El padre Sebastián Walshe invita al optimismo con una historia sorprendente
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| La experiencia del padre Sebastian Walshe es que muchas personas rectifican su vida por completo antes de morir. |
Muchos padres -sobre todo madres- se acercan entristecidos al padre Sebastián Walshe porque
sus hijos se han alejado de la fe y temen por su salvación eterna. Pero él es "optimista" al respecto.
Por tres razones:
una, su propia experiencia; dos, casos como el
de la abuela de su amiga Cynthia; y tres, la petición más reiterada que dirigen
al Cielo millones de católicos todos los días, y que difícilmente quedará sin
premio.
Vivencias sacerdotales
El padre Walshe es un canónigo norbertino o premonstratense de la abadía de San Miguel, en la diócesis de Orange (California), de cuyo seminario
es profesor. Es doctor en Filosofía y maestro en Teología por el Angelicum de Roma (la
Pontificia Universidad de Santo Tomás), en el cual impartió también docencia
durante dos años.
Los norbertinos deben su nombre al monje reformador San Norberto de Xanten (1080-1134), quien, tras su conversión en 1115 de una
vida de vanagloria y pecado, fundó en 1120 una abadía en el norte de Francia,
en una ermita que se le había mostrado anteriormente (pre monstratum) en sueños. La abadía de Premontré fue confiscada y destruida
por la Revolución de 1789.
"Una de las mejores experiencias que he tenido como
sacerdote" confiesa Walshe a The Coming Home
Network "es asistir a las personas en su lecho de
muerte y administrarles
los últimos sacramentos",
"Soy optimista porque veo lo que pasa", explica:
"Las historias se repiten: ‘No he ido a la iglesia durante treinta o
cuarenta años’ o ‘Dejé de practicar la fe cuando era adolescente’". Pero
"queda una pequeña llamada en su corazón, y cuando se acercan a la muerte la gracia de la conversión llega.
Muchas personas que parecían completamente alejadas de la conversión se
convierten" cuando todo hacía pensar que "ya no había esperanza".
La abuela de Cynthia
Un ejemplo tiene entidad por sí mismo: el de la abuela centenaria de Cynthia,
una amiga suya de la infancia y juventud en su ciudad natal, Pasadena.
Cynthia se crió con su abuela, porque su madre había muerto y se
ignoraba el paradero de su padre. En su adolescencia, la joven se convirtió al catolicismo por
medio de una "gran familia católica", los Grimm, que eran amigos comunes de Cynthia y del entonces aún
laico Sebastián.
En efecto, los Grimm son, en todos los sentidos, una "gran
familia católica". En el sentido numérico, porque tienen su
origen en la figura de William
C. Grimm (1927-2015), muy conocido y querido en Pasadena: cuando murió
tenía 17 hijos, 168 nietos
y 70 bisnietos. Pero también en el sentido de sus buenas obras, porque los Grimm
son el alma del Thomas
Aquinas College, donde también estudió el padre Walsh. Por ese centro han
pasado 14 de los hijos del patriarca William y 51 de sus nietos. Desde su
fundación en 1971, Grimm llevó allí a toda su familia y además con ellos se
pudo formar enseguida un celebrado coro.
Esa conversión de Cynthia por medio de los Grimm chocaba con las
convicciones de su abuela, muy
anticatólica. De ahí la sorpresa del padre Walshe cuando, años después,
recibió una petición de su vieja amiga.
Sebastián ya era religioso, y Cynthia se había casado y tenía
hijos. Con motivo de llevar a uno de ellos a un campamento de verano organizado
por la abadía de San Miguel, le comentó: "Mi abuela acaba de cumplir cien años, su salud se está
resquebrajando y me gustaría que fueses a hablar con ella sobre la fe".
El padre Walsh pidió permiso a su superior y fue hasta allá:
"Entré, me senté a su lado, le pregunté si se acordaba de mí, me dijo que
sí, y antes de que pudiera empezar a hablar, me dijo que estaba teniendo un sueño recurrente, en el que
era invitada a una fiesta, pero no podía ir".
El religioso no dejó pasar la oportunidad para entrar en materia:
"Ese sueño significa que a usted la invitan a ir al cielo en la Iglesia
católica, pero usted no puede ir porque no está bautizada. ¿Le gustaría que la bautizasen?"
Lo que no esperaba era la respuesta:
-¡Sería magnífico!
"Su nieta estaba mirando con los ojos como platos", recuerda el sacerdote,
quien bromea: "¡A veces hay que ser muy directo!"
