El Obispo de la Diócesis de New Ulm (Estados Unidos), Mons. Chad Zielinski, relató cómo pasó de llevar a Cristo a los soldados durante la guerra, a evangelizar a los católicos que viven en zonas remotas en Alaska
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| Mons. Chad Zielinski en una máquina de nieve en Alaska. Crédito: Foto de Cortesía / Alaskan Shepherd Vol. 59, Issue 4. |
Mons. Zielinski nació y creció en
Michigan, Minnesota (Estados Unidos), y al terminar la secundaria se sintió
llamado a servir a su patria e ingresó a la Fuerza Aérea. Durante ese tiempo
conoció al capellán y admirado por su trabajo se unió a las filas de Cristo.
Luego de cinco años como
sacerdote, tras el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, fue enviado
como capellán a servir en medio de la guerra. Tres años después, el Papa
Francisco lo nombró Obispo de Fairbanks, en Alaska, donde llevó a Cristo a los
pueblos remotos.
Desde este año es Obispo de la Diócesis de New Ulm.
Mons. Zielinski, de 57 años, dijo
al National
Catholic Register que al llegar a la base de la Fuerza Aérea, se unió
a la comunidad parroquial y ayudó a educar en la fe. Dijo que su amistad con el
capellán lo motivó a pensar en el sacerdocio.
“Yo era muy
amigo del capellán católico y pude ver lo que hacía día a día. Dios estaba despertando
dentro de mí el deseo de ser ministro, y la gente decía: ‘¿Alguna vez has
pensado en ser sacerdote?’. Dios obra a través de todo eso”, dijo.
Después de cuatro años de servir
a la Fuerza Aérea y motivado por un sacerdote, el hoy Obispo decidió discernir
su llamado vocacional e ingresó al Seminario Mount Angel en St. Benedict, en
Oregón. Fue ordenado sacerdote el 8 de junio de 1996.
Tras los ataques terroristas del
11 de septiembre de 2001, Mons. Zielinski fue llamado a servir a las fuerzas
armadas como capellán. Recordó que le dijeron: “Te necesitamos mañana” y tras
rezar y hablar con el Obispo de Gaylord, regresó a la base militar.
Un año después lo enviaron a
Bagdad (Irak), donde justo había iniciado la guerra, y sirvió en tres
despliegues de combate. Además de atender a la Fuerza Aérea, dijo que sirvió al
Ejército, la Infantería de la Marina y las fuerzas internacionales.
El Prelado recordó que ante la
falta de capellanes católicos, celebraba entre 7 y 8 Misas en un fin de semana,
y que lo hacía donde podía: en carpas o incluso en el campo.
Recordó que en Afganistán tuvo
que volar en un helicóptero a 19 puestos de combate para celebrar la Eucaristía.
Dijo que una vez subió a la cima de una montaña con un sacerdote del ejército
checo y que hicieron un altar improvisado para ofrecer la Misa para un equipo
de francotiradores.
Mons. Zielinski dijo que en el
ejército, las personas de todas las religiones acudían a hablar con él, porque
él podía guardar sus secretos. “Teníamos esta expresión: que yo era un
sacerdote para los católicos y un capellán para todos”, recordó.
Tras regresar de la guerra,
Zielinski sirvió reclutando nuevas vocaciones para la Arquidiócesis de los
Servicios Militares. Además, fue nombrado capellán de la Base de la Fuerza
Aérea Eielson en Alaska. Allí fue premiado y ascendido a Mayor en julio de
2013.
Tras ser nombrado Obispo de
Fairbanks, en Alaska, voló en avioneta para visitar aldeas remotas, donde una
iglesia era una cabaña y tuvo que derretir nieve y sacar agua de un pozo. Esto
le hizo notar que Dios lo preparó en la guerra para servir en Alaska.
“Mientras estaba de pie en la
pista de aterrizaje esperando que llegara el avión, estaba mirando la misma
mochila y bolsa de lona que había llevado en Afganistán. Y tuve un flashback de
estar parado en la cima de una montaña esperando un helicóptero”, dijo.
“Me di cuenta de que Dios tomaría
las dificultades y los desafíos de la guerra y los usaría para un bien mayor”, agregó.
El Prelado dijo que gracias a su
experiencia en el Medio Oriente, le fue sencillo conocer personas de las
culturas Yup'ik Eskimo y Athabaskan. “Vas allí con el corazón y la mente
abiertos, y vas a aprender de la gente”, aseguró.
“Ellos tienen una cultura que
vive con dependencia de Dios para comer, una forma de vida de subsistencia, y
una actitud de agradecimiento como nunca antes había visto en mi vida”, dijo.
La Diócesis tiene 46 parroquias y
a 37 solo se llega en avión. Los sacerdotes deben volar o viajar en máquinas de
nieve en invierno o en botes en verano, para servir entre 3 y 4 pueblos, y
celebrar Misa 1 vez cada 2 meses por pueblo. Esto se complicó con la pandemia.
Mons. Zielinski dijo que celebró
Misa en un pueblo que no tuvo la Eucaristía por 17 meses. “La gente nunca se
quejó”, recordó. “Cuando celebré Misa, todo lo que me dijeron en yup'ik fue
'Quyana', gracias”, añadió.
Tras una reciente cirugía de
fusión espinal, el Prelado tuvo que dejar la diócesis. “El cirujano sugirió que
no puedo seguir conduciendo máquinas de nieve, golpeando el río Yukón,
conduciendo vehículos a través de la tundra”, dijo.
Mons. Zielinski dijo que dejar la
diócesis le “desgarró el corazón”, pero que está “emocionado de estar en New
Ulm”, pues “es muy parecido a volver a casa en el norte de Michigan”.
Además, animó a las familias a
cultivar la fe y la oración en sus hijos para ayudarlos a encontrar su vocación.
“Es necesario tener una relación con Jesucristo para escuchar el llamado”,
dijo.
“Al igual que los discípulos
cuando escucharon: ‘Venid, seguidme, y os haré pescadores de hombres’. Tienes
que saber quién es Jesucristo para escuchar el llamado, y luego tienes que
confiar en él, que te hará sacerdote, que te formará para ser sacerdote”,
concluyó.
Por Cynthia Pérez
Fuente: ACI Prensa






