Laico, francés, periodista… dedicó su vida a los leprosos
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| Raoul Follereau, el "apostol de los leprosos" |
La mayoría de las personas seguramente no han oído hablar de Raoul
Follereau. Sin embargo, sí han oído hablar de la Jornada Mundial de
la lepra. Seguramente también habrán oído hablar que la lepra es como
una enfermedad más, que tiene cura, y que su cura no es necesariamente cara.
El que está detrás de esta jornada mundial y del conocimiento
popular de que la lepra es curable se debe en gran medida a Raoul Follereau, un católico francés, licenciado en
Filosofía y Derecho, poeta, periodista, abogado... conocido también como el
“Apóstol de los leprosos” o el “Vagabundo de la caridad”.
Su vida estuvo fuertemente marcada por su compromiso con la fe
cristiana y por Charles de
Foucauld. También fue uno los mayores ‘pacificadores’, más que
‘pacifistas’, del siglo XX, entre cuyas iniciativas se encontraba pedir a los
presidentes de los Estados Unidos y de la Unión Soviética que le donaran un día
de bombardeos para dedicarlo a los enfermos de lepra.
Raoul Follereau nació en Nevers, Francia, el 17 de agosto de 1903, y ya
con 15 años, y con motivo de un homenaje a las víctimas de la I Guerra Mundial,
proclamó que “¡Vivir es ayudar a otros a vivir!”, haciendo de esta máxima el lema que de toda su vida.
Charles de Foucauld y los
leprosos
Los leprosos se hicieron presentes en su vida durante un viaje
Africa, en 1935. El diario argentino La Nación le
contrató para hacer una serie de reportajes sobre la vida de Charles de
Foucauld, el cual había sido asesinado en Argelia el 1 de diciembre de 1916.
La “casualidad” hizo que su coche se estropeara y en ese momento descubrió que
unos ojos le observaban desde la distancia: unos rostros africanos hambrientos
y llenos de miedo. Follereau intentó acercarse a estos hombres, pero ellos
salieron corriendo. Entonces le preguntó al chófer quiénes eran, y éste le
respondió simplemente “leprosos”. Pero ¿y qué hacían ahí? Y la respuesta volvió
a ser la misma: “Son
leprosos”.
Su vida cambió ese día, y como él mismo explicó en alguna ocasión:
“Fue cuando decidí no luchar más que por una sola causa durante toda mi vida: la de esos millones de hombres a
los que nuestra ignorancia, nuestro egoísmo y nuestra cobardía han convertido
en leprosos”.
Llamado a cambiar la historia
La historia de su vida es muy clara. Es un hombre que hizo una
opción por los leprosos, “unas
personas que además de tener lepra les consideramos leprosos”. Pero antes
de dedicarse a ellos, formó parte de una generación denominada “Inconformistas
de los años treinta”.
Para él, “el poeta tiene que cumplir un papel social eminente y
serio. Es en cierto modo, más que todos los hombres de acción, un líder, un guía de las almas”.
Pensando en las “élites jóvenes”, fundó la Liga Unión Latina, y en
menos de cinco años, ayudó
a publicar obras a más de 100 autores y promovió a más de 300 actores de
teatro tanto franceses como extranjeros. Amén de conciertos, exposiciones... Y
todo el objetivo de contribuir al fortalecimiento de la paz en el mundo.
Tras su primera experiencia con los leprosos y que le cambiaría la
vida, “papá Raoul”, como
le conocían, quiere ser testigo de la realidad de la lepra en todo el mundo.
Pasó gran parte de su vida viajando, siempre acompañado de mujer
Madeleine Boudou, para para adaptar la ayuda a problemas reales. Ciertamente no
fue el primero en consagrarse a esta misión, antes ya lo habían hecho médicos y
misioneros, pero lo hizo como testigo, como reportero, denunciando ante la
opinión pública francesa y mundial la exclusión que sufren los leprosos: “No están cerca del cementerio.
Están dentro... miserables y mudos... No se han movido y no han dicho nada. Han
sobrepasado el límite mismo de la desesperación…”.
En 1942, en un encuentro con las Hermanas Misioneras de Nuestra
Señora de los Apóstoles, en Vénissieux, quedó fascinado por la historia de la
Madre General sobre los leprosos de Costa de Marfil, y en abril del mismo año,
inició un ciclo de conferencias para recaudar dinero y construir la primera
aldea para leprosos, en Adzopé, en Costa de Marfil.
