20 – Septiembre. Martes. Santos Andrés Kim Taegon, presbítero, Pablo Chong Hasang, y compañeros, mártires
![]() |
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 8,
19-21
Vinieron a él su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
Entonces le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte».
Él
respondió diciéndoles: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la
palabra de Dios y la cumplen».
Comentario
Contemplamos a Jesús sentado,
rodeado de la muchedumbre, a la que instruye con su palabra. Él mismo es la
Palabra divina hecha carne, como esa lámpara que no debe ocultarse bajo una
vasija, sino que, puesta sobre el candelero (cf. Lucas 8,16), ilumina las
conciencias de todos. Entre esa muchedumbre nos encontramos nosotros. Queremos
ser como Samuel, de quien dice la Escritura que mientras crecía, su cercanía y
atención al Señor era tal que ninguna de las palabras que Dios le dirigía cayó
en vacío (cf. 1 Samuel 3, 19); o como María de Betania, que “sentada a los pies
del Señor, escuchaba su palabra” (Lucas 10,39).
Inesperadamente algunos de los
presentes interrumpen a Jesús para avisarle de que fuera están su madre y otros
familiares. Andan buscándole, quizá porque la conversación se ha prolongado más
de lo debido. Era ya habitual: la muchedumbre gozaba al escuchar al maestro de
Nazaret; todos “se quedaban admirados de su enseñanza, porque les enseñaba como
quien tiene potestad y no como los escribas” (Marcos 1,22). Jesús aprovecha la
interrupción para desvelar algo inesperado: el verdadero parentesco con Jesús
procede, más que de los lazos de la sangre, de la escucha de su palabra.
Así actuaba María, la madre de
Jesús: antes de concebirlo en su seno escuchaba a Dios, ponderaba en su corazón
esas palabras, y las ponía por obra. Y así dio como fruto virginal al mismo
Hijo de Dios. Ella es modelo de los discípulos de Jesús. Escuchándole e
identificándonos con sus enseñanzas no solo somos sus discípulos sino que nos
convertimos en hermanos de Jesús, hijos de un mismo padre. Solo así podremos
dar fruto: que muchos descubran su parentesco con Dios, su filiación divina.
Como enseñaba san Josemaría, “ningún hijo de la Iglesia santa puede vivir
tranquilo, sin experimentar inquietud ante las masas despersonalizadas: rebaño,
manada, piara, escribí en alguna ocasión. ¡Cuántas pasiones nobles hay, en su
aparente indiferencia! ¡Cuántas posibilidades! (...)” (San Josemaría, Forja,
n. 901).
Josep Boira
Fuente: Opus Dei