El sacerdote jesuita Antonio Bohórquez profundiza sobre los jóvenes en ECCLESIA y lanza la pregunta clave: ¿Seremos capaces de acompañar hoy a los jóvenes al pozo que no se agota?
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Ecclesia |
Son de las pobladas Madrid o Barcelona o de
ciudades que, como Ávila, tristemente vamos conociendo como parte de «la España
vaciada». De lugares donde la tradición católica se deja sentir vivamente en
sus calles como Sevilla o territorios y enclaves que en otro tiempo fueron
fuente de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa y recientemente han sido
fuertemente golpeados por la secularización como Bilbao.
Educados por sus familias de manera natural en la
Iglesia o buscadores que han descubierto por sí mismos y con la ayuda del
Espíritu a la comunidad de seguidores de Jesús. Pertenecientes a nuevos movimientos o formados en
centros educativos de congregaciones religiosas. Religiosos y laicos;
sacerdotes recientemente ordenados y madres de familia que acumulan
experiencia…
Son jóvenes que celebran las diferencias porque son conscientes de que
bien llevadas sirven para el enriquecimiento mutuo. Viven agradecidos no solo por formar parte, sino ante todo y
principalmente por ser Iglesia.
La reflexión o las preguntas acerca de los jóvenes y
la Iglesia es una cuestión recurrente. Un tema del que mucho se habla o se
escribe pero que, a la hora de la verdad, parece no cambiar mucho la manera de
hacer pastoral, demasiadas veces consistente en actividades lideradas por
adultos que no conocen de primera mano las dinámicas juveniles o que no son
capaces de calibrar la total ausencia de referentes religiosos en sus
vidas. El fracaso en términos numéricos parece
estar asegurado en esos casos. Y es que lo que funcionó ayer puede no funcionar
hoy. Al mismo tiempo, paradójicamente, lo que funcionó antes de ayer puede que
funcione mañana. Cerrarse a la novedad o pasar página demasiado rápido pueden
ser dos actitudes aparentemente contradictorias que tienen mucho en común.
Llegar a las nuevas generaciones es un objetivo
fundamental para la misión evangelizadora de la Iglesia. Que el mensaje y la
vida de Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación, sigue siendo
una Buena Noticia alcanzable para todos se pone de manifiesto en la vida de
catorce jóvenes que han respondido con generosidad a las preguntas que les
hemos planteado. Los presentamos brevemente.
¿Y qué
es la Iglesia para ellos?
Todos perciben la Iglesia como casa, familia, lugar de
crecimiento, comunidad viva que busca y hace presente a Cristo Vivo en el
mundo. Algunos incluso expresan que no son capaces de entenderse sin
ella. La Iglesia es eso que ha estado ahí desde
que nacieron. Mejor aún, esa realidad en la que han estado inmersos desde que
vieron la luz. Pero no solo la definen en su dimensión interna. Además, son
conscientes de que ser Iglesia implica comprometerse en el mundo.
Vibrar
con y por la Iglesia
Con esta Iglesia vibran y por esta Iglesia sufren. No
por otra soñada o anhelada, por mucho que a veces el deseo de quienes recorren
las primeras etapas del camino de ser lo que son sea confundido erróneamente
con nostalgias de otras décadas o siglos. Y
porque la quieren, desde el cariño y desde su fiel pertenencia a ella por el
bautismo, son también capaces de ser críticos.
En los tiempos que corren, en los que la credibilidad
de la institución no se mide por la ausencia de fisuras sino por la coherencia
de su testimonio, y en los que la debilidad de la Iglesia desde los criterios
del mundo hace que los jóvenes que viven su fe desde diferentes grupos estén
más cerca unos de otros que en otros momentos, quizá haya que escuchar de
verdad a quienes por su edad y circunstancias vitales están más cerca de las
voces que nos llegan desde el mundo. Están
acostumbrados a convivir con naturalidad en ambientes secularizados.
Lejos de ser un problema esto es para ellos un reto y
una oportunidad de ser, como nos pide el Papa Francisco,
auténticos «discípulos misioneros». Aun
así, son las personas con quienes comparten vida en la Iglesia las que les
hacen vibrar y, cómo no, en primer lugar, la persona de Cristo. Todos expresan emoción al acordarse de aquellos que
los acompañan y les preceden en su camino de fe. Sin olvidarse de ellos, cada
generación necesita libertad para explorar nuevos caminos… y también para poder
equivocarse.
Nadie, o muy pocos se ilusionan con la vocación por
ver carteles colgados en nuestras Iglesias y colegios, sino por el testimonio
de quienes viven con alegría su vocación, sea cual sea.
Los
jóvenes «de fuera»
La cercanía a las personas que ni conocen ni viven ni
comparten nuestra fe hace a estos jóvenes especialmente capaces para conocer
las dificultades de quienes están lejos de la Iglesia.
La manera de gestionar en el pasado los casos de
abusos sexuales cometidos por miembros del clero y de la vida religiosa, la
jerarquía con rostro únicamente de varón o la manera en que tradicionalmente se
ha tratado a las personas homosexuales son cuestiones que no pasan
desapercibidas a los jóvenes. Son motivos de alejamiento de muchos a los que o
no se les han explicado bien las cosas o no se les ha tratado como merecen.
Estas son algunas de las voces que nos llegan desde fuera y que quizá deban
hacernos reflexionar. Esto no significa que
siempre tengamos que dar soluciones que contenten a todos (un todos que a veces
responde solo a determinados grupos). No se trata de avanzar guiados por los
criterios del mundo sino de avanzar en un mejor conocimiento de la verdad que
nos regala Dios en Jesucristo.
