13 – Agosto. Sábado de la semana XIX del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 19,
13-15
Entonces le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban.
Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a
mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos». Les impuso las
manos y se marchó de allí.
Comentario
Después de haber escuchado ayer la enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, contemplamos a unos niños que son presentados a Jesús. Una significativa secuencia: una vez unidos para siempre el hombre y la mujer en el matrimonio, aparecen en escena los niños, fruto de esa unión.
El evangelista
no indica quiénes llevan a esos niños pero parece indicarlo con el episodio
anterior: los padres. Y es que la fama de Jesús crecía: curaba a los más
débiles, entre ellos a los niños. Es fácil imaginar, por lo tanto, a los padres
que llevaban a Jesús a sus hijos pequeños, todavía débiles, para que los
bendijera, para que, con la imposición de las manos, o con solo tocarlos, los
protegiera de las enfermedades y del poder del maligno.
Pero los discípulos se creen con
la autoridad de evitarlo. Y el Maestro no lo consiente, pues Él es el Camino
para llegar al Padre. Así se lo dirá a uno de los discípulos: “Nadie va al
Padre si no es a través de mí” (Jn 14,6). Los niños encuentran en Jesús el
mejor camino para descubrir su filiación divina. Al mismo tiempo, los adultos
–de modo especial, los padres– están llamados a facilitar ese encuentro, de
modo que también ellos redescubren esa misma filiación: “El que reciba en mi
nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a
mí, sino al que me ha enviado” (Mc 9,37).
Es conmovedor fijar la mirada en
Jesús rodeado de niños, jugando con ellos, sonriéndoles, preguntándoles sus
nombres, su edad...; instruyéndoles para que sean buenos hijos de sus padres,
buenos hermanos…; y hablándoles de su Padre del Cielo. Una escena terrena y
celestial a la vez: aquel momento fue una clara manifestación de lo que ha de
ser en la tierra el Reino de los Cielos, y un reflejo de cómo será ese reino en
el más allá para aquellos que en la tierra se han comportado como niños delante
de Dios. Por eso acogemos con humildad la advertencia de San Josemaría: “No
olvides que el Señor tiene predilección por los niños y por los que se hacen
como niños” (Camino, n. 872).
Josep Boira
Fuente: Opus Dei