Llamamientos a Estados Unidos
y a la Unión Soviética
Raoul era consciente de la gran responsabilidad que tenían los
gobernantes del mundo a la hora de vivir en paz o en guerra, en acabar con el
hambre y la enfermedad o vivir en la justicia social. Por eso, siempre que pudo
presionó para que pusieran su influencia y capacidad al servicio de la paz.
En 1944 pidió
al presidente norteamericano Roosevelt que “prolongara imaginariamente” la
guerra por un día y que los millones de dólares que habría costado ese día de
guerra los donara a los leprosos.
Unos años después, en 1954, creó el Día Mundial de
la Lepra y un año más tarde escribió al general Eisenhower, Presidente
de los Estados Unidos, y a Gueorgui Malenkov, primer ministro de la Unión
Soviética, pidiéndoles a
cada uno de ellos el costo de un bombardero para curar a todos los leprosos del
mundo. Tampoco obtuvo respuesta.
Quizá el llamamiento más sonado fue su campaña “Dadme dos bombarderos”,
en 1959. En aquel momento volvió a interpelar a Estados Unidos y la Unión
Soviética, pidiéndoles renunciar
a un avión y poner su coste a disposición de la batalla contra la lepra.
Los jóvenes y la paz
Su preocupación por los jóvenes era manifiesta desde el inicio. Él
sabía que eran el futuro, y que este estaba en sus manos. Quizá por eso otra de
sus máximas más conocidas es la de que “nadie tiene derecho a ser feliz a solas”. Les escribió 14
“mensajes”, pidiéndoles que “no acepten una forma de existencia que sea una
renuncia perpetua del hombre...”. “Sed
vencidos o indignados pero nunca neutrales, indiferentes, resignados”.
Por eso, ante la ausencia de respuesta de americanos y soviéticos,
en 1964, invitó a todos los jóvenes del mundo a escribir a la ONU para que
dedicaran a la paz el presupuesto de un día de guerra. Más de tres millones de jóvenes de
125 países enviaron una postal a la ONU. En ellas se leía: “Nosotros,
jóvenes de catorce a veinte años, hacemos nuestro el llamamiento Un día de guerra para
la paz dirigido por Raoul Follereau a la Organización de
las Naciones Unidas, y nos comprometemos a apelar, llegado el momento, a
nuestros derechos civiles y políticos para procurar su éxito”.
También creó
la ILEP, una federación internacional de asociaciones que
luchan contra la lepra, y con ella buscó armonizar, difundir y coordinar
las acciones de todos los implicados en la lucha contra la lepra.
Un católico convencido
Escribía Luciano Ardesi hace unos años en Mundo Negro que “para él, el motivo más profundo para la acción era el amor, el amor
centrado en Dios; pero su fe, sin dogmatismos y rica en valores, lo llevará
a aproximarse con facilidad a los no creyentes o a los seguidores de otras
religiones”.
Y es que su lucha no era un “no a la guerra” al estilo demagógico
y populista. Raoul
Follereau buscaba la conversión del corazón y de la conciencia de todos los
hombres. La bonanza económica debía estar acompañada con el corazón abierto
y generoso: frente al egoísmo y el lucro, él oponía el amor y la justicia. La
situación en la que vivían sus leprosos, así como todos los pobres eran
consecuencia de actitudes individualistas. Y ese es un mal del que también sufren
los cristianos practicantes, a los que llamaba “pequeños burgueses de la
eternidad”, muchos de ellos detallistas y exquisitos en la liturgia, pero con
corazones de piedra: “Estos
cristianos son personas no evangelizadas. Aún deben aprender a amar”. Y
frente a ellos, “papá Raoul” no tenía ningún problema en estrechar las manos y
abrazar a los leprosos.
Creó la Jornada
Mundial de los Enfermos de Lepra para conseguir su desarrollo
integral, llegando a celebrarse por primera vez y desde entonces, el último
domingo de enero de 1954, cuando en las iglesias se leía el pasaje evangélico
en que Jesús cura al enfermo de lepra. Todos los papas apoyaron su iniciativa.
En España, Raoul Follereau fundó la asociación Amigos de los
Leprosos, y esta tuvo su primera sede en la revista Mundo Negro,
pues su responsable fue también el director de la revista, el P. Romeo Ballan. La revista y la
editorial de los combonianos publicó siempre sus mensajes y sus libros, así
como organizar las diferentes campañas de sensibilización.
Raoul Follereau, después de 32 viajes alrededor del mundo para
encontrar a los más excluidos, 14 mensajes a los jóvenes e innumerables
iniciativas para construir un mundo más justo y más humano, el Vagabundo de la caridad murió
en París, el 6 de diciembre de 1977.
Fernando Navascués
Fuente: ReL






