30 - Octubre. XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 19,
1-10
Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de
Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que
estaba perdido».
Comentario
Jesús se dirige a Jerusalén.
Lucas ha dedicado mucha extensión en su evangelio a hablar de este camino
recorrido por Jesús que culminaría en su muerte salvadora y su resurrección
gloriosa. Esta escena, que subraya el carácter salvador de Jesús, está situada
casi al final de ese largo relato, cuando ya le falta poco al Maestro para
llegar a la Ciudad Santa.
Jesús va de viaje, pero no pasa
de largo por aquella población, saludando tal vez a alguno que otro que se
cruce en su camino. Dice el evangelio que “entró en Jericó y atravesaba la
ciudad” (v. 1), como deseoso de acercarse a la vida de quienes vivían allí,
dando facilidades para que quien lo deseara pudiera encontrarse personalmente
con él.
Uno de aquellos que querían
conocerlo era Zaqueo, el “jefe de publicanos”, es decir, de los recaudadores de
impuestos para los romanos. Este hombre tuvo que superar algunos obstáculos
para ver a Jesús. El primero, su baja estatura que le impedía ver al Maestro
cuando estaba en medio de la multitud, rodeado de gente más alta que él. Podría
haberlo considerado imposible de superar y haberse resignado. Como también
nosotros a veces podemos experimentar la tentación de renunciar a acercarnos a
Jesús al constatar nuestra bajeza, que puede no ser física pero sí moral o
anímica. Pero no desistió.
Luego tuvo que superar la
vergüenza de sentirse blanco de todos los comentarios y críticas de tanta gente
que le odiaba ya que colaboraba con los romanos. Pero no le importó hacer el
ridículo subiéndose a un árbol, porque quería intensamente ver a Jesús. Cuando
uno se propone algo en serio es capaz de hacer pequeñas locuras, y Zaqueo
sentía latir con fuerza su corazón ante el único que podía quitarle de encima
el peso que lo agobiaba y transformar su vida, así que “se adelantó corriendo y
se subió a un sicómoro” (v. 4) y cuando Jesús le habló, “bajó rápido y lo
recibió con alegría” (v. 6). No tuvo miedo ni vergüenza, y se salió con la
suya.
“Miremos hoy a Zaqueo en el árbol
–decía el Papa Francisco-: su gesto es un gesto ridículo, pero es un gesto de
salvación. Y yo te digo a ti: si tienes un peso en tu conciencia, si tienes
vergüenza por tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes.
Piensa que alguien te espera porque nunca dejó de recordarte; y este alguien es
tu Padre, es Dios quien te espera. Trépate, como hizo Zaqueo, sube al árbol del
deseo de ser perdonado; yo te aseguro que no quedarás decepcionado. Jesús es
misericordioso y jamás se cansa de perdonar”[1].
Mientras la gente miraba entre
burlas, chismes y comentarios despectivos, Jesús lo miró de un modo muy
distinto. Para el pueblo llano era un personaje despreciable, que se había
enriquecido a costa de los demás. Pero Jesús, lo contemplaba con una mirada
misericordiosa, y tenía ganas de encontrarse con él. “La mirada de Jesús –son
palabras del Papa Francisco- va más allá de los pecados y los prejuicios; mira
a la persona con los ojos de Dios, que no se queda en el mal pasado, sino que
vislumbra el bien futuro”[2]. Por eso,
cuando Jesús entra en casa de Zaqueo, puede exclamar con alegría: “Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque
el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (vv.
9-10).
San Josemaría meditaba esta
escena del evangelio, junto con otras análogas, e invitaba a cada uno a sacar
sus propias consecuencias: “Zaqueo, Simón de Cirene, Dimas, el centurión...
Ahora ya sabes por qué te ha buscado el Señor. ¡Agradéceselo!... Pero ‘opere et
veritate’, con obras y de verdad”[3].
[2] Papa Francisco, Ángelus 30 de octubre de 2016.
[3] S. Josemaría, Via crucis, 5ª estación, 4º punto de meditación.
Fuente: Opus Dei






