7 - Octubre. Viernes. Bienaventurada Virgen María del Rosario
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Evangelio según san Lucas 1, 26-38
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer
será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo
en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para
Dios nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
Comentario
Al proponernos la Iglesia este
fragmento del Evangelio para la fiesta de hoy, es bonito pararse a pensar
cuántos pintores han retratado esta escena, o tantos gestos litúrgicos que
rememoran este momento tan importante para nuestra salvación (gestos, pausas,
canciones, etc.), o ser conscientes de cuántos cristianos nos paramos a
mediodía para rezar el ángelus, y volver a contemplar tantas maravillas como se
desprenden del ejemplo de la Virgen.
Y el evangelista, para preparar
al lector ante tamaño acontecimiento, nos da algunos datos que nos ayudan a
contextualizar, a situar el evento. Nos habla de un ángel que va a visitar auna
mujer, virgen, que vive en un pueblo pequeño. Nos introduce en la vida de esta
mujer, y da algún dato más para presentarla: está desposada con un varón, que
es de la casa de David. Y cierra este preámbulo con una mención al nombre:
María (cfr. v. 27)
No es una mención indiferente,
como no es indiferente tener nombre. Dios mismo ha querido ponerle un nombre a
su Hijo: “y le pondrás por nombre a Jesús” (v. 31). El nombre nos permite
personalizar a alguien, hablar sobre él, invocarle, amarle. Y para nosotros
esta mención del nombre de la Virgen nos llena de esperanza, nos llena de
alegría. “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los
escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María (...). No te
descaminarás si la sigues, no desesperarás si le ruegas, no te perderás si en
ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada
tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente a
puerto, si ella te ampara. Y así experimentarás en ti mismo con cuánta razón se
dijo: y el nombre de la Virgen era María”[1].
En cada avemaría, como ya el
propio nombre de la oración lo indica, saludamos a la Virgen, la tratamos.
Invocamos a la señora del dulce nombre, como lo hacía san Josemaría[2], como lo hizo
el ángel, como lo hace Dios. Y así lo hacemos muchas veces en cada misterio, en
cada rosario. Hoy, día de la Virgen del rosario, al inicio del mes de esta
oración, gustemos como Dios lo hace, “pues todo un Dios se recrea en tan
graciosa belleza” [3], llamándole
María.
[2] Santo Rosario, 1º misterio gozoso. San Josemaría.
[3] cfr. oración “Bendita sea tu pureza”.
Martín Luque
Fuente: Dominicos