15 – Septiembre. Jueves. Bienaventurada Virgen María de los Dolores
![]() |
Misioneros digitales católicas MDC |
Evangelio según san Juan 19,
25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la
recibió como algo propio.
Comentario
Muchas veces habremos
contemplado, en un cuadro o en nuestra imaginación, la escena del Evangelio de
hoy: Jesús en la Cruz y, a sus pies, su Madre, las santas mujeres y el
discípulo amado. Queda sitio para nosotros, que somos también discípulos
amados, fieles al Maestro en su hora.
Jesús llama “mujer” a su Madre,
como también lo hizo en las bodas de Caná. Ella es la Nueva Eva. La primera Eva
fue también llamada “mujer”, pero engañada por la serpiente, desobedeció al
mandato divino. Aun así, Dios prometió que la mujer se opondría a la
serpiente, pues un descendiente de ella, Jesús, le aplastaría la cabeza. Empezó
entonces una lucha de la que nos habla el libro del Apocalipsis: «Y se llenó de
ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de
su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús» (Apc 12,7), en definitiva, a los discípulos. No hay
poder capaz de vencer a un discípulo que permanece de pie, junto a la Madre de
Jesús.
San Juan Pablo II recordaba a
María, silenciosa peregrina hasta la «noche de la fe»[1]. ¿Cómo no
aplicar a Ella las palabras de la Escritura: «mirad y ved si hay dolor como mi
dolor» (Lm 1,12)? En el Gólgota, María siente la espada que atraviesa su alma,
anunciada por el anciano Simeón. Y en unión a la obra redentora del Hijo, se
convierte en la Madre que da a luz a todo cristiano, a todo discípulo de Jesús.
Hoy podemos decir a nuestra Madre las palabras que la liturgia aplica a Ella,
tomadas de la Escritura, cuando el pueblo exaltó a Judit que salvó a Israel del
poder del enemigo babilónico: «Tú eres la gloria de Jerusalén; tú, la alegría
de Israel; tú, el orgullo de nuestra raza» (Jdt 15,9). El amor a la Madre nos
obtiene la gracia abundante para ser fieles a los mandatos de Cristo y nos
libra de las asechanzas del maldito[2].
[2] cf. San Josemaría, Camino, n. 493.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei