A nadie le agrada sufrir, pero es parte de la vida. Como cristianos podemos darle un sentido diferente. Una hermosa reflexión de Claudio de Castro
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| Serhii Ivashchuk | Shutterstock |
«Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son
comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros»
Romanos 8, 18
Amenudo me escriben nuestros lectores y me preguntan por el sufrimiento. Es un
tema muy difícil.
A nadie le agrada sufrir. Y sin embargo es parte de la vida. Si sufres, y
es inevitable, al menos dale sentido, aceptándolo y ofreciendo a Dios.
Se preguntan por qué sufren, si van a misa, participan de los
sacramentos, rezan el rosario…
La verdad es que nada de esto te preserva de sufrir. Ni siquiera
Jesús, por ser el hijo de Dios se libró de ello.
La oración y los sacramentos te fortalecen y te ayudan a darle
sentido al sufrimiento. Hacen que tenga valor.
El Maestro que nos enseña el camino siempre será Jesús:
Despreciado
por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el
sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba
para nada y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las
que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos
azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era
destruido, nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó el castigo
que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados (Isaías 53).
Siempre que me escriben y cuestionan por qué sufren, qué hacer,
pienso en las palabras de la Virgen María a santa Bernardette Soubirus y
que se han hecho muy conocidas:“No te prometo hacerte feliz en este mundo,
sino en el próximo”. Estas fuertes palabras
se cumplieron al pie de la letra.
Ahora
quiero pedirte un favor. Busca la Biblia que tengas en casa. Ábrela en
Eclesiástico 2 y lee:
Si
te has decidido servir al Señor, prepárate para la prueba. Conserva recto tu
corazón y sé decidido, no te pongas nervioso cuando vengan las dificultades. Apégate
al Señor, no te apartes de él; si actúas así, arribarás a buen puerto al final
de tus días. Acepta todo lo que te pase y sé paciente cuando te halles botado
en el suelo. Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los
que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación.
Ahora, aun con la Biblia en mano, busca 1 Pedro 5, 10:
«El Dios de toda gracia, el que
os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos
os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará».
A veces pienso que Dios nos poda como el jardinero poda
las ramas secas de los arbustos, para fortalecernos y hacer que miremos al
cielo y lo busquemos.
Dios permite el sufrimiento para
fortalecer nuestra fe
Te invito a escuchar a un sacerdote, el Padre Santiago Martín, en
una breve charla que nos enseña a perseverar y encontrar las fuerzas para
soportar y ofrecer el sufrimiento. Te lo explica con mayor
sencillez que con la que yo podría. No te la pierdas.
Las Sagradas Escrituras nos aseguran en Romanos 5 que el dolor no es inútil, y que aceptado y ofrecido produce en nosotros frutos de eternidad:
«Más aún; nos gloriamos hasta
en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; a
paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza».
Hay tres razones por las que
podemos aceptar y ofrecer nuestros sufrimientos. Las menciona el padre
Jorge Loring en una de sus charlas:
1. Porque
sufriendo por Dios le mostramos nuestro amor, como Él nos lo
mostró muriendo por nosotros en la cruz.
2. Porque
sufriendo por Dios aumentamos nuestros merecimientos para el cielo.
3. Porque
sufriendo uniéndonos a la pasión de Cristo, colaboramos a la redención
de la humanidad. Dios quiere que colaboremos a la redención de la
humanidad. Es doctrina de san Pablo.
Esto es algo que los santos han tenido muy
claro. Decía san Josemaría Escrivá:
«Yo
te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los
desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad,
traición, calumnia, cárcel…».
Puede parecerte muy fuerte pero luego lees
estas palabras de las Escrituras y comprendes:
«El Señor me ha abierto los oídos y yo no me resistí
ni me eché atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a
quienes me tiraban la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias y los
escupos».
Isaías
50, 5
El sufrimiento ofrecido junto a la
humildad para aceptarlo y la oración fervorosa se convierten en un tesoro
espiritual de gran valor con el que puedes hacer mucho bien.
Es un sacrificio que da frutos de
eternidad. Me gusta recordar las fuertes palabras de la Virgen en
Fátima a los tres pastorcitos:
«Rezad,
rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas
almas van al infierno por no tener quién se sacrifique y pida
por ellas».
¡Animo! A partir de hoy abraza tu cruz,
ofrece todo. Las cosas buenas, y las que no lo son tanto. Tus alegrías y
sufrimientos. Hagamos todo por Jesús.
¡Dios te bendiga!
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia






