El Arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, inició su ministerio el pasado sábado invitando a los fieles a librar una batalla espiritual frente a los “extraordinarios desafíos” de nuestro tiempo
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| El arzobispo de Valladolid, monseñor Luis Argüello/archivalladolid |
Argüello,
que es también secretario general de la Conferencia Episcopal Española,
compatibilizó esta condición con la de obispo auxiliar de Ricardo Blázquez
hasta que el papa Francisco aceptó el pasado 17 de junio la renuncia de este y
decidió que Argüello lo sustituyera al frente del Arzobispado vallisoletano.
“Somos llamados a un combate
espiritual para crecer en genuina espiritualidad de encarnación, de comunión y
misionera, que llene nuestra existencia y se derrame en los ambientes e
instituciones sociales, económicas y políticas en las que participamos”, aseguró en
la homilía de la misa con la que inició su ministerio el sábado 30 de julio, en
la catedral de Valladolid.
“Estamos
convocados a un coloquio en favor del bien
común”, recalcó. “Los desafíos de este tiempo son extraordinarios y
queremos ofrecer nuestra colaboración de palabra y de obra desde una
convicción: vivir
y edificar la Iglesia es la mejor manera de humanizar a cada persona, desde la
afirmación de su sagrada dignidad, y de hacer sociedad en servicio a los demás,
desde el reconocimiento de Cristo en los empobrecidos, allí donde Él juzga la
historia”.
Doble vida moral
En esa misma intervención, alertó contra el peligro de que
la vida cristiana caiga en el dualismo, en la separación radical entre las
distintas dimensiones del hombre creyente.
“El dualismo, más aún que la ‘doble vida moral’, es el gran riesgo
de nuestra forma de ser cristianos en este cambio de época”, admitió Luis
Argüello. Y concretó su advertencia: “El grave riesgo de la Iglesia de nuestro
tiempo es la escisión entre fe y vida; libertad y gracia; realidad y Dios; vida
privada y vida eclesial o pública; sociedad civil e Iglesia; historia y vida
eterna”.
Frente a ello, apeló al desafío de una santidad que es el único
modo de salir al paso de estas contradicciones interiores pues “la santidad es
el resultado de la unidad de vida guiada por el Espíritu”.
“Salgamos a los caminos sin que nos escandalicen y desanimen las
dificultades, pues la mesa de la Comunión está definitivamente puesta y la
senda de la Misión está definitivamente abierta”, recalcó en su homilía.
No es la primera vez que Argüello sustituye la expresión guerra
cultural tan en boga hoy, incluso en ambientes
eclesiásticos, por la alternativa de la
batalla espiritual.
Ya lo
hizo el año pasado en su aportación al libro colectivo ¿Librar la
batalla cultural? (CEU
Ediciones) con un elaborado artículo titulado justamente
‘El combate cultural es un combate espiritual’ en el que desgrana y desarrolla
los perfiles y escenarios de esa lucha.
El «mal aliento» del tentador
En aquel texto, Argüello nos recuerda que el combate es entre el
‘buen aliento’ insuflado por Dios en la creación y “que nos convoca a la vida”,
y el ‘mal aliento’ del tentador, “que nos ofrece sucedáneos de lo que el
corazón desea a cambio de la entrega del alma”.
El combate es, por tanto, “un combate espiritual” y es, además,
“inevitable, connatural a la vida cristiana en el siglo”, añade en su
colaboración para el libro de CEU Ediciones.
Ahora bien, ¿cuál es el campo de batalla de ese combate? Y ¿cuáles
son los marcos que lo definen? Como primera aproximación, Argüello advierte
contra un “paradigma tecnocrático” en el que la Economía reivindica una
autonomía casi absoluta, frente a la política o la ética, y que proclama la
“eficiencia económica” como el máximo valor social.
A todo ello se añade un modelo de persona “adiestrado para el
mercado a través de una atmósfera en la que se respira una especie de ‘mística
del bienestar”. Es un modelo en el que la persona ha sido reducido a individuo,
y donde el afán de colaboración es sustituido por la desconfianza.
