Culpabilidad, alcoholismo, drogas o incluso el divorcio: en ella fueron las consecuencias del aborto
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Con tan solo 13
años, la joven Serena Dyksen quedó embarazada tras ser violada por
su tío. Asustada y sin conocer todo lo que implicaba el aborto, acudió
acompañada por sus padres a una clínica en Indiana. Alejada de sus padres por el
personal, solo pudo gritar mientras el conocido abortista George Klopfer le
gritaba que se callase.
Aquel día, la madre de Serena no perdió únicamente a su nieto: pasados los años, cada vez
que lo recordaba sabía que, en cierta manera, también había perdido a su hija.
Para Serena todo cambió muchos años después, cuando el
estreno de la película Unplanned -puedes saber más sobre esta película
provida aquí- le ayudaría a abrazar el
perdón, pero también descubrir la misión a la que estaba llamada por Dios: sanar,
como ella había sanado, a otras mujeres en su misma situación. Primero del
aborto, pero también del trauma que como a ella, persigue a tantas mujeres
décadas después de que tenga lugar: el síndrome postaborto.
El pasado 24 de junio, día de la histórica derogación del aborto
como un derecho en Estados Unidos, Dyksen afirmó a Business
Insider la magnitud que tomó en su vida el síndrome que casi le destruye
por completo. "El aborto no borró mi violación, solo prolongó mi
trauma", reconoció.
Un trauma que comenzó en el mismo momento de su aborto pero del
que no sería plenamente consciente hasta pasados los años. Como ella
misma admite, la joven y su familia nunca hablaron de lo que sucedió aquel día.
Tres años después, el fantasma del aborto volvió a visitar a la
joven. En esta ocasión tenía
16 cuando quedó nuevamente embarazada. Ella y su novio, Bruce, fueron a la
sucursal más cercana de Planned Parenthood y el aborto volvió a ser la única
opción que le dieron.
De nuevo en el coche, su novio decidió animarla, apoyarla y continuar adelante.
"No sé cómo lo resolveremos, pero lo haremos", le dijo.
Fue así como, por primera vez, Serena le dijo sí a la vida.
Drogas, alcohol y un dolor
inexplicable: los primeros signos
Pero el trauma, invisible, seguía ganando terreno. Desde entonces,
las profundas depresiones y
la entrega a las drogas y
al alcohol para
mitigar un dolor que no sabía de dónde venía tomarían cada vez más el control
de su vida.
Habían pasado diez años de su aborto cuando, embarazada, perdió al
hijo que esperaba junto a su ahora esposo, Bruce.
Con la pérdida, sus recuerdos afloraron: "Perdí un niño en
ese momento, pero de lo que no me di cuenta era que, realmente, fue como perder
dos niños. No había
llorado a mi primer hijo y no sabía cómo llorar la pérdida del segundo",
relató años después.
Las heridas no resueltas comenzaron a hacerse numerosas y
difíciles de soportar y su matrimonio no tardó en resentirse. Incapaces de dar
con el origen de su sufrimiento, Serena continuó viviendo bajo los efectos de
las drogas y el alcohol y poco después se planteó el divorcio, que casi lleva a término.
Las claves de su regreso:
una película, un retiro y una oración
Una noche, a punto de tocar fondo y habiendo dejado su hogar,
Serena rompió a llorar. "Dios
mío, no tengo a nadie más que a ti", rezo.
En ese momento, "Dios me encontró destrozada y me dio un amor
que nunca antes había sentido y supe que necesitaba volver a casa física y
espiritualmente. Por la gracia de Dios lo logré: mi marido me recibió en la
puerta, me dio la bienvenida y comenzamos nuestro proceso de sanación matrimonial".
Pero sus fantasmas seguían persiguiéndola. Incluso en el
asesoramiento que recibía "hablaba de la violación" como su trauma,
eludiendo el aborto para protegerse de los juicios que creía que recibiría.
No fue hasta 2019 cuando se derrumbó ante la aplastante realidad.
Y fue gracias a una película, Unplanned,
con la que se sintió "demasiado identificada".