Y, aunque la formación sea fundamental, lo primero es
el encuentro con Jesús. «Resuenan aquí las palabras del Papa Benedicto XVI: «Se
comienza a ser cristiano (…) por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva» (Deus Caritas Est, 1). Judith, aunque actualmente reside
en Lugo, comparte el mismo análisis que hace Patricia.
Y es que los cristianos de Madrid y Barcelona, las dos
grandes urbes de nuestro país, seguramente compartan algunas dificultades
relativas a los ritmos de vida, cuestión importante para poder vivir la
dimensión interior de la fe. Aunque en menor medida esta inquietud es
compartida por quienes incluso en zonas rurales corren una carrera hacia
ninguna parte.
¿Qué
imagen tienen?
Otras dos posibles dificultades a las que se tienen
que enfrentar los jóvenes que quieren vivir su pertenencia: la Iglesia son la
imagen transmitida por los principales medios de comunicación y las ideas
contrarias a la antropología católica. La
búsqueda de la verdad de la que se enorgullece la prensa no siempre está exenta
de contaminarse con intereses espurios, no seamos ingenuos.
Por otra parte, van permeando ideas contrarias a la
concepción del ser humano que se deriva del Evangelio y de la sabia reflexión
de la Iglesia a lo largo de 21 siglos. La cosificación a la que bajo la bandera
de la autonomía y la libertad personal se somete al ser humano (maternidad
subrogada, aborto, prostitución, pornografía, eutanasia…) va permeando en los jóvenes sin que se haga una
propuesta positiva alternativa clara. A menudo comenzamos a dar la batalla
cuando ya tenemos los caballos del enemigo en el patio del castillo.
El momento actual contempla a muchos jóvenes que han
sido víctimas de la sospecha generalizada, seguramente provocada por los
momentos históricos anteriores en los que la Iglesia en España era
omnipresente, a la que se vio sometida la transmisión de la fe y la pertenencia
a la Iglesia y a otras instituciones (no hay que aislar la situación española
de la vivida en Europa y el resto del mundo a partir de los años 60). Una generación educada y formada en los principios
católicos se quedó paralizada ante la identificación de lo católico con el
régimen político anterior.
Unos
«contra» otros
Pero no podemos caer en la tentación de la simple
oposición al mundo. Con todo, puede que el desconocimiento mutuo sea una de las
mayores fuentes de problemas y origen de los prejuicios entre unos jóvenes y
otros, los «de dentro» y los «de fuera».
Este mal se extiende también entre los de dentro. Es decir, entre los jóvenes
que viven su fe desde la pertenencia a diferentes grupos y comunidades. La apertura a otros, como nos proponía Álvaro, es
algo que se está dando de manera natural.
En la situación de disminución eclesial que vivimos se
percibe también que los muros de los diferentes grupos y comunidades son más
permeables. Jóvenes católicos que en otro tiempo jamás coincidirían por la
propia fortaleza de sus comunidades de referencia, hoy día se conocen y se
saben miembros de una Iglesia universal y diversa. Algunos que han sido
educados en contextos católicos redescubren la fe gracias a nuevas iniciativas
y llegan a simultanear la pertenencia a varias comunidades. No estamos para
batallas internas.
Aunque esto pueda ser explicado desde el punto de
vista sociológico, no podemos renunciar a una lectura creyente que nos abra a
percibir la actuación del Espíritu en grupos y comunidades de nueva creación.
Retiros como los organizados por Effetá, Emaús,
Proyecto de Amor Conyugal ven, una edición tras otra, como se agotan las plazas
al poco de abrir las inscripciones. De la misma manera surgen nuevas
comunidades eclesiales como Hakuna y, hace algunos años, nacían nuevas formas
de vida monástica en España (Iesu Communio o las Agustinas del Monasterio de la
Conversión). Tener una mirada demasiado mundana nos puede llevar a cierta
polarización no solo entre los de dentro y los de fuera sino también entre los
de siempre contra los nuevos.
A veces nos olvidamos de que «los de siempre» fueron
nuevos alguna vez y que además de oposición encontraron quienes les apoyaron
desde dentro de la Iglesia. Ni todo puede ser cuestión de modas como algunos se
empeñan en repetir, acusación fácil para no salir de las propias comodidades,
ni podemos caer en la tentación de renunciar a tradiciones centenarias en la
Iglesia sobre las que se han ido construyendo y aupando esas nuevas realidades
que surgen y que reabren el camino a muchos alejados. «Los de siempre» han de ayudar a «los nuevos» con la
sabiduría y la experiencia de siglos. La prueba del algodón para todos será la
de siempre: la mejor y más auténtica vivencia del Evangelio de Jesucristo.
No hay fórmulas mágicas
Cuando pensamos en la presencia de los jóvenes en la
Iglesia no podemos dejar de lado las redes sociales. Lejos de ser una realidad
paralela, son entendidas por ellos como una prolongación de la realidad y, por
lo tanto, no deben escapar a la misión evangelizadora de la Iglesia. No
obstante, alguno de ellos nos confiesa que no está presente. Aunque pueda parecer algo sorprendente es una
tendencia que, tras años de crecimiento, empieza a darse fruto de cierto hastío
o hartazgo. Conscientes de sus riesgos son concebidas más como lugar que como
herramienta. Igual que nadie tiene la receta perfecta para el modo de estar en
el mundo, parece que nunca tendremos la receta perfecta para saber el modo de
estar en las redes. Como en todo, se aprende de los errores y se celebran los
aciertos.
A pesar de las diferencias de los contextos de dónde
vienen, se percibe que hay algo común en su manera de expresar su ser Iglesia.
Un aire nuevo se ha ido abriendo paso y rebasa incluso condicionamientos
históricos o culturales. La
gente sigue teniendo sed de Dios, ¿seremos capaces de acompañar hoy a los
jóvenes al pozo que no se agota?
Fuente: Ecclesia