La última encíclica del Papa Francisco cumple hoy (por ayer) dos años de su publicación
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| Photo by Handout / VATICAN MEDIA / AFP |
La
guerra y los conflictos pesan sobre los hombros de cada persona, pues, no es
retórico decir que la paz inicia en cada hogar y en las relaciones sociales
cotidianas.
Precisamente, la Encíclica Fratelli
Tutti (publicada en la fiesta de San Francisco de Asís, 4 de
octubre 2020) hace un implícito llamamiento para avanzar en la civilización del
amor.
A continuación, presentamos tres
claves del documento que se pueden meditar en poco tiempo, y que hacen la
diferencia entre vivir amargado, de prisa e indiferente o actuar con
amabilidad, salir de la pretensión de creernos justos, para, en cambio, saber
escuchar, dialogar, abrazar al otro y construir la amistad social que
todos necesitamos (Cap. 6).
En este sentido, el papa Francisco asegura que «este esfuerzo,
vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las
incomprensiones y previene los conflictos.»
Las personas amables son un «milagro», «una estrella en
medio de la oscuridad». Son ellas las que cambian el mundo (Encíclica ‘Fratelli
Tutti’).
La encíclica social habla del «milagro de la bondad» y de la
«amabilidad» como llave de la fraternidad. Una sonrisa abre puertas
impensables.
«El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor […]. Puesto
que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad
transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo
de debatir y de confrontar ideas».
Además, significa mejorar las relaciones cotidianas, con «sabor a
Evangelio» (1). Por ello se inspira en la figura de San Francisco, que «fue un
padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna».
La amabilidad también contra el cinismo en las relaciones. En
particular, el Papa hace un llamamiento al «milagro de una persona amable»,
una actitud que libera de la «crueldad que a veces penetra las relaciones
humanas».
Actuar con dulzura, levedad y suavidad libera además «de la
ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída» que
prevalecen en los tiempos contemporáneos.
Una persona amable, escribe Francisco, crea una sana convivencia y
abre el camino donde la exasperación destruye los puentes (222-224).
En este sentido, la amabilidad es «aceptar la diferencia en el
otro». El conflicto hace emerger simetrías, diferencias y puntos de vista
divergentes.
La amabilidad ayuda a reconocer al otro, como es y no como
quisiéramos que fuera, portador de principios y valores distintos a los míos,
sin considerarlo más como un enemigo, y que el otro sea una extensión de mi
humanidad.
La amabilidad también nos ayuda a expresar el perdón y a tender
puentes.
Del capítulo sexto, «Diálogo y amistad social», surge
también el concepto de la vida como «el arte del encuentro» con todos, porque
«de todos se puede aprender algo, nadie es inservible» (215). El verdadero
diálogo, en efecto, es el que permite respetar el punto de vista del otro, sus
intereses legítimos y, sobre todo, la verdad de la dignidad humana.
El ‘otro’ entonces es un universo que se abre con su infinitud
delante de nosotros. Lo importante en las relaciones es ser conscientes de lo
que sucede dentro de nosotros, siendo trasparentes, auténticos; por el hecho de
que la mayor parte de nuestras decisiones dependen de nuestros sentimientos y
nuestros afectos.
Solo en virtud del diálogo la persona abandona la pretensión de
imponerse sobre los demás, aprende a servirse de la opinión del otro para
reconocer los propios límites y así crecer, como invita Francisco.
El Papa escribe que los derechos no tienen fronteras. Promover la
educación para el diálogo con el fin de derrotar al «virus del individualismo
radical» (105) y lograr que todos den lo mejor de sí mismos. A partir de la
tutela de la familia y del respeto por su «misión educativa primaria e
imprescindible» (114).
Una sociedad fraterna se construye, según el Papa con dos
ingredientes: «benevolencia», es decir, el deseo concreto del bien del otro
(112), y la «solidaridad» que se ocupa de la fragilidad y se expresa en el
servicio a las personas y no a las ideologías, luchando contra la pobreza y la
desigualdad (115).
Entonces, se trata de responder al mal con esperanza y
testimonio: el del Buen Samaritano. En el segundo capítulo, «Un extraño en el
camino», el Papa destaca que, en una sociedad enferma que es «analfabeta» en el
cuidado de los débiles (64-65), todos están llamados – al igual que el buen
samaritano – a estar cerca del otro (81), superando prejuicios, intereses
personales, barreras históricas o culturales.
Todos, de hecho, somos corresponsables en la construcción de una
sociedad que sepa incluir, integrar y levantar a los que han caído o están
sufriendo (77). El amor construye puentes y estamos «hechos para el amor» (88),
añade el Papa, exhortando en particular a los cristianos reconocer a Cristo en
el rostro de todos los excluidos (85).
El principio de la capacidad de amar según «una dimensión
universal» (83). «Pensar y gestar un mundo abierto»: Además para «salir de
nosotros mismos» y encontrar en los demás «un crecimiento de su ser» (88),
abriéndonos al prójimo según el dinamismo de la caridad que nos hace tender a
la «comunión universal» (95).
Ary Waldir Ramos Díaz
Fuente: Aleteia