"Fue como ver
mi historia desarrollarse frente a mis ojos y sentí como el Espíritu
Santo me decía: `Es el momento de contarla´".
Pero no se sentía preparada para hacerlo: había aceptado lo que
hizo y cómo influyó en su vida, pero aún no había perdonado. El sentimiento de culpa era
inmenso.
"La sociedad siempre hace que la violación parezca mucho peor
que el aborto. Pero es una gran mentira. Mi aborto fue peor que mi violación. Porque no pude
evitar lo que me hicieron, pero saber que has acabado con la vida de otra
persona es algo difícil de soportar", lamentaría tiempo después.
Perdonándose a sí misma
Su siguiente paso fue imbuirse en el mundo provida primero, a través de Right
to Life, y después buscó la sanación de sus heridas en unos retiros de oración destinados
a mujeres y hombres devastados por el aborto.
"Realmente llegué a la raíz del aborto y pude reconocer y llorar, al fin,
la pérdida de mi hijo. Fue algo increíble. Me cambió la vida. Fue como si
Dios realmente nos encontrara en ese lugar y nos abriera las puertas. Mirando
atrás, creo que Él nos tenía preparada una misión más grande de lo que
hubiéramos podido imaginar", relata.
Serena sabía que tenía que hacerlo y que su historia podría sanar
a muchas mujeres que hubiesen abortado y despertar la conciencia de las que se
planteasen hacerlo. No tardó en llegarle la propuesta de participar en un encuentro con madres en memoria de
sus hijos abortados, pero ella tenía miedo.
Pero esa misma noche, su dolor más profundo volvió a revivir
cuando salió a la luz el macabro hallazgo de los restos de 2.200 bebés en el
hogar del sanitario que realizó su aborto.
"Sentí que me han violado de nuevo. El viernes por la noche,
cuando oí la historia, mi cuerpo se entumeció por el shock ya que pensé que mi
bebé podía estar en su propiedad. Me pregunté por qué había guardado sus restos
y me di cuenta de que, probablemente, eran trofeos para él. El cadáver de
mi hijo era su trofeo", relata.
Aquella noche "solo pude llorar". Al menos hasta que
escuchó en su interior como Dios le daba la respuesta a sus preguntas: "Tu bebé y todos ellos están
conmigo. ¿Por qué crees que te pedí que contaras toda tu
historia?".
Puedes decir:
"¡No!"
Durante los días siguientes, Serena comenzó a relatar su historia
una y otra vez, a mujeres que necesitaban escuchar que podían perdonarse a sí
mismas y sanar tras el aborto, a grupos provida, incluso a la prensa. Y del
testimonio pasó a la acción: desde 2019 ha rescatado 30 bebés gracias a su historia y decenas
de madres han cerrado sus heridas o están en proceso de hacerlo.
Actualmente, Serena no teme adentrarse en mareas de manifestantes
abortistas si con ello puede despertar alguna conciencia o rescatar una sola
vida. Comenzó a hacerlo este verano, ante la Corte Suprema, mientras miles de
personas de uno y otro signo esperaban la que sería una sentencia histórica. Y
no parece que vaya a parar.
"Lo haremos todos los años”, dijo. “Iremos todos los
años porque fue simplemente increíble”.
Su próximo objetivo, contribuir a la ilegalización de los abortos forzados.
"Cuando acuden a mí chicas jóvenes cuyos padres las intentan
obligar a abortar, solo les doy una instrucción: `Decidles
rotundamente que no´, porque no os pueden obligar a abortar", relata. Un consejo que
comenzó a aplicar al darse cuenta, años después de su violación y su bautismo
en la causa provida, de que en este caso la respuesta más empoderadora es
"No": "Sí,
puedes decir que no. Tienes una voz que puedes usar y con la que
puedes decirle a la gente que no, que no es lo que vas a hacer", aconseja.
"Las clínicas de abortos ganan dinero con todo esto, no
quieren ayudar a estas chicas. Es algo que oímos siempre, cómo las mujeres
-también las jóvenes- no querían abortar y están siendo obligadas a hacerlo. Tenemos que protegerlas",
concluye.
Fuente: ReL