Dos días después vino un sacerdote de la abadía, la bautizó, la
confirmó y le dio de
comulgar una vez. Luego la anciana murió: "¡Tenía cien años y había
muerto católica!", exclama Walshe.
Pero la segunda sorpresa había llegado justo en el momento de
bautizarla, porque la abuela, para incredulidad de los presentes, susurró: "¡Mi madre estaría tan feliz!".
-Pero, abuela, has sido anticatólica toda tu vida, ¿por qué
dices que tu madre estaría feliz? -interrogó Cynthia, que no comprendía nada.
-Nunca te lo dije. Mi madre era católica, pero mi padre era ateo y le prohibió
practicar la fe y educarnos en la fe -explicó la ya católica.
Que es la lección que quiere comunicar el padre Sebastián al hilo
de la cuestión: "¡Aquella mujer llevaba muerta cuarenta años y su hija
acababa de entrar en la fe a los cien años!" Todo un desmentido a quienes
piensan que puede perderse la esperanza.
"Pero la historia no acaba ahí", continúa.
Aprovechando la ocasión, acudió a visitar a sus viejos amigos, los
Grimm. No había acabado de cruzar la puerta, cuando Irene Grimm le dijo que
justo en ese momento le había colgado el teléfono al hermano de Cynthia.
-Es extraño... Me dice que quiere hablar contigo.
-Dame su teléfono -urgió Walshe, dispuesto a no dejar pasar ni un
segundo.
Al otro lado de la línea escuchó la voz del hermano de Cynthia:
-Padre Sebastián, necesito que vengas y hablemos. Estoy en el hospital.
Acudió a verle. "Mañana me operan y puede que no sobreviva a
la operación", le espetó el hombre: "No he vivido una buena vida, pero quiero morir como católico.
Y quiero una misa tradicional para mi funeral".
El sacerdote le interrogó sobre sus disposiciones de fe
("creo al cien por cien", le dijo) y le explicó que, dado que estaba
en peligro de muerte,
podía administrarle en ese momento todos los sacramentos. Así lo hizo.
"Sobrevivió a la operación, pero nunca se recuperó del todo.
No pudo salir de la cama ni ir a misa, pero leía el catecismo y le llevaban la Comunión. Murió en la
festividad de Nuestra Señora de los Dolores, el 15 de septiembre, y estuve en
su lecho de muerte", cuenta Sebastián.
Y extrae la moraleja: "Todos los descendientes de aquella mujer casada con un
ateo, todos, se hicieron católicos antes de morir. ¿No es fantástico? Así
que, cuando escucho a esas pobres madres católicas entristecidas, preocupadas e
inquietas por sus hijos o nietos, les digo: 'Tengo buenas noticias para ti. Reza, porque Dios escuchará
tus oraciones'".
Ahora y en la hora de nuestra
muerte
Rezar, y rezar el Rosario, es la tercera clave de la esperanza que
explica el norbertino. En el Avemaría,
"hay dos momentos por los que le pedimos a la Virgen por nosotros: 'ahora' y 'en la hora de nuestra muerte'. Son los dos momentos
decisivos en la vida de todo ser humano. El presente es el único momento que
vives realmente, y si hay un momento en el que quieres que la Virgen esté
rezando por ti especialmente, ése es el de la hora de tu muerte".
Siendo así, "¡piensa en todos los rosarios y en todas las
avemarías que se rezan en la vida de un católico y que reza la madre de un
católico! La hora de la muerte es un momento de importancia suprema y es cuando la Virgen está más
presente para todas las almas. ¡Debe ser muy frustrante para Satanás!"
San Luis María
Grignion de Montfort contaba precisamente que una vez, mientras realizaba un
exorcismo, un demonio desesperado se lamentaba: "No es justo, las reglas no son las mismas para
quienes rezan el Rosario. Normalmente tendrían que condenarse... ¡y todos
se salvan!"
Por eso rezamos el Rosario y por eso la Virgen nos pide que
recemos el Rosario, concluye el padre Sebastián, para digamos una y otra vez
“ahora y en la hora de nuestra muerte”. Porque "es imposible que ella te falle, ella te ama más que tu madre
terrenal, como Dios te ama más que tu padre terrenal. El Rosario es la
oración más importante que podemos rezar por la conversión de nosotros mismos y
de los demás".
Carmelo López-Arias
Fuente: ReL






