la malicia de los fariseos, aceptaba
sus convites para ser útil a los que asistían a ellos con sus palabras y
milagros”[1].
Al notar Jesús cómo los fariseos
iban eligiendo los primeros puestos, les propuso una parábola ambientada en un
banquete de bodas. En principio, todo parece un sencillo consejo humano de
etiqueta social para quedar bien ante la gente. Sin embargo, la imagen esconde
un mensaje mucho más trascendente sobre la virtud de la humildad, que queda
condensado en la famosa sentencia paradójica: “Todo el que se ensalza será
humillado; y el que se humilla será ensalzado”.
La tradición de la Iglesia ha
insistido mucho en el papel fundamental que desempeña la virtud de la humildad
de la que habla Jesús en casa del fariseo. Muchos Padres de la Iglesia
coinciden en definir esta virtud como hizo san Gregorio: “Madre y maestra de
todas las virtudes”[2].
Jesús da a entender al fariseo que no es fácil acertar con la actitud adecuada
que hemos de adoptar, según la verdad de nosotros mismos en cada situación. Es
fácil creerse más de lo que uno en realidad es. Por eso sugiere Jesús
considerarse siempre inferior a lo que cabría esperar; ponerse “en el último
lugar”.
En realidad, Jesús es quien ha
sabido ponerse en último lugar y ha sido después exaltado. Como explica
Benedicto XVI, “esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar
también en la postura del hombre en relación con Dios. De hecho, el “último
lugar” puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado,
condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por
eso Cristo mismo “tomó el último puesto en el mundo —la cruz— y precisamente
con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente” (Deus
caritas est, 35)”[3]. Jesús es
quien se puso de verdad en último lugar, el del servicio a los demás y la
entrega generosa hasta la cruz. Por eso luego fue exaltado a la diestra del
Padre. En cierto sentido, el propio Jesús escuchó la frase de la parábola de
hoy: “Amigo, sube más arriba”. La virtud de la humildad resulta por tanto una
condición necesaria para que Dios nos pueda exaltar, porque “a pasos de
humildad es como se sube a lo alto de los cielos”, comentaba san Agustín[4].
Por último, Jesús sugiere al
fariseo vivir la caridad con los demás, que es también señal de humildad. Por
eso el Maestro anima a su anfitrión a que invite a su banquete precisamente a
todos aquellos que cualquiera pondría en último lugar y no en el primero, “a
pobres, a tullidos, a cojos y a ciegos”, que no tienen para corresponder. Esta
actitud generosa que da importancia y valor a los humildes, es premiada y
exaltada por Dios que como dice Jesús “recompensará en la resurrección de los
justos”. Porque como explica san Juan Crisóstomo, “si convidas al pobre,
tendrás por deudor a Dios, que nunca olvida”[5]. Y entonces
oiremos nosotros también la invitación del anfitrión: “Amigo, sube más arriba”.
[2] San Gregorio Magno, Moralia, 23,23.
[3] Benedicto XVI, Ángelus, 29 de agosto de 2010.
[4] San Agustín, Sermón sobre la humildad y el temor de Dios.
[5] San Juan Crisóstomo, hom. 1 in Ep. ad Col.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei






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