6 - Octubre. Jueves de la XXVII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 11,
5-13
Y les dijo:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre
entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del
pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis
dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el
Espíritu Santo a los que le piden?».
Comentario
El evangelio de la liturgia de
hoy nos sitúa en las enseñanzas que Jesús ofreció después de enseñar la oración
del padre nuestro a sus discípulos. Allí el Maestro les enseñaba a
llamar Padre a Dios y en esta ocasión lo vuelve a repetir: Dios es un padre
bueno dispuesto a dar en abundancia a quienes le piden como hijos. Jesús repite
esta verdad una y otra vez a lo largo del evangelio, quizá porque para nosotros
es fácil confundir la imagen de Dios, y verlo como juez, como legislador, como
acusador y no como alguien que está de nuestra parte. El momento quizá más
profundo de su enseñanza sobre el verdadero rostro e identidad de Dios es la
parábola del hijo pródigo, que Lucas presenta unos capítulos más adelante,
donde sale a relucir el corazón amoroso del Padre y el verdadero modo en que
mira y quiere a sus hijos.
En el evangelio de hoy, Jesús nos
invita a que la confianza propia de hijos no se quede en meras palabras, sino
que se manifieste en nuestro modo de pedir y orar. Dios Padre, nos enseña el
Maestro, desea ver a sus hijos comportarse como tales, sin miedo a dirigirnos
con insistencia a quien nos quiere profundamente. Jesús anima a sus oyentes a
caer en la cuenta de su dignidad de hijos, a no quedarnos de brazos cruzados, y
a experimentar la bondad de Dios. Quizá por eso nos insiste: ¡pedid!,
¡buscad!, ¡llamad!, porque nuestro Padre Dios está deseoso de dar, de salir al
encuentro, de abrir la puerta.
A través de algunos ejemplos,
Jesús nos muestra como el cariño del Padre está muy lejos del cálculo mezquino
y no desea tener que ver con la lógica del intercambio estricto, del recibir
para dar. Y nos señala que si nosotros, siendo malos, sabemos dar cosas buenas
a quien nos pide con insistencia, cuánto más nuestro Padre Dios, que no solo
quiere donar cosas sino donarse, regalarnos generosamente
su mismo Espíritu, el Espíritu Santo (v. 13).
San Josemaría había entendido con
fuerza que la oración y la petición del cristiano tiene que estar marcada por
esta conciencia de hijos e hijas de Dios: “Descansa en la filiación divina.
Dios es un Padre —¡tu Padre! — lleno de ternura, de infinito amor. —Llámale
Padre muchas veces, y dile —a solas— que le quieres, ¡que le quieres
muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo” (Forja 331).
Martín Luque
Fuente: Opus Dei