En este campo de juego en el que se libra el combate espiritual,
dos lados están protagonizados por el sistema económico dominante, explica el
ahora Arzobispo de Valladolid, y los otros dos “por la izquierda cultural, el
progresismo, que propone autonomía radical, derecho a decidir, diversidad de
identidades y ataque frontal a las fuentes de los vínculos: Dios,
matrimonio-familia abierto a la vida, nación”.
Reduccionismo de la persona
En este combate hay una verdadera guerra, recuerda el
actual Arzobispo de Valladolid, “contra la dignidad y el concepto mismo de
persona, a la que se reduce a individuo de una especie más entre las especies,
y a la que se quiere desplazar del centro de la tierra y de la historia”.
Pero es también una guerra contra la vida.
El panorama social al que nos enfrentamos es calificado por Luis
Argüello como “totalitarismo emergente” y lo describe a partir de cuatro rasgos
principales: un capitalismo de la vigilancia, para controlar la formación de la
opinión pública; un paradigma tecnocrático, frente al humanista, que aspiraba a
la sabiduría; una “dictadura del relativismo”, auspiciada por la corrección
política; y un “capitalismo moralista” que presenta a los poderes económicos y
políticos como garantes de nuestro bien.
En su ensayo, Argüello desarrolla también otro de los ejes del
conflicto cultural de nuestro tiempo, que es nuestro peculiar modo de
relacionarnos con la naturaleza de la que partimos.
Cinco rasgos del conflicto cultural
que vivimos
Estamos instalados en una fase cultural que se caracteriza por
cinco rasgos principales, según nos explica. El primero de ellos es justamente la
minusvaloración de la naturaleza humana “que queda devorada por la cultura”.
Y así nos hallamos con “sujeto sin cuerpo, valores sin bien, género sin sexo,
interpretaciones sin hechos, e ideología sin realidad. Identidades sin rostro”.
El segundo rasgo tiene que ver con la usurpación por parte de la
política de búsquedas y aspiraciones antaño vinculadas a la religión. Así
“el progreso y el ‘imperio del bien’ sustituyen al Reino”. El primero, el
progreso, proclama su voluntad de construir el paraíso en la tierra, mediante
la acción política y social, mientras el segundo, el imperio del bien, “pone su
acento en la nueva alianza entre el hombre y la máquina para superar lo
humano”.
La tercera característica tiene que ver con la disolución del
valor de la diferencia sexual, una polaridad “fecunda que
genera familia y nación” y que es sustituida por una “diversidad de individuos
que reclaman el derecho a tener derechos y afirman identidades cada vez más
diversas y enfrentadas”.
Para todo este proyecto “supuestamente liberador” es
imprescindible un control de los medios culturales e informativos “para generar
una cultura uniformadora de lo humano”.
Volver a confiar en la gracia
El quinto rasgo de este tiempo es el apartamiento
de la gracia, lo que llega a afectar a los propios creyentes, que desconfían de
su capacidad transformadora. Por ello, “el combate
cultural ha de descubrir la importancia de proponer una alternativa que ponga la
confianza en la gracia encarnada más que en el poder”.
Una gracia encarnada que le lleva a una propuesta para
que los católicos se impliquen activamente en la sociedad con su voz y para que
la Iglesia recupere el protagonismo de Dios.
El libro ¿Librar la batalla cultural? que recoge la
aportación de Luis Argüello, incluye también las de otros colaboradores: el
historiador Fernando García de Cortázar, los filósofos Miguel Ángel Quintana
Paz, y Mariona Gúmpert, políticas como Cayetana Álvarez de Toledo o Francisco
J. Contreras, y escritores y profesores como Agustín Domingo Moratalla, Pablo
Velasco o Esperanza Ruíz, entre otros.
Vidal Arranz
Fuente: Aleteia






