29 – Agosto. Martes de la XXII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 4, 31-37
Y bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz: «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!».
Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la
gente, salió sin hacerle daño. Quedaron todos asombrados y comentaban
entre sí: «¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder
a los espíritus inmundos, y salen».
Y su fama se difundía por todos los lugares de la
comarca.
Comentario
Jesús enseña
en la sinagoga de Cafarnaún, una aldea bañada por las aguas del lago de
Genesaret. La gente se queda admirada de su doctrina, porque no dice palabras
huecas, sino que las confirma con su poder.
Un hombre con
un demonio impuro. De su boca sale una gran voz: «¡Déjanos!, ¿qué tenemos que
ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo
de Dios!».
Jesús no
responde a las preguntas del demonio. No dialoga con él. Con plena autoridad,
le manda callar y salir de aquel hombre. Y el demonio obedece y sale sin hacer
daño alguno.
La existencia
de Satanás y sus ángeles es una verdad revelada por Dios y enseñada por la Iglesia.
Buscan cómo perdernos, pero nada hemos de temer, porque quien tiene la
autoridad es Jesús, nuestro Dios, que ha entregado su vida por nosotros, para
rescatarnos del poder del diablo, del pecado y de la muerte.
Dios pone su
autoridad a nuestra disposición, porque nos ama. «A menudo, para el hombre
–afirma Benedicto XVI– la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito.
Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor»[1]. Si Dios
emplea su autoridad para servir a sus hijos, ¿qué hemos de temer?
Ante la
curación de un endemoniado, la gente se pregunta admirada: «¿Qué palabra es
ésta, que con potestad y fuerza manda a los espíritus impuros y salen?». ¿Quién
es el que pronuncia una palabra así? ¿Quién es este hombre que expulsa a un
demonio? Y divulgan la fama de Cristo por todos los lugares de la región.
Los milagros
de Jesús nos ayudan a creer que Él es el Mesías, el Hijo de Dios, y a
entregarle nuestra vida. Pero solo nos ayudan si tenemos un corazón bien
dispuesto por la humildad; también lo hacen si tenemos la buena voluntad de
buscar la verdad y desear el bien.
Algunos tienen
una fe lánguida, sin apenas consecuencias prácticas en su vida. Nosotros
queremos tener una fe viva, que llene de alegría y esperanza nuestra vida en la
tierra, que se encarne entregándose a los demás, para construir un mundo más
justo, más humano, más cristiano; que nos lance a contagiar con nuestra vida y
nuestro testimonio el buen olor de Cristo por todos los lugares, por el mundo
entero.
[1] Benedicto
XVI, Ángelus, 29-I-12.
Tomás Trigo
Fuente: Opus
Dei